Para los elegidos, las promesas que se nos han entregado forman parte de una esperanza cierta, más sin embargo, para el mundo, las mismas no tienen razón alguna, de hecho les suenan como locura.
Esas promesas no son de ninguna forma desvaríos sino que forman parte de aquellos sueños que deseamos alcanzar, sueños claros y concretos basados en la Palabra y sustentados en el sacrificio redentor de Jesús que el mundo no entiende, como lo señala Pablo en su primer carta a los de Corinto: “Porque la palabra de la cruz es necedad para los que se pierden, pero para nosotros los salvos es poder de Dios”.
Con todo y todo esas promesas, esos sueños, tienen un momento para buscarse, momento que, de frente a la eternidad, es extremadamente fugaz por lo que debe aprovecharse cada instante para avanzar hacia aquello, como escribe Isaías “buscad á Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano”.
Ese aprovechar cada momento requiere de nuestra voluntad, es decir, de nuestra acción aunada a nuestra intención para avanzar por el Camino. Deuteronomio señala esto cuando indica que uno hallará a Dios “si lo busca con todo [el] corazón 77