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2. PAN DEL CIELO

PAN DEL CIELO

“Pan del cielo” en la Escritura tiene una connotación lo mismo material, relacionada con el Antiguo Testamento, específicamente con el Maná que comió el Pueblo de Israel en el desierto, y otra, y con mayor énfasis, espiritual, relacionada con el Nuevo Testamento, específicamente con Cristo quien da vida eterna a todo aquel que acepta Su sacrificio redentor.

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Éxodo 16 1 Partió luego de Elim toda la congregación de los hijos de Israel, y vino al desierto de Sin, que está entre Elim y Sinaí, a los quince días del segundo mes después que salieron de la tierra de Egipto. 2 Y toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón en el desierto; 3 y les decían los hijos de Israel: Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos; pues nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud. 4 Y Jehová dijo a Moisés: He aquí yo os haré llover pan del cielo; y el pueblo saldrá, y recogerá diariamente la porción de un día, para que yo lo pruebe si anda en mi ley, o no. 5 Más en el sexto día prepararán para guardar el doble de lo que suelen recoger cada día. 6 Entonces dijeron Moisés y Aarón a todos los hijos de Israel: En la tarde sabréis que Jehová os ha sacado de la tierra de Egipto, 7 y a la mañana veréis la gloria de Jehová; porque él ha oído vuestras murmuraciones contra Jehová; porque nosotros, ¿qué somos, para que vosotros murmuréis contra nosotros? 8 Dijo también Moisés: Jehová os dará en la tarde carne para comer, y en la mañana pan hasta saciaros; porque Jehová ha oído vuestras murmuraciones con que habéis murmurado contra él; porque nosotros,

¿qué somos? Vuestras murmuraciones no son contra nosotros, sino contra Jehová. 9 Y dijo Moisés a Aarón: Di a toda la congregación de los hijos de Israel: Acercaos a la presencia de Jehová, porque él ha oído vuestras murmuraciones. 10 Y hablando Aarón a toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria de Jehová apareció en la nube. 11 Y Jehová habló a Moisés, diciendo: 12 Yo he oído las murmuraciones de los hijos de Israel; háblales, diciendo: Al caer la tarde comeréis carne, y por la mañana os saciaréis de pan, y sabréis que yo soy Jehová vuestro Dios. 13 Y venida la tarde, subieron codornices que cubrieron el campamento; y por la mañana descendió rocío en derredor del campamento. 14 Y cuando el rocío cesó de descender, he aquí sobre la faz del desierto una cosa menuda, redonda, menuda como una escarcha sobre la tierra. 15 Y viéndolo los hijos de Israel, se dijeron unos a otros: ¿Qué es esto? porque no sabían qué era. Entonces Moisés les dijo: Es el pan que Jehová os da para comer. 16 Esto es lo que Jehová ha mandado: Recoged de él cada uno según lo que pudiere comer; un gomer por cabeza, conforme al número de vuestras personas, tomaréis cada uno para los que están en su tienda. 17 Y los hijos de Israel lo hicieron así; y recogieron unos más, otros menos; 18 y lo medían por gomer, y no sobró al que había recogido mucho, ni faltó al que había recogido poco; cada uno recogió conforme a lo que había de comer. 19 Y les dijo Moisés: Ninguno deje nada de ello para mañana. 20 Más ellos no obedecieron a Moisés, sino que algunos dejaron de ello para otro día, y crio gusanos, y hedió; y se enojó contra ellos Moisés. 21 Y lo recogían cada mañana, cada uno según lo que había de comer; y luego que el sol calentaba, se derretía.

22 En el sexto día recogieron doble porción de comida, dos gomeres para cada uno; y todos los príncipes de la congregación vinieron y se lo hicieron saber a Moisés. 23 Y él les dijo: Esto es lo que ha dicho Jehová: Mañana es el santo día de sábado, el reposo consagrado a Jehová; lo que habéis de cocer, cocedlo hoy, y lo que habéis de cocinar, cocinadlo; y todo lo que os sobrare, guardadlo para mañana. 24 Y ellos lo guardaron hasta la mañana, según lo que Moisés había mandado, y no se agusanó, ni hedió. 25 Y dijo Moisés: Comedlo hoy, porque hoy es día de reposo[b] para Jehová; hoy no hallaréis en el campo. 26 Seis días lo recogeréis; mas el séptimo día es día de reposo; en él no se hallará. 27 Y aconteció que algunos del pueblo salieron en el séptimo día a recoger, y no hallaron. 28 Y Jehová dijo a Moisés: ¿Hasta cuándo no querréis guardar mis mandamientos y mis leyes? 29 Mirad que Jehová os dio el día de sábado, y por eso en el sexto día os da pan para dos días. Estese, pues, cada uno en su lugar, y nadie salga de él en el séptimo día. 30 Así el pueblo reposó el séptimo día. 31 Y la casa de Israel lo llamó Maná; y era como semilla de culantro, blanco, y su sabor como de hojuelas con miel.

La lectura bíblica de Éxodo 16:1-31 contiene la narración de la primera vez que Dios dispone dar a su pueblo el Maná en el desierto, ese pan que del cielo se les proporcionaría para su alimentación, esto haciendo referencia al sentido material de la expresión pan del cielo. Por su parte el texto áureo de Juan 6:49-50 trae la referencia de ese pan del cielo, Cristo, que quien lo comiera no moriría, en contraposición con aquello que comieron del Maná el cual, por ser material, no podía dar mayor vida que la que la alimentación proporciona.

Juan 6:49-51 Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron.

Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera.

Las referencias del texto áureo de Juan 6:49-50 a éxodo 16:1-31 permite entender y establecer la correlación existente escrituralmente hablando. En este sentido podemos ver que hay tres grandes similitudes: la primer similitud es que tanto el pan del cielo material, el Maná, como el pan del cielo espiritual, Cristo, son dados por Dios no conseguidos por nosotros, por nuestro esfuerzo, por nuestra piedad, por nuestra espiritualidad.

La segunda similitud, y que está relacionada con la primera, es que en ambos casos tanto el pan material como el pan espiritual eran dados por Dios de forma gratuita, gratuita para nosotros pues no hemos hecho nada para ser merecedores de esto, sobre todo en el caso de la salvación, pero no gratuita en el sentido absoluto pues se tuvo que pagar por ella con el sacrificio redentor de nuestro Señor Jesucristo.

Y la tercer similitud, y muy importante, es que a la par que Dios proporcionaba pan, sea en el sentido material o en el sentido espiritual, traía aparejado una obediencia que se tenía que demostrar. En el caso del pan material, el Maná, tal como señala Éxodo 16:4, la condicionante era recoger doble ración en el día sexto para descansar el séptimo (por cierto, esta es una evidencia de como la observancia del sábado estaba vigente como parte de la Ley de Dios, Sus Diez Mandamientos, antes que estos fuesen dados en Éxodo 20); en el caso del pan espiritual, Cristo, la condicionante se mantiene, a saber, cumplir con la Ley de Dios engrandecida por el testimonio de Jesús.

Es así como Dios nos da gratuitamente la salvación pero debemos demostrar con una vida de santidad que estamos dispuestos a vivir como Él quiere y aquí es

donde podemos encontrar un muy gran problema pues cualquiera de nosotros, viendo los errores, las torpezas, las cobardías, vamos los pecados que cometemos, podrá desanimarse al ver que estamos muy lejos de ser santos y perfectos, ¿cómo conciliar esto? La respuesta nos la da Éxodo 16:28 cuando Dios le reclama a Su pueblo por salir en el día séptimo a buscar Maná a pesar de que Él se los había prohibido y no solo prohibido sino que el sexto día les había dado doble ración para que pudiesen cumplir con esa ordenanza: “¿hasta cuándo no querréis obedecer mis mandamientos?” Esa es la clave: una cosa es ser rebelde, como el pueblo de Israel y negarse a cumplir con lo que Dios espera de nosotros y otra muy distinta esforzarnos en ello aunque por nuestra propia carnalidad caigamos y nos levantemos, preocupados deberemos estar cuando caídos no nos importe seguir así despreciando de esta forma la salvación otorgada y con ello las promesas entregadas.

Ahora bien, y esto hay que aclararlo, el ser carnales en este siglo no exime de esforzarnos por demostrar al Padre que realmente queremos ser lo que Él pensó para nosotros desde la eternidad, para ello, como señala Juan 6:53-54, debemos comer la carne de cristo y beber Su sangre, “Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” .

Comer la carne de Cristo y beber Su sangre es algo que ha confundido a muchos que diciéndose cristianos no forman parte de la iglesia de Dios. El pan y el vino de la Santa Cena no son la carne y la sangre de Cristo sino solo Sus emblemas, aquello que simboliza ese cuerpo que habría de ser quebrantado y esa sangre que habría de ser derramada, entonces ¿a qué se refiere la escritura con comer la carne de Cristo y beber Su sangre?

No hay muchas referencias sobre lo que este término pudiese implicar, pero las que hay permiten entender a qué se refiere. Génesis 2:16-17 y 3: 1-7 refieren de la

prohibición, y su posterior violación de dicha prohibición, de comer del árbol de la ciencia del bien y el mal, de igual forma Revelación 17:16 nos presenta a los diez reyes de los postreros días que entregarán a la Bestia su poder comiendo la carne de la ramera, estas dos citas permiten entender que comer a algo o a alguien implica hacerse uno con eso, adquirir sus características. Nuestro Padre ha diseñado todo para que incluso de manera natural pueda entendérsele y en la vida el comer implica adquirir las características de aquello que se ingiere, así, si comemos comida no sustanciosa, no nutritiva, adquiriremos las deficiencias de dicha alimentación acarreando sobre nosotros debilidad y enfermedades, pero al contrario comer alimentos sanos y nutritivos nos volverá como aquello que consumimos, personas con energía y salud. Es así como el comer la carne de Cristo y beber Su sangre implica adquirir las características de Cristo, nutrirnos a través de la Palabra escrita y de la Palabra hecha carne, guardando los mandamientos de Dios y el testimonio de Jesús, para ser hallados a Su regreso llamados, escogidos y fieles.

Pero esto no termina aquí, 1 Pedro 2:1-2 exhorta a procurar la leche espiritual para crecer en salvación, “desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones, desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación”, ¿cómo podemos crecer para salvación? 1 Timoteo 4:11-16 señala aspectos como predicar, enseñar, no descuidar los dones sino aprovecharlos, velar, perseverar y obrar.

1 Timoteo 4 11 Esto manda y enseña. 12 Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza. 13 Entre tanto que voy, ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza.

14 No descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía con la imposición de las manos del presbiterio. 15 Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos. 16 Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren.

Pero para ello, es decir, para crecer, necesitamos pasar de la leche espiritual, las doctrinas básicas de la fe, rudimentos de la doctrina de Cristo, como las llama Pablo en Hebreos 6:1, a el alimento sólido, que Pablo menciona en 1 Corintios 3:2, la plenitud de la estatura de Cristo, como lo indica Pablo en Efesios 4.13; es por eso que Pablo exhorta en 1 Tesalonicenses 4:1 a vivir conforme a la doctrina predicada por él pero a progresar aún más, esto a través del estudio, la meditación, la oración y sobre todo a través de poner por obra la fe que expresamos tener, ya que, al igual que en nuestra vida natural, si solo comemos pero no tenemos actividad se genera en nosotros pernicioso para nuestra salud.

Que el Santo Espíritu de nuestro Padre Dios que mora en nosotros nos ilumine y fortalezca para vivir alimentándonos cada día con el pan del cielo, la palabra escrita y la palabra hecha carne, a avanzar de la leche espiritual al alimento sólido, a crecer en conocimiento de Dios y Su Hijo, y a poner por obra la fe que profesamos, conforme a la voluntad del Padre y para Su mayor gloria en Cristo Jesús.

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