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Qué es una pasión?

La pasión se trata de ese interés vivo que nos mueve a limites inusuales, el diccionario de la Real Academia Española lo relaciona con el amor y un poco también con cierto sufrimiento. Yo no entendía de que se trataba la pasión -ni estaba seguro de cuál era la mía- hasta que la vi en mi hermano Leandro.

Siempre que yo volvía tarde de alguna reunión social, un viernes o un sábado a la noche, solía encontrarlo a mi hermano mirando algún partido de fútbol, transmisiones de esas ligas insospechadas que emiten los canales de cable a las tres de la mañana y, sin embargo, él sabía encontrar allí algo interesante que valía la pena ver. Aunque fuera en la Primera C del torneo alemán, veía las jugadas o me mostraba algún jugador y me decía: “Mirá qué bueno ese mediocampista, cómo gambetea, estoy seguro de que en la próxima temporada lo vamos a ver jugando en la primera del Bayer Leverkusen”.

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Sus pronósticos no sólo suelen cumplirse, también me ayudaron a ver que a mí me pasaba lo mismo con la arquitectura.

A mí no me importa quién haya hecho un plano o cuándo, puedo quedarme horas estudiando el proyecto de cualquier edificio por sencillo que sea, viendo cómo resolvieron tal o cual cosa y estudiando “jugadas magis-

trales” que me gustaría intentar en mi próxima obra. Puedo ver diseños de gente joven y saber quién tiene más o menos talento. Igual que un apasionado de fútbol, yo también podría pasarme la noche en vela viendo una obra desconocida y encontrarle algo interesante o atractivo para ver.

Otra clase de pasión que me dio mi hermano fue cuando la AFA cerró las tribunas para evitar episodios de violencia y sólo podían asistir aficiones locales. Pero eso para él no fue un impedimento. Si el partido era un encuentro importante para River -el club de sus amores-, no tenía problema en ir a la popular de Boca a verlo, lo importante era ver cómo su equipo ganaba ese encuentro con sus propios ojos, aunque estuviera en el medio de La 12 y no pudiera gritar los goles. Estar ahí acompañando a sus jugadores era lo único que importaba.

En 2015 vino a Argentina el arquitecto tucumano César Pelli a dar una clase magistral en el Centro Cultural Recoleta, y sentí lo mismo que sentía mi hermano por River: yo tenía que estar ahí, como sea, para mí era todo. Iba a ser el Gran Maestro explicando su admirable proceso creativo. ¿Quién se lo perdería? Cuando llegué no había más entradas, así que intenté acreditarme como prensa de un diario universitario que había inventado diez segundos antes, pero tampoco pude ingresar.

Finalmente, decidí dar una vuelta a la manzana, buscando la puerta de atrás del escenario que diera a alguna calle lateral, esa por la que salen los artistas. Caminé y encontré abierto un portón enorme, lleno de escenografías. Asumí que era lo que buscaba e ingresé con la mayor naturalidad posible, recorrí tras bambalinas los auditorios del complejo y terminé adentro de la sala Villa-Villa viendo el espectáculo de Fuerza Bruta. Colado, por supuesto.

Esa vez lamenté que no pude verlo a Pelli, ese debe ser el sufrimiento que tienen las pasiones, aunque lo había visto personalmente otras veces, quería estar en este como si fuera el último. Pero confirmé que me pasaba con la arquitectura lo mismo que los hinchas en un superclásico.

Hoy en día conozco sobre arquitectos que nadie conoce y sé qué cosas lo caracterizan a cada uno, a qué movimiento pertenece, qué obras hizo. Porque me gusta, porque es mi pasión. Igual que mi hermano puede contarte sobre el semillero que tiene Gallardo en las inferiores de River Plate y el nombre de cada uno de ellos. Y cualquiera de los dos somos capaces de colarnos sólo por estar ahí presentes, en eso que nos gusta tanto.

Pude entender gracias a los amantes del fútbol de qué se trata una pasión y cuál era la mía. Comprendí que hay personas que harían esto y mucho más por el básquetbol, por la medicina o por la danza. En definitiva, por algo decía Steve Jobs que, si uno trabaja de lo que lo apasiona, sentirá que no trabaja ni un solo día de su vida.

Steve Jobs le habla a los graduados de Stanford, en 2005.

Otros apuntes sugeridos

Agradecimientos:

A Gonzalo Peltzer, Carlos Serenelli y a todo el equipo periodístico del diario El Territorio.

A Ana María Romano, Cecilia Ricci, Guillermo Kliczkowski y Emilio Lattes.

A Horacio Szeliga, Atilio Pentimalli, Zulma Cabrera, Daniel Melgarejo, Fernando Domínguez y Ricardo Cáceres.

A todos los colegas de la Facultad de Arquitectura, UCSF.

Y especialmente a mi familia.

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