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14.EL ESPÍRITU SANTO

EL ESPÍRITU SANTO

“El Espíritu Santo” hace referencia precisamente a esa promesa que después de la ascensión de Jesús a los cielos se ha venido cumpliendo en quienes responden al llamado del Padre respecto de que el Espíritu de Dios vendría a morar en cada uno para edificación de los hijos de Dios.

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La Lectura Bíblica de Romanos 8:1-17 establece una diferencia entre aquellos que son guiados por la carne —detrás de lo cual siempre se encuentra el Enemigo, el Mundo o nuestras propias concupiscencias— y aquellos que son guiados por el Espíritu, entendido esto no como el espíritu del hombre sino como el Espíritu de Dios que mora en cada uno, de igual forma dicha lectura presenta tanto el proceso como el resultado que de ser guiado sea por la carne o por el Espíritu trae.

Romanos 8 1 Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. 2 Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. 3 Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; 4 para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. 5 Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. 6 Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. 7 Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; 8 y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.

9 Más vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. 10 Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, más el espíritu vive a causa de la justicia. 11 Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros. 12 Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; 13 porque si vivís conforme a la carne, moriréis; más si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. 14 Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. 15 Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! 16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. 17 Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.

El Texto Áureo de Lucas 11:13 arroja luz sobre el tema al señalar que lo que uno puede hacer, obvio: actuando congruentemente y en consecuencia, es pedir ese Espíritu al Padre el cual dará a quienes así hagan, “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?”

Sin duda alguna que el tener el Espíritu de Dios trae grandes bendiciones a la vida del creyente. Trae a su vida sabiduría, doctrina, razones prudentes, consejos de

prudencia, justicia, juicio y equidad, sagacidad, inteligencia y cordura, y entendimiento de proverbios, declaraciones, palabras de sabios y dichos profundos (Proverbios 1:2-4); esto porque es el mismo Espíritu que en Cristo reposó con sabiduría e inteligencia, consejo y poder, y conocimiento y temor de Dios (Isaías 11:1-2). De igual forma, es el Espíritu de Dios quien habilita al creyente para que persistiendo en la doctrina y escudriñando en la Palabra las verdades reveladas, las proclame para la mayor gloria de Dios, para edificación del Cuerpo de Cristo y para testimonio ante las naciones, “Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza. Entre tanto que voy, ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza. No descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía con la imposición de las manos del presbiterio. Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos. Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren” (1 Timoteo 4:12-16). Pero sin duda alguna, tal vez la mayor promesa, la mayor esperanza que posee el creyente, es que el tener el Espíritu de Dios permite esperar esa resurrección, esa transformación gloriosa como hijos de Dios, “y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros” (Romanos 8:11).

Con todo y todo tres aclaraciones son pertinentes. La primera tiene que ver con la manera en que el Espíritu de Dios viene a cada creyente, la segunda tiene que ver con la función del Espíritu de Dios en cuanto a guiarnos a la verdad plena, y la tercera tiene que ver con la acción del Espíritu en cada creyente y la función de dicho creyente aunada a dicha acción.

Respecto de la primera aclaración, es decir, la manera en que el Espíritu de Dios viene a cada creyente, el Texto Áureo señala claramente que es el Padre quien lo da a quien lo pide. Esta cita no debe malentenderse en el sentido de que lo único

que se necesita para que el Padre otorgue Su Espíritu a quien así lo quiera, es pedirlo. Algo similar pasa con quienes leyendo en Hechos 16:31, “ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa”, que para ser salvos se requiere aceptar a Cristo, dejan de lado todo lo demás que la misma Escritura señala, en este caso, arrepentirse y ser bautizados, “Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38); de igual forma, en el caso del Espíritu Santo, este viene al creyente cuando, una vez bautizado, las manos le son impuestas para ello, “Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo” (Hechos 8:17). Más sin embargo, una vez aceptado el llamado del Padre y habiéndose bautizado para perdón de los pecados y recibido el Espíritu de Dios, el creyente puede, más ben debe seguir pidiendo el Espíritu de Dios para que éste lo edifique, entendiendo que dicha petición será atendida para aquellos que demuestren obediencia a Dios, “y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen” (Hechos 5:32).

Respecto de la segunda aclaración, la función del Espíritu de Dios en cuanto a guiarnos a la verdad plena, esta promesa está contenida tanto en Juan 14:26, “más el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho”, como en Juan 16:12-15, “tengo mucho más que decirles, pero en este momento sería demasiado para ustedes. Cuando venga el Espíritu de la verdad, él los guiará a toda verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que dirá todo lo que oiga, y les hará saber las cosas que van a suceder. Él mostrará mi gloria, porque recibirá de lo que es mío y se lo dará a conocer a ustedes. Todo lo que el Padre tiene, es mío también; por eso dije que el Espíritu recibirá de lo que es mío y se lo dará a conocer a ustedes”, más sin embargo la misma requiere e implica cautela, ¿por qué?, porque la misma Escritura y la misma historia de la iglesia presenta a miembros de esta que dedicados al estudio de la Palabra se han decantado por doctrinas extrañas al grado de terminar saliendo del Cuerpo de Cristo,

¿entonces?, la misma Escritura nos lo dice cuando en Romanos 12:6 señala que el ejercicio del don de profecía —no entendido este término en su acepción particular de ver el futuro sino en su significado más amplio de profesar, es decir, de comprender y enseñar— debe hacerse en la medida de la fe, es decir, el creyente está llamado a estudiar la Palabra, a meditarla, y la revelación que por el Espíritu vaya obteniendo debe siempre contrastarla con la doctrina de la iglesia para no errar, ¿por qué esto?, porque seguimos siendo carnales y sujetos estamos a las acechanzas del Enemigo, del Mundo o de nuestras propias concupiscencias, de hecho este consejo Dios mismo lo dio cuando referido a los profetas que se levantaban a aquel tiempo en Su pueblo, Él les decía que contrastaran todo lo que les dijeran con la Ley y el Testimonio, “¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Isaías 8:20) lo cual tiene un fuerte referente con la definición que el último libro de la Escritura da para los santos: aquellos que guardan la Ley de Dios y el Testimonio de Jesús, “entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer; y se fue a hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo” (Revelación 12:17), “aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Revelación 14:12).

Por último, en cuanto a la tercera aclaración referida a la acción del Espíritu en cada creyente y la función de dicho creyente aunada a dicha acción, hay que señalar que ni todo se ha dejado para que el Espíritu lo haga, ni todo es responsabilidad del creyente, pero que asombrosa, milagrosa, divinamente pues, ha sido establecido por el Padre para que ambos actúen de manera armoniosa en los elegidos. Una visión clara de esto lo dan los términos referidos a los dones del Espíritu (1 Corintios 12:7-11) y los frutos del Espíritu (Gálatas 5:22).

1 Corintios 12 7 Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho.

8 Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; 9 a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu. 10 A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas. 11 Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere.

Gálatas 5:22 Más el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe

Un don es algo que se recibe, no algo que uno produce, pero al contrario, un fruto es algo que uno consigue por el esfuerzo, la dedicación. Palabra de sabiduría, palabra de ciencia, fe, sanidades, milagros, profecía, discernimiento de espíritus, todos estos son dones dados libremente por el Espíritu a los miembros del Cuerpo de Cristo, uno no puede hacer nada para desarrollarlos en uno mismo, pero sí puede pedirlos al Padre, “y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada” (Santiago 1:5); por el contrario amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza, todos estos son frutos del Espíritu los cuales, como es más que evidente, requieren de nuestra participación para que vengan a realización, es así como en cada elegido el Espíritu pone dones, dones que deben ser trabajados para producir frutos, trabajo en el cual el mismo Espíritu nos guía, nos fortalece, nos edifica, nos perfecciona.

Que el Santo Espíritu de nuestro Padre Dios que mora en nosotros nos ilumine y fortalezca para vivir en el Espíritu, pidiéndolo constantemente al Padre para que nos guíe en nuestro andar por el Camino, no contristándolo para que no nos sea

retirado sino al contrario, dejando nos use, mediante la instrucción, la oración y la meditación, en nuestra propia edificación y permitiendo ser el canal para llevar las verdades de salvación, las verdades de comprensión y las verdades de motivación a los demás, poniendo así a trabajar los dones que por su medio se nos han dado para dar frutos de excelencia de perfección y santidad, conforme a la voluntad del Padre y para Su mayor gloria en Cristo Jesús.

CRISTO EN VOSOTROS

“Cristo en vosotros” hace referencia tanto al proceso como al resultado que por medio del Espíritu de Dios se está realizando en nosotros en el presente siglo: llevarnos, como dice la Escritura en Efesios 4:13, “a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”.

La Lectura Bíblica de Colosenses 1:5-29 habla precisamente de dicho proceso, de la manera en que uno puede participar de él, y del objetivo del mismo, lo que finalmente se conseguirá.

Colosenses 1 5 a causa de la esperanza que os está guardada en los cielos, de la cual ya habéis oído por la palabra verdadera del evangelio, 6 que ha llegado hasta vosotros, así como a todo el mundo, y lleva fruto y crece también en vosotros, desde el día que oísteis y conocisteis la gracia de Dios en verdad, 7 como lo habéis aprendido de Epafras, nuestro consiervo amado, que es un fiel ministro de Cristo para vosotros, 8 quien también nos ha declarado vuestro amor en el Espíritu. 9 Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, 10 para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios; 11 fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad; 12 con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz;

13 el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, 14 en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados. 15 Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. 16 Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. 17 Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten; 18 y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia; 19 por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud,

De igual forma, el Texto Áureo de Colosenses 1:27 resume lo anterior cuando señala que “Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”, es decir, un proceso mediante el cual uno va adquiriendo conocimiento, no mundano, sino divino, que permite la transformación de uno física, mental, emocional y espiritual, hasta llevarnos a reflejar a Cristo mismo, quien es a su vez imagen del Dios invisible, como señala Colosenses 1:15, “Él [Cristo] es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación”, o dicho de otra forma, para llegar a estar llenos del conocimiento de la voluntad de Dios en sabiduría e inteligencia espiritual, como señala Colosenses 1:9, “Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual” .

Y aquí radica el centro de todo este proceso pues ese adquirir conocimiento es lo que permite que el mismo se dé, pero hay que entender que este adquirir conocimiento no se refiere únicamente a las cuestiones cognitivas, mentales, sino que debe permear todo nuestro ser hasta incidir en nosotros física, mental,

emocional y espiritualmente, es por ello que además de crecer en la fe la Escritura nos insta a ponerla por obra, a testimoniar esa fe, a proclamarla.

Este proceso se vislumbra cuando Romanos 6:4-6 señala que en Cristo, simbólicamente con el bautismo, se ha sido sepultado, “porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado”; pero de igual forma señala que así como se ha sido sepultado en Cristo, de igual forma se guarda la esperanza de en Él ser resucitados; y 1 Corintios 15:43-44 es más claro cuando señala, respecto de esto, que primero se siembra lo natural, pero que luego se cosecha lo espiritual, “se siembra en deshonra, se resucita en gloria; se siembra en debilidad, se resucita en poder; 44 se siembra un cuerpo natural, se resucita un cuerpo espiritual. Si hay un cuerpo natural, hay también un cuerpo espiritual” .

Este llamado al que se ha respondido nos ha llevado a forma parte del Cuerpo de Cristo, Su iglesia, como señala Efesios 5:30, “porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos” y 1 Corintios 12:12-14, “Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo. Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu. Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos”. Así, siguiendo el símil que establece la Escritura en estas citas, si uno deja de ser parte de la iglesia, deja de ser parte del Cuerpo de Cristo. Ahora bien, en ambos casos, es decir, siendo parte de la iglesia, del Cuerpo de Cristo, o no siendo parte de ella, hay que tener claridad de la seriedad, de la gravedad de cualquiera de las dos decisiones ya que siendo

parte estamos llamados a ser perfecto y santos, no tibios o mediocres, y si no se es parte la expectativa que queda es la condenación.

En este punto hay que aclarar que este formar parte de la iglesia no quiere decir simplemente estar en ella, seguirse congregando, sino en tener en nosotros, como parte de la iglesia, ese espíritu de caridad, de fraternidad de unos con otros que permita la edificación mutua, ¿o podrá alguien creer que sólo con ser parte de la iglesia ya se es uno con el Cuerpo de Cristo cuando se genera, participa, se validan murmuraciones, juicios, rebeldías, condenaciones y un actuar que más que claro es antiescritural de unos para con otros? No nos engañemos, esto no es así y quien así actúa, aunque siga en la iglesia, ha dejado de ser parte de ella ya que, siguiendo el símil que la Escritura presente respecto de esto, los miembros del cuerpo no pueden estar divididos entre sí ni mucho menos enfrentados con el cuerpo.

Siguiendo con el tema, se comentó al inicio que la Escritura permite entender el proceso que en nosotros se está llevando, la manera en que uno puede participar en él, y los resultados que del mismo se espera.

Este proceso es pasar de lo animal a lo espiritual, como señala 1 Corintios 15:46, “más lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual”, e implica renovar nuestro entendimiento, como señala Romanos 12:2, “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” y Efesios 4:23, “y renovaos en el espíritu de vuestra mente”; este renovar nuestro entendimiento se refiere a adquirir conocimiento, no mundano, sino divino, que permita ser accesado en nuestra esencia misma y transformarnos física, mental, emocional y espiritualmente, hasta que, como dice Gálatas 4:19, Cristo sea formado en nosotros, “hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros”. De nuevo: este adquirir conocimiento no se circunscribe a lo cognitivo, a procesos mentales, sino

a todo nuestro ser, a esa comprensión que a base de entendimiento y ejercicio de las verdades reveladas nos cambia, nos transforma física, mental, emocional y espiritualmente hablando, siendo que podemos incidir en ello positivamente, como de nosotros se espera, o negativamente, como el Enemigo, el Mundo y nuestra propia concupiscencia nos impele.

Esta nuestra participación es decisiva, de hecho es esperada, más bien: exigida por el Padre para que dicho proceso se lleve a cabo, ¿y cómo participamos de ella?, todo lo que vemos, oímos, hablamos, decimos, hacemos, pensamos o sentimos nos van transformando en nuestra esencia, todo ello coadyuva o entorpece el propósito de Dios, pues como dice 1 Corintios 10:23, “todo me es lícito, más no todo me edifica”, en este sentido cada quien debe evaluar a la luz de esta instrucción aquello con lo que se está nutriendo: música, videos, películas, programas, lecturas, conversaciones, vestimentas, modas, pensamientos, acciones, emociones, todo participa, positiva o negativamente, en este proceso de transformación al que hemos sido llamados.

Ahora bien, como este conocimiento –en su acepción más amplia referida a la comprensión de verdades divinas que incide en cada uno física, emocional, intelectual y espiritualmente– no es mundano, sino divino, se contrapone con nuestra naturaleza pecaminosa, pero además se contrapone con los designios del Enemigo y con las intenciones del Mundo, lo cual genera tribulación, pruebas, pero como dice Romanos 5:3-5, incluso esas adversidades obran para edificación en uno en tanto uno siga en el Camino y manteniéndose fiel se esfuerce por alcanzar las promesas del Padre, “y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia,

prueba; y la prueba, esperanza;

y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado”, por lo que incluso en estas adversidades uno debe estar gozoso pues si estamos en las manos de Dios incluso esto será para nuestro bien, para nuestra edificación, para nuestro perfeccionamiento, para nuestra santificación.

Esto es importante comprenderlo claramente pues permite entender las tribulaciones por las que en el presente siglo se padecen, la manera en que uno de manera consciente, deliberada, con propósito pues, puede participar de este proceso, y lo que se espera del mismo, a saber: el cumplimiento de las promesas que del Padre se han recibido.

Con todo y todo hay que entender, que comprender, que si bien nuestra participación es esperada, exigida para que este proceso se lleva a cabo, ésta no es definitiva ni definitoria para lograr el mismo, eso es imposible para uno, pero no imposible para Dios, pero esa participación evidencia nuestro deseo de alcanzar lo que el Padre pensó para cada uno de nosotros desde la eternidad y nos habilita para acceder a las promesas que se nos han hecho.

Dios, como menciona 1 Corintios 1:26-31, escogió lo débil, menospreciado y vil del mundo para llevarlo a la perfección y la santidad, a la plenitud de Cristo, “pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia. Más por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor”, como señala Efesios 4:13 “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”, así que con humildad no se debe olvidar uno de donde ha venido, pero con gozo y esperanza no debe de dejar de poner la mirada en la promesas que del Padre se han recibido.

Que el Santo Espíritu de nuestro Padre Dios que mora en nosotros nos ilumine y fortalezca para vivir en el entendimiento del proceso que en el presente siglo se está llevando en cada uno para llevar de lo mortal a lo inmortal, de lo imperfecto a

lo perfecto, de lo pecaminoso a lo santificado, de lo que ahorita somos a reflejar a Cristo en nosotros, entendiendo que nuestra participación en ello es requerida, exigida más bien, y que esta participación está dada por lo vemos, oímos, hablamos, hacemos, pensamos y sentimos, siendo que si somos guiados por la Palabra, escrita y hecha carne, todo lo que somos, hacemos y tenemos actuará para llevarnos a alcanzar las promesas que de Dios hemos recibido, conforme a la voluntad del Padre y para Su mayor gloria en Cristo Jesús.

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