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La dignidad del adobe

Burkina Faso no tiene salida al mar, es uno de esos países que están literalmente en lo profundo del continente africano. Allí, en un pequeño pueblo de nativos llamado Gando -similar a una reserva aborigen- la gente vive con grandes limitaciones y tiene muchas necesidades, no hay escuelas y el estado está ausente.

En la década del 70, apenas 10 años después de que Burkina Faso dejara de ser una Colonia francesa, el jefe de la comunidad de Gando era el Sr. Keré. Era un líder muy consciente de las limitaciones de vivir en la aldea, por lo que decidió enviar a su hijo Francis a aprender a leer y escribir a una escuela en la capital del país, la ciudad de Ouagadougou. La idea del padre era que su hijo pudiera recibir y contestar la correspondencia que enviaban al pueblo. Quería que su hijo se forme y vuelva para servir a la comunidad.

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Francis se fue y pasaron los años, hizo la primaria y la secundaria lejos de su familia y hasta aprendió el oficio de carpintero.

Curiosamente, a los 18 años, ese oficio hizo que le ofrezcan una beca para ir a estudiar a una Universidad en Europa. Francis aceptó esa oportunidad y ya no volvió a Ģando.

Inteligente, dedicado y humilde, Francis viaja y se recibe de Arquitecto en la Tecnológica de Berlín. Es aquí cuando llega el verdadero momento de inflexión en su vida.

Sin dudas, tenía un futuro asegurado en el primer mundo, se le abría el acceso a una vida acomodada, a tener un trabajo estable, una casa, su auto propio. Algunos que lo conocían en la intimidad le decían “te salvaste de vivir en África, te aseguraste un futuro mejor”.

Pero Francis ahora sabía muchas cosas nuevas, cómo construir edificios, cómo ser el líder de un centenar de obreros en una construcción. Y nunca olvidó aquello que le había pedido su padre: que viajara, se educara y vuelva a servir a su comunidad.

Así fue como Francis Kere dejó su Audi y eligió volver a Gando. La realidad es que en su aldea no había nada. Ni ladrillos, ni baldosas, tampoco ventanas para construir. Por lo que el mismo tuvo que poner en práctica todo lo que sabía de carpintería y avanzar con lo que disponía en el lugar. A los hombres que sabían hacer ladrillos de barro secándolos al sol, les pidió que se pongan a trabajar. A los jóvenes que solo tenían su juventud les pidió que lo ayuden haciendo fuerza. A las mujeres que sabían hacer cestería les pidió que hagan paños para usar como puertas o cortinas con cañas, y a las que sabían hacer vasijas, que hagan aros de terracota para usarlos de agujeros en la pared o en el techo para que por ellos entre la luz.

El arquitecto tenía la confianza de su gente, ellos lo conocían desde que nació, era uno de ellos que había podido estudiar.

Así, entre todos, construyeron la primera escuela en Gando y el pueblo estuvo feliz de haberlo logrado todos juntos. Tan contentos estaban que lo miraron a Francis y le dijeron: ¿Por dónde seguimos?

En la página web del estudio Kere Arquitectos puede verse una gran galería de obras en Gando: La primaria, la secundaria, la huerta y el pozo de agua, la biblioteca y las casas para los maestros, todos hechos por la misma gente, en busca de su dignidad y un mejor futuro para sus hijos.

Hoy, muchos benefactores apoyan a Francis donando para que la comunidad siga creciendo por lo que puso en marcha una Fundación local. Y como arquitecto, Kere recibe premios distinguidos porque sus obras no contaminan, aprovechan las brisas del viento, usan doble techo como sombra y reflejan toda una serie de conocimientos aprendidos en Alemania que son aplicados en hacer construcciones sustentables admirables.

El caso de Francis debe llevarnos a reflexionar sobre el valor de nuestra tierra, y en su ejemplo podemos ver cómo en el Siglo XXI no hace falta grandes presupuestos en dólares para generar un cambio social. La inteligencia, el respeto y un pueblo unido, pueden sacar a la luz lo mejor de nuestro propio lugar, aún si está hecho con adobe.

Dando su conferencia TEDx, Francis Keré en 2015.

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