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Nadie usa el living

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Lugares para vivir

Lugares para vivir

Muchas veces, empujados por los desarrolladores inmobiliarios, aceptamos diseños y construcciones que responden a un mercado anónimo, despersonalizado y que nada tienen que ver con aquellos espacios que realmente necesitamos para vivir. Incluso hasta desde lo constructivo, seguimos viendo el uso de materiales fríos para lugares que van a estar en contacto con nuestro cuerpo, por ejemplo a la salida de la ducha.

Los metros cuadrados de una casa se pueden distribuir de otra manera, más acorde a la vida actual. Un ejemplo contundente de esto lo plantea el arquitecto Jorge Sarquis cuando diseña -para su tesis doctoral- una casa sin living. Nos puede parecer un poco raro imaginar una casa sin living, pero el argumento es claro.

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Hoy, el espacio público de la casa, el lugar de encuentro con visitas, necesitamos que esté repartido dentro de las habitaciones. Así, mi hija puede estar ensayando un instrumento con una amiga en su habitación. Mi hijo puede estar con un vecinito jugando videojuegos, mientras los adultos miran una serie en la habitación. Nadie usa el living.

El espacio protagonista de esta familia -su lugar de encuentro- es el comedor diario, verdadero centro de la vida familiar. Siguiendo nuestra

tradición latina, serán las comidas el tiempo de reunión, de compartir vivencias, de hablar.

Es aquí cuando comprendemos que el living, con los sillones antiguos, con los portarretratos de viajes hechos o de quienes ya no están, se vuelve un espacio museo, un lugar de la casa que no participa de nuestra vida cotidiana sino que responde a esa necesidad de ser aceptados por la comunidad, de participar de la sociedad. Es lo que le mostraban nuestros abuelos a las personas que las visitaban.

Así, nos resulta claro comprender al arquitecto Sarquis cuando afirma en su tesis que el living es un fenómeno costumbrista, que pertenece al imaginario social y nada tiene que ver con la vida actual. Podemos destinar esos mismos metros cuadrados a otras actividades, dentro de una casa. O a la misma actividad que cumplía en el living, pero repartiendo un poco por todos lados.

Los dormitorios pequeños son molestos cuando los hijos crecen porque quieren tener su computadora y su escritorio. Las casas carecen de espacios adecuados para trabajar o para hacer yoga y gimnasia. Tenemos que recurrir a sótanos, entretechos o cocheras cuando son actividades centrales en el estilo de vida actual, pero las casas no los están reconociendo así.

En el Siglo XX, en las residencias se escondía la cocina, era un lugar tras bambalinas. La trastienda de un escenario que recibía al público. Eso hoy ya no es así, la cocina se muestra, se piensa para recibir gente. A muchos dueños de casa le gusta recibir a sus visitas mientras cocinan, como ese parrillero que conversa mientras da vuelta las achuras. Lo mismo sucede en muchos restaurantes donde la gente se sienta alrededor del cocinero a verlo, a conocer cómo prepara sus platos. Tal es el cambio cultural, que casi ninguno de nosotros se siente cómodo yendo a un restaurante donde no se ve la cocina. Donde no sabemos qué están haciendo, como lo están preparando, o si será o no tan limpio como lo imaginamos.

Es aquí cuando aparecen los lavaderos dentro de la cocina, otra rara cuestión que aceptamos como parte de los departamentos más modernos y no tiene ninguna explicación. Sería interesante que nos reformulemos ciertas propuestas actuales. La aparición del secarropa permitió reducir todo lo que eran espacios con sogas para tender la ropa. El lavadero reducido terminó integrándose a la cocina, cuando en realidad, el camino de la ropa sucia no es por la cocina, sino por el baño, y es junto a estos que deberíamos ubicar nuestros lavaderos actuales.

Por último, los balcones de nuestras casas tampoco son realmente expansiones, parecen más bien pasillos para macetas donde uno debe elegir entre entrar de pie o poner una bicicleta y esto no tiene sentido. Los balcones deben permitirnos disfrutar del aire libre, poder tender prendas si lo necesitamos y contar con espacio adecuado para sentarnos cómodamente con un amigo a tomar mate. Los balcones de compromiso, para cumplir, no sirven.

Lamentablemente -y salvo excepciones- las casas, a lo largo de los últimos 100 años, no se han ido adaptando a las necesidades reales de la gente, y esto no es culpa de los arquitectos, ni de sus comitentes. Es un problema cultural que entre todos deberíamos empezar a cambiar.

El Arq. Jorge Sarquis en 2018, en la FADU-UBA.

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