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17.POR QUÉ NECESITAMOS LA LEY DE DIOS

POR QUÉ NECESITAMOS LA LEY DE DIOS

“Por qué necesitamos la Ley de Dios” hace referencia precisamente a la necesidad que tenemos de guía en nuestra vida para vivirla de manera perfecta y santa tal como es la voluntad del Padre, lo interesante del título de la lección de este sábado es que el mismo dice por qué no para qué lo cual se comentará más delante.

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La Lectura Bíblica de Santiago 2 contiene dos grandes apartados a manera de instrucción, el primero donde se señala que no es de un hijo de Dios hacer acepción de personas y el segundo donde se declara de manera contundente que la fe sin obras es una fue muerta, con todo y todo ¿qué tiene que ver el no hacer acepción de personas con la cuestión de poner por obra nuestra fe?, esto lo veremos más delante.

Santiago 2 1 Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas. 2 Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y con ropa espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso, 3 y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: Siéntate tú aquí en buen lugar; y decís al pobre: Estate tú allí en pie, o siéntate aquí bajo mi estrado; 4 ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos pensamientos? 5 Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman? 6 Pero vosotros habéis afrentado al pobre. ¿No os oprimen los ricos, y no son ellos los mismos que os arrastran a los tribunales? 7 ¿No blasfeman ellos el buen nombre que fue invocado sobre vosotros?

8 Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis; 9 pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores. 10 Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos. 11 Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también ha dicho: No matarás. Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley. 12 Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad.

13 Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio. 14 Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? 15 Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día,

16 y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? 17 Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma.

18 Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras. 19 Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan.

20 ¿Más quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta? 21 ¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? 22 ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras?

23 Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios. 24 Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe. 25 Asimismo también Rahab la ramera, ¿no fue justificada por obras, cuando recibió a los mensajeros y los envió por otro camino? 26 Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta.

De igual forma, el Texto Áureo de Salmos 119:105 arroja luz sobre el tema en cuestión al declarar que la Palabra de Dios es lámpara a nuestros pies, lumbrera que ilumina nuestro camino, “lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino”.

A diferencia de aquellas congregaciones que separadas de la verdadera iglesia no tienen en sí la verdad revelada y que sostienen, por un lado que la salvación viene de gracia o por otro que las obras son las que ganan dicha salvación, nuestra iglesia sabe que se ocupa de ambas, a saber: de la fe y de las obras. La salvación viene por fe en el sacrificio redentor de Jesús, pero una vez salvos somos llamados a testimoniar esa fe con obras de justicia, siendo que ambas son requeridas para todo hijo de Dios. Por eso el Texto Áureo presenta a la Palabra de Dios como lámpara a nuestros pies, como lumbrera para nuestro camino, ya que dicha imagen implica que la Palabra alumbra pero que de nosotros se requiere que avancemos en nuestro andar.

¿Has pensado en ello? Imagina que estás en despoblado y que te alcanza la noche. Todo alrededor está completamente oscuro, en tinieblas, ¿qué tendrías que hacer para caminar?, encender alguna luz, pero ¿qué pasa si no avanzas, si te quedas en un mismo lugar?, ¡dicha luz se vuelve innecesaria, incluso puedes apagarla y no pasa nada pues ya conoces el lugar donde has decidido quedarte!, siendo así ¿para qué seguir alumbrándolo? La imagen de una lámpara a nuestros

pies, de una lumbrera para nuestro camino sólo tiene sentido si es que se avanza, si es que anda por dicho camino, siendo ahí dónde reside el valor de la Ley de Dios: guiarnos en nuestro andar, en nuestro caminar.

En hebreo hay algunas palabras que están relacionadas con el concepto de pecado. Sin embargo, la principal palabra –hay otras, por supuesto– utilizada para describir el pecado es הטר hatáh cuyo sentido básico es el de "errar el blanco, equivocar el camino", o aún "quedarse por debajo del estándar". Así, la utilidad de la Ley de Dios no es granjearnos la salvación, esa deviene por el sacrificio redentor de Jesús, sino de indicarnos aquello que está mal, que es un error, que nos hace equivocar el blanco de la perfección y la santidad, que nos desvía del camino de Dios, pues como dice Romanos 3:20 por medio de la ley viene el conocimiento del pecado, es por eso que la Escritura define 1 Juan 3:4 el pecado como es la transgresión de la Ley.

Es en este punto donde puede verse porque el título de este apartado dice por qué necesitamos la Ley de Dios, por qué no para qué, ya que la Ley nos es dada para acceder un conocimiento que no podríamos por nosotros mismos señalando aquello que es contrario a la voluntad de Dios, pero el para qué, a saber: cumplirla, ponerla por obra, no es dada por la Ley misma sino que sólo es posible gracias al Espíritu de Dios, dicho de otra forma la Ley de Dios nos es dada –el por qué– para saber lo que está mal, pero el hacer el bien –el para qué– sólo es posible con el Espíritu del Padre, es decir, la Ley de Dios nos dice cómo no errar el blanco pero para dar en él se requiere del Espíritu de Dios.

Con todo y todo Santiago 2:10 contiene una expresión que para nuestra naturaleza puede llegar a no ser comprensible: quien falta en un solo de los mandamientos se hace culpable de violar todo, “porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos.”, ¿cómo puede ser esto posible? Si uno va en su auto y se pasa un semáforo en rojo, el policía que lo detenga lo multará por eso, pero no comenzará a levantarle multas por

todos los delitos que contenga el reglamento de tránsito ya que no violó todos los preceptos sino sólo uno, ¿por qué no es igual en el caso de la Ley de Dios? Porque las leyes humanas, a diferencia de la Ley de Dios, son imperfectas, puede incluso disgregarse, pero en el caso de la Ley de Dios ésta es completa, total, plena, perfecta y santa, no puede disgregarse, no puede pretenderse violarla en un punto pero cumplir los demás, el pecado nos mancha completamente y nuestras obras, aunque cumplidoras del resto de los mandamientos, se manchan con nuestra iniquidad. Veámoslo así: la Ley de Dios es como si tuviéramos un globo, no podemos pretender pinchar con un alfiler una parte del globo y pretender que el resto no se reviente, todo el globo se reventará pues el mismo es un todo y un pinchazo en cualquier parte del mismo lo daña completamente, de igual forma la Ley de Dios es un todo completo, total, perfecto y santo, darle un pinchazo, mediante el pecado, a uno de los mandamientos pretendiendo dejar intocados el resto sólo es engañarnos a nosotros mismos pues ese pinchazo termina por reventar ese globo que es la Ley de Dios.

La Ley de Dios es necesaria para la vida eterna como dice Mateo 19:16-19, es una Ley dada para nuestra libertad como dice Santiago 2:9-12, es santa, justa y buena como dice Romanos 7:12, y nos da entendimiento, comprensión y sabiduría como dice Salmos 119:98-100, claro: siempre y cuando no sólo se conozca sino que se ponga por obra, y es en este punto donde puede entenderse por qué la primera parte de la Lectura Bíblica menciona que no hay que hacer acepción de personas, ya que quien viva de esta forma no puede caer en esto que la Escritura condena. Más sin embargo, sobre esto –a saber: no hacer acepción de personas–, hay que aclarar que no sólo se refiere a la cuestión material de alguien que tenga posesiones o riquezas sino que también tiene una dimensión espiritual que cuidar, después de todo, como dice Romanos 7:14, la Ley es espiritual, ¿y cuál es esa dimensión espiritual?, la misma Lectura Bíblica lo señala cuando en el versículo 5 señala que Dios ha escogido a los pobres según el mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino venidero. Es así como el no hacer acepción de personas no sólo tiene un carácter material basado en las riquezas o posesiones

que alguien tenga, sino también tiene un carácter espiritual basado en las riquezas inmateriales –conocimiento, testimonio o frutos espirituales– que se tenga. Todos en la iglesia somos valiosos a los ojos de Dios, pero si uno hace acepción de tal o cual hermano porque tiene mucho conocimiento espiritual porque su testimonio es un verdadero faro de luz o porque sus frutos son abundantes, igual estaremos haciendo acepción de personas y esta acepción es aún más sutil que la material. Pero bueno, ¿qué no dice 1 Timoteo 5:17 que aquellos ministros que ejercen bien su cargo son dignos de doble honra?, “los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar.”, si, así es, más sin embargo dos observaciones, la primera, referido a lo material, es que el contexto en que se dice eso se refiere al apoyo requerido por su ministerio y que la iglesia está obligada a aportar, y la segunda, referido a lo inmaterial, es que incluso ese respeto, esa deferencia, esa atención que también deviene de un buen ejercicio ministerial no implica ni se refiere a hacer acepción de personas pensando que el hermano cuyo conocimiento, testimonio o frutos aún no alcanzan la madurez merece menosprecio. Cuidado con esto.

Que el Santo Espíritu de nuestro Padre Dios que mora en nosotros nos ilumine y fortalezca para vivir siendo guiados por la Ley de Dios, por Su Palabra escrita y hecha carne, tomándola como lámpara a nuestros pies, como lumbrera a nuestro andar, para avanzar por el Camino al cual el Padre nos ha llamado, pidiendo constantemente de Su guía para no errar el blanco, para que nuestros pasos no se desvíen, creciendo en el entendimiento de Su Ley, de Su Palabra, y poniéndola por obra para dar fruto en abundancia de perfección y santidad, conforme a la voluntad del Padre y para Su mayor gloria en Cristo Jesús.

ORACIÓN

“Oración” hace referencia a esa necesidad que elegidos que hemos respondido al llamado del Padre para venir a salvación en el presente siglo tenemos de comunicarnos precisamente con Quien nos ha sacado de la Babilonia del mundo para traernos a formar parte de Su familia.

La Lectura Bíblica de Juan 17 nos muestra la oración de Jesús el Padre momentos previo a su arresto, arresto que lo conduciría al sacrificio con el que redimiría a la humanidad de sus pecados.

Juan 17 1 Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; 2 como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste. 3 Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. 4 Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. 5 Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese. 6 He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra. 7 Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado, proceden de ti; 8 porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste. 9 Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, 10 y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos.

11 Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros. 12 Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese. 13 Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos. 14 Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. 15 No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. 16 No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. 17 Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. 18 Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. 19 Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. 20 Más no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, 21 para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. 22 La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. 23 Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. 24 Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo. 25 Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste.

26 Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos.

De igual forma el Texto Áureo de Mateo 5:44 arroja luz sobre esto al señalar, respecto de la oración, que uno debe estar puesto para orar por aquellos que nos ultrajan y nos persiguen, “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen”.

Respecto de esto, a saber: de la oración, la pregunta que todos nos hacemos en algún momento es ¿cómo orar?, nuestro Señor, sabiendo esta necesidad, nos instruye en Mateo 6:5-7 a orar sin palabrería vana, de igual forma a hacerlo sin ostentación, “y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Más tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público. Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos”.

Pero volviendo sobre la Lectura Bíblica, ¿qué podemos aprender de esa oración de Jesús al Padre? Vamos tomando perspectiva de ello. Supongamos que conocemos a alguien que nunca ha oído de Jesús, ni de nuestro Dios, es más: ni siquiera sabe que existe la Biblia, en ese contexto, ¿qué pensaría esa persona si le diéramos a leer la Lectura Bíblica? Vuelve a leerla como si tu fueses esa persona, ¿qué imagen tienes de esa oración? Más que una formalidad religiosa se trata de un diálogo muy íntimo, muy personal, entre dos personas que se conocen. Esa es la principal lección. Una oración, más que constreñirse a formalismos –y formulismos–, debe ser lo que debería ser: un diálogo entre dos personas que se acompañan, que se conocen, que se aman.

Pero la pregunta sigue en el aire: ¿cómo hay que orar? Ante esto yo te pregunto, ¿cómo hablas con tu amigo, con tu hermano, con tus padres, con alguien que puedas decir que tienes intimidad?, ¡pues de la misma forma debería ser poder hablar con Dios! Sobre esto, a veces veo mis oraciones y me pregunto: si le hablara así a un amigo íntimo, ¿cómo me vería?, la respuesta a veces me muestra lo lejano que puedo llegar a considerar a Dios de mi pues mi oración más que un diálogo íntimo, familiar con un amigo pareciera un formalismo rígido con alguien no sólo lejano sino desconocido.

Con esto no quiero decir que la formalidad en el orar no sea algo que en ocasiones sea necesario, la misma Escritura nos señala que no debe hacerse común aquello que es santo ¡y que más santo que comunicarnos con nuestro Padre!, lo que quiero señalar es que habrá esos momento de diálogo fluido, íntimo, ajeno a ritos y formas, como el que tenemos con un amigo pues eso es Dios, nuestro amigo, y más que nuestro amigo: nuestro Padre que nos ama con amor eterno e infinito.

Ahora bien –y esto es muy importante– salvar el escollo de la oración rígida, formalista, meramente ritual, no soluciona todo ya que hay otro problema que debemos considerar, a saber: el ruido ajeno a Dios que en nuestra mente puede hacer no oigamos su mensaje o le atribuyamos lo que Él nunca nos ha dicho.

Siendo honestos debemos reconocer que en nuestra carnalidad actual, existe aún mucho ruido en nuestra mente, ruido que proviene del Enemigo, del Mundo o de la Carne, ese ruido, cuando estamos en oración ante el Padre, puede hacer que creamos que de lo que él viene tiene su fuente a Dios, lo cual no es así. Casos de estos abundan no sólo en la historia de la humanidad sino incluso en la historia de nuestra iglesia donde personas que creen que han recibido revelaciones que contradicen la Escritura y la Palabra crean sus propias organizaciones, ajenas al Cuerpo de Cristo, con doctrinas que si bien parecen rectas su fin es fin de muerte, entonces ¿qué hacer?

Hablar con nuestro Padre es un acto de comunicación llena de familiaridad, de intimidad, de compañerismo, cuando este diálogo se lleva a cabo comienza a fluir en ambas direcciones, uno habla pero también escucha, este escuchar es sutil, diferente a como lo entendemos, pero claro, casi casi audible, a veces es a manera de intuición, otras de repente viene una iluminación sobre un tema o la comprensión de un asunto, etc., pero lo importante –y referido a cómo identificar aquello que de Dios venga así como aquello que del Enemigo, de la Carne o del Mundo venga– la misma Escritura nos lo dice: “¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Isaías 8:20).

La Ley de Dios y el Testimonio de Jesús, como señala Revelación 12:17 y 14:12, son los distintivos de los santos, siendo que ese es el cedazo que los mismos utilizan para todo lo que piensan, hacen o sienten, incluyendo lo que en oración puede llegar a recibirse.

¿Alguna vez has limpiado frijol?, el frijol debe limpiarse pues en ocasiones el comprado puede venir con piedras o restos de maleza, pues la oración es igual, cuando estamos en diálogo con el Padre –de nuevo: un diálogo familiar, íntimo, de compañeros–, uno debe estar atento para ir limpiando de lo que se reciba aquello que viene del Enemigo, del Mundo o de la Carne, esas piedras y esos restos de maleza, para quedarnos con lo que realmente viene de Dios, con lo que es para nuestra edificación, con esas semillas de vida que creciendo en nuestro interior darán fruto en abundancia para la vida eterna. Dios nunca responderá nuestras oraciones con algo ajeno a Su Palabra –escrita y hecha carne–, con algo ajeno a la doctrina de Su iglesia, con algo que no sirva para avanzar en el Camino hacia la perfección y la santidad, de ahí en fuera nuestra oración, nuestro diálogo con Él debe ser fluido, íntimo, familiar, ajeno a formalismos, a ritos, después de todo si hay alguien que siempre espera escuchar de nosotros, y escuchándonos respondernos, es precisamente nuestro Padre Dios.

Que el Santo Espíritu de nuestro Padre Dios que mora en nosotros nos ilumine y fortalezca para vivir en una oración constante con el Padre, dinámica, fluida, llena de familiaridad, de intimidad, de compañerismo, ejercitando los sentidos para identificar aquello que del Padre proviene, sabiendo que nos ama, que eterna e infinitamente nos ama, y que desea esa relación con nosotros como la que tiene con nuestro señor y salvador, conforme a la voluntad del Padre y para Su mayor gloria en Cristo Jesús.

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