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32.SARDIS

SARDIS

“Sardis” hace referencia a lo que la Escritura consigna con relación a esa comunidad cristiana que pueden servir, como toda la Palabra, para nuestra instrucción, corrección, edificación, perfeccionamiento y santificación.

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La Lectura Bíblica de Revelación 3:1-6 presenta, en palabras de nuestro Señor Jesucristo, aquellas cosas que Él tenía que reconocer de esta congregación así como aquellas otras que más bien eran merecedoras de reclamo.

Revelación 3:1-6 1 Escribe al ángel de la iglesia en Sardis: El que tiene los siete espíritus de Dios, y las siete estrellas, dice esto: Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto. 2 Sé vigilante, y afirma las otras cosas que están para morir; porque no he hallado tus obras perfectas delante de Dios. 3 Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído; y guárdalo, y arrepiéntete. Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti. 4 Pero tienes unas pocas personas en Sardis que no han manchado sus vestiduras; y andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas. 5 El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles. 6 El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.

De igual forma, el Texto Áureo de Judas 21 arroja luz sobre el tema al señalar la necesidad de conservarnos en el amor de Dios, como escrituralmente es definido, esperando la misericordia de Jesús: “conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna”. Cuando se señala la necesidad de permanecer en el amor de Dios como escrituralmente es definido, es

porque la Palabra, al respecto, indica claramente en 1 Juan 5:3 que “este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos”.

Sobre aquello que nuestro Señor le reconoce a la comunidad de creyentes en Sardis está el que algunos, de hechos unos pocos, metafóricamente no han manchado sus vestidos. Es interesante que se mencione que no han manchado sus vestidos, no que no han ensuciado sus pies, ¿por qué?, porque sabemos, como señala Gálatas 3:27 que “todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos”, más sin embargo nuestro andar por este mundo nos va ensuciando, pero no el vestido, que es Cristo, sino los pies, que representan nuestra carnalidad, siendo el lavatorio de la Santa Cena, mencionado en Juan 13:6-10, el símbolo de la limpieza mutua, a saber: la instrucción, la corrección y la edificación que nos debemos unos a otros, lo que nos va limpiando.

En contraposición a estos, como parte de aquello que nuestro Señor reclama a esta comunidad, están otros que, como se indica en la introducción del mensaje a esta iglesia, tienen nombre de que viven pero están muertos. Estos son los que han caído en eso que se conoce como el pecado imperdonable, explicado en Hebreos 10:26-27: “porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios”.

Más sin embargo hay un tercer grupo, unos que ni están muertos pero que tampoco pertenecen a aquellos que no han manchados sus vestidos, a ese grupo es al que nuestro Señor les dice en Revelación 3:2-3 “sé vigilante, y afirma las otras cosas que están para morir; porque no he hallado tus obras perfectas delante de Dios. Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído; y guárdalo, y arrepiéntete. Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti” .

Si bien las obras de estos no han sido halladas perfectas, de lo cual se hablará más delante, el indicativo para reavivarlas consiste en acordarse de lo que se ha recibido y oído instando a guardar eso y arrepentirse. La primera parte de este exhorto –lo que se ha recibido y oído— se refiere a la doctrina, mientras que la segunda parte –lo referido a guardar aquello y arrepentirse— se refiere a las obras, el guardar implica poner por obra la fe que se dice profesar mientras que el arrepentirse, dado que las obras señaladas no son perfectas, implica un cambio en el actuar para que estas sean conformes a lo que se espera de un elegido.

Sobre el señalamiento que hace nuestro señor a este tercer grupo relativo a que sus obras no son perfectas quisiera detenerme un poco, ¿por qué?, porque es imposible para aquellos, así como para nosotros, que en la actual carnalidad podamos realizar obras perfectas. Isaías 64:6 señala claramente que nuestras justicias son ante Dios como trapos de inmundicia, “si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento” , pero entonces ¿por qué nuestro Señor en la cita comentada señala que las obras de aquellos en Sardis no han sido halladas perfectas?

En efecto, todas nuestras obras, por más que nos esforcemos, por más que guardemos la Palabra, por más que testimoniemos nuestra fe, no alcanzan en el presente siglo, por nuestra propia carnalidad, el grado de perfección que Dios espera de ellas, pero la cuestión estriba en que no es por nosotros por lo que nuestras obras son hechas perfectas sino por medio de nuestro Señor Jesucristo.

Hebreos 10:14 señala claramente que Cristo “con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados”, con todo y todo este es un proceso que aún está teniendo verificativo en cada uno de nosotros en nuestros días, como señala 1 Pedro cuando dice “más el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os

perfeccione, afirme, fortalezca y establezca”, siendo que la plenitud de esto se llevará al regreso de nuestro Señor como señala Filipenses 1:6 al decir que “el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”. Por eso la necesidad imperioso de permanecer en Cristo, lo cual Jesús ejemplifica en Juan 15:1-8 como los pámpanos que deben permanecer unidos a la vid.

Juan 15:1-8 1 Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. 2 Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. 3 Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. 4 Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. 5 Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. 6 El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden. 7 Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. 8 En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos.

Si estamos unidos a Cristo su espíritu vive en nosotros, como dice Romanos 8:9 “más vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él”, ¿y cuál es el Espíritu de Cristo?, el Santo Espíritu de nuestro Padre Dios como queda claro cuando Jesús en Lucas 4:16-21, aplica sobre sí mismo la cita de Isaías 61:1-2 que dice “El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a

los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová”, siendo que si tenemos el Espíritu de Cristo, el cual es el Santo Espíritu de nuestro Padre Dios, no sólo somos perfeccionados, incluyendo nuestras obras, por medio de Jesús, sino que tenemos la promesa de la vida eterna, como señala Romanos 8:11 cuando dice que “si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros”

Por último, quiero proponerte una nueva forma de ver los mensajes a las siete iglesias. ¿Te has dado cuenta que los mensajes a las siete iglesias, en su gran mayoría, guardan el mismo formato, saber: algunas cosas que nuestro Señor tienen que reconocerle y otras que nuestro Señor señala para corrección?, de esto último siempre la corrección va en función tanto de la fe como de las obras, ¿por qué ser tan repetitivo?

Algunos en la fe señalan que las siete iglesias representan siete eras de la historia de la iglesia de Dios, otros señalan que más bien representan a las características de aquellas personas que conformarían al mismo tiempo la iglesia de Dios en toda su historia, pero quiero proponerte como que veas que las siete iglesias nos representan a nosotros, a ti y a mí y a todos los hermanos y hermanas de la iglesia de Dios en cada momento de nuestra vida, si así lo vemos entenderemos porque el mensaje nodal se repite una y otra vez: por la dureza de nuestro corazón.

Más allá de las características de las siete iglesias, que bien pueden ser siete eras de la historia de la iglesia de Dios o las personas que conformarían a la iglesia de Dios en toda su historia, el mensaje siempre es el mismo: reconocimiento de lo que está bien y señalamiento de lo que hay que corregir, siendo esto último siempre en función tanto de la fe como de las obras. En este sentido, si se toman los mensajes a las iglesias como de relevancia actual,

debemos reconocer que los mismos aplican hoy a la iglesia de Dios y en función de ello a cada uno de nosotros siendo que si es repetitivo es que Dios, en su infinita misericordia y eterno amor, no quiere que ninguno de nosotros nos perdamos. No seamos sordos a su voz en tanto hay tiempo.

Que el Santo Espíritu de nuestro Padre Dios que mora en nosotros nos ilumine y fortalezca para escuchar estos últimos llamados que Dios está haciendo a Su pueblo para que todos alcancemos las promesas y pidamos al Padre que por su Espíritu reavive en nosotros aquellas cosas que están por morir recordándonos lo que hemos recibido y oído, es decir la fe que hemos recibido, guardando ello, es decir, poniendo nuestra fe por obra, arrepintiéndonos de lo que haya que arrepentirse, conforme a la voluntad del Padre y para Su mayor gloria en Cristo Jesús.

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