Daniel Enríquez Robles
Había una pared que se sentía muy orgullosa de los cuadros y condecoraciones que colgaban entre sus ladrillos.
Uno a uno, se llenó de fotografías, títulos y grados que hacían que la gente mirara hacia ella.
Sin embargo, las personas miraban el señuelo del crecimiento, no a la pared, que cada día quedaba más oculta por los marcos y los cuadros.
Esta pared se obsesionó tanto con las chispas del ego, que olvidó lo esencial: ser feliz por sostener una inmensa mansión, de más de 300 años de antigüedad.
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