En la vida cristiana, el compañerismo, la fraternidad que al interior de la congregación, como parte del Cuerpo de Cristo, se dé, es algo no solo deseable sino incluso necesario. Sobre esto, Pablo escribiendo nos insta diciendo “antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado … [considerando] …cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras”, de igual forma Judas en su carta señala “pero vosotros, amados, edificándoos en vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo, conservaos en el amor de Dios, esperando ansiosamente la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna”.
Pero ese compañerismo, esa fraternidad, no deben confundirse con desidia o negligencia ya que el llamamiento, y la respuesta a éste, es personal e individualísima; en el mismo sentido, la exigencia de resultados que a cada quien se le pedirá, y por la que habrá reconocimiento o condena, será propia y particular, como dice nuestro Señor en el libro de Revelación: “y he aquí, yo vengo presto, y mi galardón está conmigo, para recompensar a cada uno según fuere su obra”.
En su carta a los Romanos, Pablo diserta sobre aquellos que andando desordenadamente quieren comer el pan de balde diciendo “si alguno no quiere 35