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40.NUESTRA LUCHA

NUESTRA LUCHA

“Nuestra lucha” hace referencia a lo que la Palabra referido al momento actual donde estamos siendo instruidos, edificados, corregidos, perfeccionados y santificados.

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La Lectura Bíblica de Gálatas 5:1-16 habla de esa libertad a la que hemos sido llamados los hijos de Dios por el sacrificio redentor de nuestro Señor, exhortándonos al mismo tiempo para no usar dicha libertad para nuestra perdición sino para trabajar en la propia edificación.

Gálatas 5 1 Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud. 2 He aquí, yo Pablo os digo que si os circuncidáis, de nada os aprovechará Cristo. 3 Y otra vez testifico a todo hombre que se circuncida, que está obligado a guardar toda la ley. 4 De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído. 5 Pues nosotros por el Espíritu aguardamos por fe la esperanza de la justicia; 6 porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra por el amor. 7 Vosotros corríais bien; ¿quién os estorbó para no obedecer a la verdad? 8 Esta persuasión no procede de aquel que os llama. 9 Un poco de levadura leuda toda la masa. 10 Yo confío respecto de vosotros en el Señor, que no pensaréis de otro modo; más el que os perturba llevará la sentencia, quienquiera que sea. 11 Y yo, hermanos, si aún predico la circuncisión, ¿por qué padezco persecución todavía? En tal caso se ha quitado el tropiezo de la cruz.

12 ¡Ojalá se mutilasen los que os perturban! 13 Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros. 14 Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 15 Pero si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os consumáis unos a otros. 16 Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne.

De igual forma, el Texto Áureo de Salmos 92:12 arroja luz sobre el tema al señalar que “el justo florecerá como la palmera; crecerá como cedro en el Líbano”

Sobre esto de que el justo florecerá como palmera hay que señalar que la justicia, la verdadera justicia, sólo puede tener cabida donde hay libertad, de otra forma, es decir, si no hay libertad, no hay mérito en las acciones por lo que alguien que obre con justicia pero lo haga coaccionado sin ser libre, no puede ser declarado como justo.

Ahora bien, esa libertad trae aparejado también un riesgo: el riesgo de obrar inicuamente en vez de con justicia, riesgo ante el cual constantemente nos previene la Palabra. Esta posibilidad de obrar en libertad sea para justicia o sea de manera inicua, Pablo lo describe cuando en Gálatas 5:17 señala que en nuestro ser la carne lucha contra el Espíritu y el Espíritu contra la carne, “porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis”, siendo que esa lucha lo que busca es que no hagamos lo que queremos, entendiendo ese hacer lo que queremos como aquello que el Espíritu busca mientras que ese no hacerlo es impelido por la carne.

Esa lucha –y esto hay que tenerlo muy en mente–, es una lucha que todo hijo de Dios experimenta. Se señala que esto hay que tenerlo muy en mente pues a veces uno tiende a idealizar a los grandes héroes de la Biblia e incluso a los hermanos en la fe, sean de esta época o de épocas anteriores, siendo que todos han estado, al igual que nosotros, sujetos a las mismas pasiones, y por lo tanto a las mismas luchas que padecemos.

Pablo describe esto en Romanos 7:14-20 cuando declara que en su cuerpo él ve dos leyes: una que le lleva a buscar aquello que quiere, en el sentido comentado anteriormente, y otra que se contrapone a ello.

Romanos 14 Porque sabemos que la ley es espiritual; más yo soy carnal, vendido al pecado. 15 Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. 16 Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. 17 De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. 18 Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. 19 Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. 20 Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.

Pablo sin duda es un héroe de la fe, más sin embargo, ¿cómo se expresa de sí mismo? “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago” (v.19), así es, Pablo, al igual que tú, yo, y todos los hermanos y hermanas de la iglesia de Dios de todos los hijos, a veces tropezamos, a veces caemos, vamos: a veces, o más bien: muy seguido, pecamos.

Que dolor cuando eso pasa, ¿verdad?, que mal nos sentimos, que tan indignos del llamado nos consideramos, pero incluso en esas caídas hay enseñanza ya que si al caer nos sentimos mal, nos consideramos indignos, es que aún hay cosas que depurar en nuestro entendimiento ya que aunque no caigamos aún no hemos sido llegado a ser perfectos y santos por lo que no es entendible nos sintamos bien antes de caer, de igual forma no hemos sido llamados por nuestros méritos, por lo cual no podemos sentirnos dignos, de esta forma las caídas tienen un fin referido a la humildad que en nosotros falta trabajar si es que así se lo permitimos al Espíritu de nuestro Padre Dios.

En este punto quiero hacer un paréntesis pues reiteradamente se señal que el tropezar, que el caer, vamos: que el pecar, es inherente a nuestra actual naturaleza débil, torpe, rebelde y cobarde, pero no se quiere con esto adquirir un ánimo de indolencia que nos lleve a aceptar el pecado, al contrario, la idea es aborrecer el pecado ya que este nos separa de Dios y nos conduce a la muerte, pero entender que nuestra carnalidad nos impide en este momento llegar a esa santidad y perfección que nos es requerida, este último entendimiento para no caer en el desánimo de, como se señaló anteriormente, sentirnos tan mal o llegar a considerarnos tan indignos, que dejemos de luchar por alcanzar las promesas que se nos han dado.

Sobre esa lucha Pablo en Gálatas 5:19-21 nos hace una relatoría de aquellas obras que podemos considerar como de la carne: “Adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas”. Ahora bien –y en esto hay que tener sumo cuidado–esta relación no se refiere sólo a la manifestación de esas obras en su acepción material sino también en su acepción espiritual, por ejemplo, alguien podría pensar que no se está incurriendo en adulterio pero claramente nuestro Señor nos dice en Mateo 5:27, que si codiciamos a una mujer en nuestro corazón ya hemos adulterado, de igual forma alguien podría pensar que no se ha incurrido en

homicidio pero de igual forma nuestro Señor nos dice, en Mateo 5:21-22 que el odio al hermano se tipifica como tal, de igual forma todas esas obras de la carne que Pablo señala, deben ser vistas a la luz tanto de su acepción material como de su acepción espiritual.

Ahora bien, si esas son las obras de la carne, sus frutos por así decirlo, ¿qué árbol será el que dé esos frutos? Pablo en 2 Timoteo 3:1-5 describe a aquellos hombres que mostraría lo que puede señalarse como las obras de la carne mencionadas anteriormente: “hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios”. Al igual que las obras de la carne, estas características deben ser entendidas tanto en su acepción material como en su acepción espiritual.

Esa es nuestra lucha: morir a ese hombre que refleja las características anteriormente señaladas y de igual forma dejar en consecuencia de practicar aquellas obras de la carne que la Escritura condena.

Dejar de ser lo que somos y avanzar en el Camino hacia lo que debemos llegar a ser, en conformidad con el llamamiento al que hemos respondido, pasa por vencer las tentaciones que constantemente nos acaecen, tentaciones que, como señala Santiago 1:13-15, no proviene para nada de Dios sino que es alentada, alimentada y finalmente sucumbida, por nuestra propia concupiscencia: “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte”.

Pero ¿y las caídas?, ya se habló al inicio de esto pero me gustaría una reflexión adicional para entender que está pasando en el presente siglo. Nuestro Señor, en Mateo 18:3, señaló que debemos ser como niños para entrar al Reino de los Cielos: “y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”. Sobre esta frase he escuchado muchos discursos tratando de explicarla, discursos que nunca me dejaron satisfecho, ¿por qué?, porque dichos discursos siempre señalaban las características bonitas, bellas y agradables de un niño como ejemplo de aquello que debemos alcanzar: dóciles, humildes, confiados y demás, pero dejaban por fuera aquellas otras características no tan bonitas, ni tan bellas y mucho menos agradables que también forman parte de la naturaleza de un niño: egoístas, caprichosos y berrinchudos. Nuestro Señor claramente dijo que había que ser como niños, no nomás tener las características positivas de ellos sino íntegramente ser como niños, entonces ¿por qué quienes explican esto sólo toman de aquellos nomás lo positivo?, ¿implica, en lo dicho por nuestro Señor, tener en nosotros esas características negativas que implica ser como niños?, el problema es la acepción material dada a las palabras de nuestro Señor cuando las mismas más bien tienen una connotación espiritual ya que ese ser como niños para entrar al Reino de Dios se refiere de manera objetiva, concreta y contundente con el segundo nacimiento, el del agua.

A Nicodemo le pasó algo similar, relatado en Juan 3:1-21, cuando Jesús le habló de nacer de nuevo, ¿el no entendía cómo físicamente podía ser esto!, entonces Jesús pasa a explicarle el asunto, asunto que para los redimidos es claro y se refiere a los dos nacimientos adicionales al natural que deben de darse en el creyente para ser apto para el reino: el nacimiento del agua, el bautismo, y el nacimiento del Espíritu, la regeneración.

Ahora bien, y aquí viene la parte que unirá lo dicho a Nicodemo con aquel ser como niño que se nos requiere para entrar al Reino de Dios, ¿cuándo inicia la vida de un niño?, ¡cuando nace!, de esta forma aquellas palabras de nuestro Señor de

que necesitamos ser como niños para entrar al Reino de Dios tienen su complemento con lo dicho a Nicodemo ya que ambos discursos se refieren a lo mismo en el sentido de nacer de nuevo ya que cuando nacemos de nuevo, por el agua vía el bautismo, somos niños, niños espirituales que inician su desarrollo hasta alcanzar la estatura perfecta de Cristo. De esta forma ese ser como niños y aquel nacer de nuevo se refieren exactamente a lo mismo.

Pero bueno, ¿y qué tiene que ver esto con nuestra lucha?, ¡mucho!, siguiendo el símil del niño éste, cuando comienza a andar, uno: lo hace agarrado de la mano de su padre, y dos: tropezará y caerá muchas veces antes de poder caminar por sí solo. ¿Se entiende el símil con nuestra vida espiritual, con el llamamiento al que hemos respondido, con la lucha que en el presente siglo experimentamos?, ahorita somos niños espirituales, tengamos 5, 10, 30 o 50 años de haber sido bautizados seguimos siendo niños, algunos con más madurez que otros pero niños que aún no nacen a la adultez espiritual que se consumará con el tercer nacimiento cuando por el Espíritu que mora en nosotros seamos regenerados. De esta forma es entendible que siendo aún niños tropecemos, caigamos, vaya: pequemos, entendible más no aceptable, pero ese entendimiento permite no caer en desesperación sino que, como los niños al caer, levantarnos, limpiarnos el polvo, tomar de nuevo la mano de nuestro Padre y seguir avanzando, por ello Juan en 1 Juan 2:1 nos insta a no pecar, es decir, a estar en esa lucha resultado del llamamiento al que hemos respondido, pero de igual forma señala que si se peca acudamos por perdón al Padre a través de Jesucristo, siendo esa la actitud que como cristianos debemos mostrar mientras luchando avanzamos en el camino hacia las promesas que se nos han dado: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”.

Que el Santo Espíritu de nuestro Padre Dios que mora en nosotros nos ilumine y fortalezca para vivir luchando con denuedo esta batalla que libramos contra el Enemigo, el Mundo y la Carne, entendiendo, para no caer en desánimo y

desesperación, que tropiezos tendremos, que caídas habrán, que pecados haremos, pero que si en nuestro ser identificamos esa lucha de las dos leyes que hablaba Pablo eso implica que seguimos en la batalla por lo que levantándonos, sacudiendo la suciedad de la caída y tomándonos de nuevo de la mano del Padre, debemos continuar nuestro andar confiados en que Dios hará en nosotros lo que desde la eternidad pensó para cada uno en tanto permanezcamos fieles hasta el final alcanzado las promesas que se nos han dado, conforme a la voluntad del Padre y para Su mayor gloria en Cristo Jesús.

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