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27.SIGNIFICADOS

SIGNIFICADOS

“Significados” hace referencia, como su nombre lo indica, a lo que buscan representar los símbolos que nos entrega la Escritura, los cuales, por cierto, vedados están para el mundo.

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La Lectura Bíblica de Isaías 53, presenta un cuadro que para todo creyente es más que conocido: la del siervo sufriente, figura con la cual identificamos a nuestro Señor Jesucristo. Lo interesante de esto es que por sí misma la lectura de dicho capítulo no permita tal conclusión, prueba de ello es que el actual pueblo de Israel no la entiende de la misma forma, por lo que, como se dijo al inicio, los significados de mucho que está en la Escritura solo es accesible para aquellos que tienen oídos para oír, es decir, que tienen en sí el Espíritu de Dios.

Isaías 53 1 ¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová? 2 Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, más sin atractivo para que le deseemos. 3 Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. 4 Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. 5 Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. 6 Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; más Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.

7 Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. 8 Por cárcel y por juicio fue quitado; y su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido. 9 Y se dispuso con los impíos su sepultura, más con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca. 10 Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. 11 Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos. 12 Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores.

De igual forma el Texto Áureo de Mateo 17:5 arroja luz sobre el tema al señalar, en la persona de Jesús, al hijo amado en el cual el Padre se complace, “mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd”, siendo luego entonces que es en Él en quien se cumple todo lo que los profetas escribieron respecto del Mesías.

Si bien la Lectura Bíblica presenta en profecía a nuestro Señor en lo que se conoce como el siervo sufriente, la historia misma no termina ahí, son que como sabemos Jesús fue resucitado de entre los muertos ascendiendo al Padre, siendo que a su regreso, como lo presenta Revelación 19:11-16, lo veremos con toda su gloria, majestuosidad y poderío, “sus ojos eran como llama de fuego, y había en

su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo. Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS […] De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso”, acompañado por todos aquellos que mediante Su sangre fuimos redimidos, como señala Revelación 1:5, “y de Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre”, y comprados para sí por Su mismo sacrificio, como señala Hechos 20:28, “por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre”.

Este requisito de morir para vivir fue presentado por nuestro Señor cuando señaló, en Juan 12:24, “de cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”. Este fruto, todos los elegidos que en el presente siglo hayan respondido al llamamiento del Padre para venir a salvación, si permaneciesen fieles hasta el final, serán con Él reyes y sacerdotes en el siglo venidero, como señala Revelación 1:6, “y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos”.

Sin duda alguna esto de ser reyes y sacerdotes con Cristo en el mundo por venir es algo atrayente, pero el cuadro completo implica reconocer, como señala 1 Juan 2:6, la necesidad de vivir como Él vivió, “el que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo”, siendo que si Él fue quebrantado, nosotros, que no somos más que Él, debemos estar dispuestos de igual a morir para vivir.

Sobre esto, a saber, las tribulaciones que debemos de pasar, quisiera extenderme pues uno pudiera pensar que los tiempos actuales, aunque complicados, no representan mayor tribulación para con la iglesia, sobre todo si comparamos la vida actual con los siglos pasados que nuestros hermanos en la fe tuvieron que

padecer, pero yo más bien lo veo al revés, en la actualidad la tribulación experimentada por la iglesia es mucho mayor, más complicada, de mayor riesgo. Me explico.

Antes de los aires de igualdad, libertad y fraternidad que trajeron el cese de la persecución a la iglesia, nuestros hermanos vivían separados, literalmente, del mundo; tenían más que claro quiénes eran sus enemigos y cuando a lo lejos veían estos se acercaban podían siquiera intentar huir; de igual forma en muchas ocasiones vivían varios años, incluso tal vez toda un vida, en tranquilidad hasta que la persecución caía sobre ellos, lo cual podía ser padecer algunos días, para finalmente morir.

Pero en la actualidad es diferente. Vivimos inmersos en el mundo, no podemos identificar a nuestros enemigos y constantemente somos atacados, en muchas ocasiones incluso sin darnos cuenta. La Escritura menciona los días difíciles de manejar que padecería la iglesia de Dios al final de los tiempos. Algo difícil de manejar generalmente se da por no tener la experiencia para ello. Ese es el caso actual del Cuerpo de Cristo: no tenemos experiencia previa, ni siquiera viendo la historia milenaria de la iglesia, que nos permita concluir sobre la manera correcta de manejar estos tiempos difíciles. De nuevo: vivimos inmersos en el mundo, no podemos identificar a nuestros enemigos y constantemente somos atacados: películas, conversaciones, programas de televisión, todo lo que fluye por la red de la información, revistas y periódicos, ¡incluso información que supuestamente tienen que ver con las verdades reveladas por la Palabra pero que no tienen su fuente en la iglesia de Dios! Nunca antes la iglesia sufrió la tribulación que está sufriendo ahora, tribulación la cual, si no velamos, puede terminar enfriándonos y, Dios no lo quiera, hacernos perder las promesas.

Amos 3:7 señala que Dios no hace nada sin revelar sus designios a sus profetas, “porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas”. No es coincidencia que esta lección llegue en este momento a la iglesia

de Dios, un momento donde, junto con la humanidad, sentimos miedo, temor, zozobra. La venida de nuestro Señor está a la puerta, estoque acontece en el mundo, si bien aún no es ese principio de dolores que menciona la Palabra, sí puede considerarse como esa primera, segunda o más bien tercera llamada que en las obras de teatro se da previo al inicio de la representación. Dios nos está hablando, estamos a escasos minutos de que inicie la parte final de este drama que ha sido nuestra historia, pero Dios no hace nada sin revelar sus designios a sus profetas. Primera, segunda, tercera llamada. Pongámonos a cuenta con Dios, ordenemos nuestra casa, aparejemos el aceite para nuestra lámparas y velemos para que el Señor a su regreso no nos halle durmiendo sino que alegres y gozosos salgamos a recibirlo con los vestidos apropiados para entrar en las Bodas del Cordero y de ahí, con Él, a la eternidad con Dios.

Que el Santo Espíritu de nuestro Padre Dios que mora en nosotros nos ilumine y fortalezca para vivir en el entendimiento de los tiempos difíciles que estamos experimentando, sabiendo los significados que la Escritura nos entrega para nuestra comprensión y edificación, entendiendo que al igual que nuestro Señor hay que morir para vivir y aparejándonos para salir con catos de gozo y júbilo a recibir al novio que con gloria, poderío y majestuosidad ya a lo lejos se acerca, conforme a la voluntad del Padre y para Su mayor gloria en Cristo Jesús.

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