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Ser o no ser profesor
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De los tres arquitectos más prestigiosos que hicieron su carrera en Argentina, sólo uno ejerció la docencia desde un aula, o un taller de la Facultad. Mario Roberto Álvarez se enojó con sus profesores cuando estudiaba arquitectura -mientras participaba del Centro de Estudiantes- y prometió nunca ser parte de ellos. Desde la humildad de un gran maestro, Clorindo Testa sentía que no tenía nada para ir a enseñar. Y el tercero es Justo Solsona, quien además de tener uno de los estudios que más trabaja, toda su vida fue docente, y aún hoy lo sigue siendo. Incluso a veces existe el prejuicio que quien se dedica a la docencia es porque no debe ser bueno en su trabajo independiente, y Solsona es un pilar en que nada está más alejado de eso.
A tal punto llega la vocación de docentes como Solsona que a finales de los 70, con los militares en el poder, las universidades públicas se vaciaron de ideas, algunos profesores se exiliaron, como el arquitecto Mario Corea en España, otros se fueron a universidades privadas, como el arquitecto Julián Sirolli en la UM de Morón. Pero hubo un grupo -con Jujo al frente- que decidió armar su propia academia, donde daban cursos para estudiantes de arquitectura y enseñaban sus teorías a las nuevas generaciones. Este instituto fue conocido coloquialmente como “la es-
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cuelita” y se convirtió en un hito de resistencia intelectual en la historia argentina. Recomiendo el documental al respecto que realizó la arquitecta Cristina Fernández para el ciclo Moderna Buenos Aires organizado por el Consejo Profesional de esa ciudad.
En Misiones, aproximadamente uno de cada diez matriculados se dedica a la docencia y los motivos por lo que lo hacen pueden ser muy variados, pero todos comprenden la importancia de facilitarle a una persona el poder aprender cosas nuevas y adquirir nuevas habilidades. Lamentablemente, el prestigio que tenía en la sociedad ser docente se ha ido perdiendo, reflejo de esto es que ya nadie lo haría ad-honorem. Y si de algo estamos todos de acuerdo, es que no conocemos a nadie que se haya vuelto millonario siendo profesor. Se trata, en definitiva, de una vocación de servicio por colaborar en el crecimiento del prójimo.
En la docencia se puede crecer por cuatro caminos paralelos:
Con Posgrados: es importante que los docentes se continúen formando permanentemente en sus disciplinas. Las especializaciones, las maestrías y los doctorados son requisito en las universidades para ir mejorando los roles a los que un docente puede aspirar. Los posgrados nos obligan a seguir estudiando y a seguir aprendiendo de la profesión.
Con Investigación: a través de institutos específicos o de las mismas facultades, se busca crear nuevos conocimientos. Desde que uno se inicia como investigador hasta poder dirigir un proyecto de investigación, diferentes entidades van patrocinando el tiempo dedicado a esta tarea. Las becas más conocidas son las del Conicet, que -luego de una serie de evaluaciones- por considerarla muy oportuna o adecuada, decide acompañar económicamente ciertas líneas de investigación.
Con capacitación pedagógica: la vieja escuela consideraba que ser un profesional con experiencia era suficiente para ser buen profesor, pero transmitir los conocimientos de una forma adecuada y -más difícil aún- evaluar cuánto sabe otra persona, es algo complejo que necesita
capacitación permanente. Las técnicas cambian, los contenidos evolucionan. Todos tuvimos un profesor que enseñaba con el mismo libro desde hace 40 años y eso ya no puede suceder, necesitamos siempre innovar.
Y por último, relacionándose con el medio: la carrera docente necesita involucrarse con la sociedad. Es sano para cualquier comunidad que los profesores publiquen sus trabajos, en revistas de divulgación científica y en publicaciones de interés general. Que expongan en conferencias, que participen con ponencias en congresos donde pueda intercambiar con sus colegas sus experiencias tanto para su disciplina, o temas sobre cómo enseñarla.
La docencia es una especialización de la carrera profesional que necesita ser más respetada. Incluso en muchas universidades dictan el posgrado en Docencia y Gestión Universitaria como una sola cosa y creo que ambas son bien diferentes y que deberían tratarse por separado, o en todo caso que la Gestión sea una subespecialización de la Docencia.
Es necesario que reflexionemos sobre el ser profesor. Que los profesionales comprendan que la docencia es una carrera a la que hay que dedicarse. Todos conocemos casos de arquitectos que se ocupan de lleno a su estudio, a sus obras y cuando llegan las últimas horas del día -como quien no quiere la cosa- también dan unas horas en alguna facultad, y encima son malas clases. La docencia necesita formación permanente y dedicarle tiempo, mucho tiempo, no sólo a preparar las clases, sino a perfeccionarse uno mismo como profesor. Pero antes que todo, la docencia necesita vocación.
Rafael Viñoly en el documental “La escuelita”. CPAU, 2017