Nudo Gordiano #18

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José Escobedo Limitados son los ojos que logran prestar atención a los detalles importantes, escasos los que consiguen descubrir las maravillas del mundo en la simpleza de las cosas. Y es que el inextinguible deseo del hombre por encontrar tesoros extrínsecos a donde quiera que postra la vista es tan absurdo, que da como resultado la acumulación de un pasado envuelto en fracasos innecesarios y dotado de éxitos que parecen huecos cuando afronta su último aliento. Esa premisa colmada de falsas ambiciones que se resume en una existencia materialista y trivial es la causa de una tristeza colectiva. Un mundo codicioso, pero insatisfecho. Un camino de ambición superficialmente justificado que cuesta la vida entera y que se dirige casi siempre a una inalcanzable utopía prefabricada; eso es el hombre. ¿Pero qué pasa con aquellos seres que encuentran los tesoros más insondables mirando hacia dentro de sí mismos? Hablo de aquellas mentes tan perturbadas como excepcionales, cuyas características psíquicas no responden al orden común y tampoco están interesadas en compartir la cordura general. Todo este intento absurdo de filosofía podría ejemplificarse con otra absurda, efímera y anecdótica, aunque apasionante, desventura de poco más de treinta años. Una desventura que tenía por nombre Domingo Beltrán. Por la actualidad, la gente suele referirse a él como un hombre en situación de calle o solo se limitan a llamarle “Mingo el demencial”. Pero su historia, por más desagradable y eludible que sea, no siempre fue así. Es cierto que para propios y extraños, su vida representaba una superposición de tragedias constantes y bien distribuidas en lo que él tenía a bien llamar vida, pero asimismo cobijaba ciertas cualidades que iban encaminadas a lo más extraordinario del intelecto humano. Saber si dichas capacidades surgieron como inspiración en respuesta a una existencia llena de infortunios, es algo que hasta la fecha no se sabe. De hecho, nada se sabe con veracidad. Domingo Beltrán nació por el año de 1985. Desde su llegada, la ironía ya estaba tocando la puerta al haber entrado al circo de la vida un 14 de febrero, fecha en donde las personas solían depositar sus sentimientos y ambigüedades, cosas de las cuales él tuvo poco entendimiento. Su madre era Estela Romero, mujer de piel morena, sonrisa cálida y además atenta. Los que la conocieron en vida sabían con seguridad lo buena persona que ella era. Ojalá, Domingo Beltrán, hubiera tenido la oportunidad de experimentarlo de primera mano, pero no fue así, pues apenas cuatro meses después de nacido, ella contrajo una horrible bronquitis crónica. Eso le causaba una tos constante e interminable, tan escandalosa, que el pequeño Domingo saltaba de su sueño todas las noches apenas logrando un descanso decente. 6


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