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Sostenible o sustentable?

Los términos sostenible y sustentable, frecuentemente se confunden.

Separar la basura es algo a lo que muy pocos están acostumbrados, y ninguna campaña terminó de convencernos seriamente de hacerlo. Desde la ciudad se podría proponer que la venta de todos los residuos inorgánicos que retira el camión de basura se destinen a la creación y mantenimiento de una guardería de mascotas para animales de la calle, que es otro grave problema de la ciudad.

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Entonces, los residuos orgánicos se tiran en una bolsa que va por un circuito y que sirve -por ejemplo- para abono en plazas y parques. Y todo lo que sea papeles, aluminio y plásticos tirarlos en una bolsa bien identificada, ya que son reciclables. Se pueden vender por peso a las industrias y así, con lo recaudado de esa venta y gracias a la buena voluntad de los motivados vecinos, se podría mantener los gastos de la nueva guardería para perros y gatos, sin que el municipio tenga que poner un peso. Esto traería un beneficio social, ambiental y también económico, en definitiva, sería una acción “sostenible” en el tiempo.

Pero cuando hablamos de sustentable, prefiero pensar en otros términos.

Un urbanista de renombre, el arquitecto David Kullock, suele insistir en que no existe eso de “ser amigable con la ecología” porque la ecología es una materia que da un profesor en un aula. En todo caso, se trata de ser “amigable con el ecosistema”. Ser “sustentable” es no dañar el medio ambiente, lo que un anglosajón llamaría: ser Eco-Friendly. ¿Y Cómo podemos medir el grado de sustentabilidad de las cosas? Básicamente nos podríamos guiar por lo que se llama su Huella de carbono, cuánto CO2 libera a la atmósfera. El impacto que tiene algo, sea un auto o una casa, en el ambiente que lo rodea es lo más importante.

Lamentablemente muchas empresas caen en un fenómeno llamado Greenwashing, lo que en el barrio conocemos como una “lavadita de cara”. Esto sucede -por ejemplo- cuando aparece una estación de servicio regalándote una lamparita LED porque “les preocupa el planeta”. Muchachos, si les preocupa el planeta de verdad: no vendan nafta. No podemos seguir haciendo de cuenta que el petróleo nunca se va a acabar, el negocio de los hidrocarburos sólo los beneficia a ellos.

La huella de carbono de un auto convencional es de 80 grs. de CO2 por cada kilómetro que circula, en algunas ciudades -como Barcelona- los vehículos anteriores al 2001 ya no pueden circular más por la cantidad de gases que emiten y se estima que en diez años, los autos a nafta también van a empezar a prohibirse.

Pero de la misma manera que un auto, una casa también puede ser más sustentable.

En mayo, la Fundación Vida Silvestre emitió un comunicado reclamando que las represas dejen de ser consideradas fuentes “limpias” y “verdes” de generación de energía. Por suerte esto es algo sabido desde hace mucho tiempo en la tierra colorada, aquí hay una conciencia sobre temas como la biodiversidad que en otros lados no hay, y ya hace varios años que los misioneros votaron que NO se construyan más represas.

Y de eso se trata, de a poco, cada vecino podría producir su propia energía eléctrica. Los paneles fotovoltaicos cada vez son más económicos, y ya no necesitan que el día esté plenamente soleado para funcionar (puede estar nublado y andan igual). Como en la casa de nuestros abuelos, una casa sustentable puede obtener su propia agua, un molino de viento con una bomba y modernos filtros en la canilla o también ocuparse de los desechos cloacales con pozos de decantación y absorbentes, sin necesidad de contaminar arroyos ni ríos.

Incluso, algún hippie podría pensar en producir en su casa sus propios alimentos, sin glifosato, ni ningún agroquímico. Se podría organizar una comunidad de granjeros urbanos y si vos plantás zanahorias, podés hacer un canje con el vecino que planta lechuga y con el que planta mandioca, todo en la feria de tu barrio.

En definitiva, tenemos que cambiar nuestra mentalidad y empezar a pensar que la cosa así y como está no es sostenible en el tiempo, ni sustentable. El planeta ya está colapsando, hay animales y plantas en extinción, temperaturas de verano en el invierno y tormentas con inundaciones que hacen desmanes. Con pequeñas acciones, desde nuestro hogar o nuestro trabajo, pensemos una ciudad amigable con el ecosistema, que nos permita dejarle a las futuras generaciones un mundo mejor del que nos dieron.

Material complementario

Mi casa, mi huerta. Técnicas de agricultura urbana. Janine Schonwald y Francisco Pescio. INTA. Argentina, 2015.

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