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37.EL CORAZÓN, PARTE 2

EL CORAZÓN, PARTE 2

“El corazón, parte 2” hace referencia a lo que la Palabra declara respecto de lo que simbólicamente la misma representa con éste órgano referido a nuestra esencia.

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La Lectura Bíblica de Salmo 10 presenta las características de lo que podríamos denominar un corazón malo, de igual forma expresa esa confianza de que Dios socorre a los pobres y humildes y que en su momento dará su paga a quienes actúen inicuamente.

Salmos 10 1 ¿Por qué estás lejos, oh Jehová,

Y te escondes en el tiempo de la tribulación? 2 Con arrogancia el malo persigue al pobre; Será atrapado en los artificios que ha ideado. 3 Porque el malo se jacta del deseo de su alma, Bendice al codicioso, y desprecia a Jehová. 4 El malo, por la altivez de su rostro, no busca a Dios; No hay Dios en ninguno de sus pensamientos. 5 Sus caminos son torcidos en todo tiempo; Tus juicios los tiene muy lejos de su vista; A todos sus adversarios desprecia. 6 Dice en su corazón: No seré movido jamás; Nunca me alcanzará el infortunio. 7 Llena está su boca de maldición, y de engaños y fraude; Debajo de su lengua hay vejación y maldad. 8 Se sienta en acecho cerca de las aldeas; En escondrijos mata al inocente. Sus ojos están acechando al desvalido; 9 Acecha en oculto, como el león desde su cueva; Acecha para arrebatar al pobre; Arrebata al pobre trayéndolo a su red.

10 Se encoge, se agacha, Y caen en sus fuertes garras muchos desdichados. 11 Dice en su corazón: Dios ha olvidado; Ha encubierto su rostro; nunca lo verá. 12 Levántate, oh Jehová Dios, alza tu mano; No te olvides de los pobres. 13 ¿Por qué desprecia el malo a Dios? En su corazón ha dicho: Tú no lo inquirirás. 14 Tú lo has visto; porque miras el trabajo y la vejación, para dar la recompensa con tu mano; A ti se acoge el desvalido; Tú eres el amparo del huérfano. 15 Quebranta tú el brazo del inicuo, Y persigue la maldad del malo hasta que no halles ninguna. 16 Jehová es Rey eternamente y para siempre; De su tierra han perecido las naciones. 17 El deseo de los humildes oíste, oh Jehová; Tú dispones su corazón, y haces atento tu oído, 18 Para juzgar al huérfano y al oprimido, A fin de que no vuelva más a hacer violencia el hombre de la tierra.

De igual forma, el Texto Áureo de Salmo 31:24 arroja luz sobre el tema al exhortarnos, en la figura de aquellos que esperan en Dios, respecto de nuestro corazón, a esforzarnos y tomar aliento: “Esforzaos todos vosotros los que esperáis en Jehová, y tome aliento vuestro corazón”.

Respecto del corazón, la Escritura nos señala, en Jeremías 17:9, que el mismo es engañoso y perverso, “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?”. Con todo y todo esto no es un destino inexorable, de ser así Dios no nos instaría a buscar la perfección y santidad, pero de lo que sí nos habla es de esa naturaleza que debe ser cambiada pasando de lo que somos a lo que estamos llamados a ser.

Sobre estas dos realidades que hay en nuestro corazón, Efesios 4:31-32 contiene un exhorto que permite ver los dos lados de la moneda, por un lado están amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia y toda malicia, del otro lado está el ser benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros. Dado que la cita exhorta a rechazar los primeros y seguir los segundos es más que evidentes que ambos están en uno, pero de igual forma, y basados en la experiencia humana, es imposible para nosotros por nosotros mismos lograrlo, pero el intentarlo nos damos cuenta de ello y entonces acudimos con Aquel que habiéndonos llamado a su luz admirable puede darnos la fuerza para ello. Ahora bien, esto no se logra sin esfuerzo y, lo que es más, sin sufrimiento.

La realidad de la naturaleza humana es que desde que nacemos tenemos el corazón lleno, no puede ser de otra forma, pero ¿lleno de qué? de nosotros mismos. Al inicio traemos nada más nuestra naturaleza pecaminosa pero conforme vamos creciendo vamos desarrollando esas ideas, esos comportamientos, que terminan por llena nuestro corazón. Un corazón lleno no tiene cabida para nada más, de ahí que el mismo necesite, en palabras de la propia Escritura, ser quebrantado, es decir, quitar de él aquello que no es conforme a la perfección y a la santidad de Dios para que en ese espacio nuestro Padre pueda trabajar en él y como consecuencia de ello en nosotros.

Sobre este quebrantamiento, sobre este cambio de la naturaleza de nuestro corazón, el Salmo 147:1-3 señala como es que Dios termina sanándolo: “Alabad a JAH, porque es bueno cantar salmos a nuestro Dios; porque suave y hermosa es la alabanza. Jehová edifica a Jerusalén; a los desterrados de Israel recogerá. El sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas”. Este sanar no sólo se refiere a aliviar esas dolencias propias del mismo en la figura de sus sufrimientos sino, en un sentido más amplio, se refiere también a llevarlo a su plenitud, a la perfección y santidad a la que estamos llamados.

Sobre esto, Salmo 51:16-17, “porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” y Salmo 34:18, “cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu”, hacen énfasis que precisamente lo que Dios desea es un corazón quebrantado. Eso de que Dios desea puede entenderse en el sentido de que lo que Dios necesita para trabajar en nosotros es un corazón quebrantado, es decir, un corazón que dejando lo imperfecto y pecaminoso, tenga el espacio suficiente para que Dios pueda trabajar en Él.

De esta forma puede entenderse en parte ese sufrimiento que en ocasiones se padece al andar en el Camino, ya que el mismo es el reflejo de ese quebrantamiento que está teniendo lugar en nuestro corazón, pero –y esto es muy importante– a diferencia del sufrimiento que de igual forma padecen los del mundo, en nuestro caso Dios está obrando por medio de Él en nosotros para formar su carácter perfecto y santo. Esto está reflejado en Proverbios 17:3 que a manera de símil relaciona el crisol para refinar la plata, la hornaza para refinar el oro, y a Dios mismo para refinar nuestro corazón: “El crisol para la plata, y la hornaza para el oro; pero Jehová prueba los corazones”.

Pero bueno, ¿qué significa, concretamente hablando, que Dios está formando en nosotros, a través del quebrantamiento de corazón, Su carácter perfecto y santo?, como señala Jeremías 31:33, “pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo” y retoma Hebreos 10:16, “este es el pacto que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré”, que Él está escribiendo en nosotros Su Ley.

En la medida que, entendiendo lo anterior, aceptemos el trabajo de Dios en nosotros, la naturaleza de nuestro corazón será cambiada hasta reflejar a Cristo

quien es a su vez imagen del Dios viviente. Por eso el Salmo 36:10 señala que a los que conocen a Dios, Él mismo les extiende su misericordia y justicia. Esto de que Dios extiende sobre aquellos que le conocen su misericordia y justicia implica, en primer instancia, que éstos se hacen merecedores de ambas cosas de parte de Dios, pero en última instancia implica que Dios desarrolla en aquellos eso mismo, es decir, ese extender sobre ellos Su misericordia y justicia implica, en efecto, cubrirlos con ello pero también desarrollar eso mismo en ellos.

Que el Santo Espíritu de nuestro Padre Dios que mora en nosotros nos ilumine y fortalezca para vivir entendiendo que este quebrantamiento que momentáneamente experimenta nuestro corazón lleva la finalidad de acrisolar el mismo para que, desechando las imperfecciones y pecaminosidades que le son inherentes por naturaleza, se genere ese espacio necesario donde Dios pueda ir escribiendo en nosotros Su Ley, hasta que llegando a la estatura perfecta de Cristo, reflejemos Su carácter perfecto y santo, conforme a la voluntad del Padre y para Su mayor gloria en Cristo Jesús.

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