María Agustina Caro
(Inspirado en el Banquete de Platón)
Una noche tranquila en la Antigua Grecia, un joven poeta llamado Agatón, decidió realizar un festejo e invitó a sus amigos a su casa, había logrado su primer éxito teatral. Se trataba de un simposio de saber. Entre música, risas y vino, placeres mundanos comenzaron a interrogarse de algo muy simple pero a la vez tan complejo para esos tiempos. Doy fe que para éstos también. Yo estaba ahí, escondida, sin que nadie me notase, observándolos mientras hablaban. La belleza excede el ojo vulgar de quien la observa, cómo así, también el tiempo. Nadie sabe cómo encontrarla, nadie sabe amar. Alcibíades, uno de los invitados, provocó un gran escándalo debido a su ebriedad. El silencio se apoderó de la sala. En ese instante, Sócrates, que también estaba en el festejo y ve la figura de una mujer, se preguntó quién era. En la cena no habían invitado mujeres. Decidió callar para no generar más conmoción. En el silencio se agudizan los sentidos, y lo único que sintió fue su perfume. La nostalgia tiene un aroma a misterio que perdura en el tiempo. Cerró los ojos y se trasladó a una tierra desconocida, una tierra de nadie, un lugar donde la soledad penetraba hasta en los huesos, dejando un último aliento en el sentir. Ahí también estaba ella. La mujer sin identidad. Dijo llamarse Diotima. En ese sitio se escuchaba una suave brisa y no había absolutamente nada, pero parecía estar completo, sus cuerpos estaban cargados de emociones. Fruto de esta soledad también sentían su propia gravedad provocándoles cansancio. —¿Dónde estamos? —preguntó Diotima confundida. —No lo sé, ni sé cómo hemos llegado. Parece ser que no pasase el tiempo —dijo Sócrates asombrado. —Lo único que hay en esta tierra esesa aura que nos envuelve y hace que nuestra existencia se sienta insoportable. Ni los querubines de Hades se atreverían a caminar por este lugar. 16