Sin duda alguna una de las cosas que más pueden una vez que se ha iniciado el andar por el Camino, son los tropiezos, las caídas que en él se experimentan ya que la idea que uno tiene al venir a salvación es que todas las tentaciones, todas las tribulaciones que se presenten serán superadas siendo que la realidad dista mucho de ello.
La Escritura nunca presenta a los santos, a las santas de Dios, como personas que nunca tropiezan, que nunca caen, pero sí los presente como aquellos que habiendo tropezado, habiendo caído, son capaces de levantarse y retomar ese andar, como dice la Palabra, “porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; más los impíos caerán en el mal”.
Pero entonces ¿qué sentido tiene que los justos caigan? En primer lugar lo que hay que considerar es que dada nuestra actual carnalidad, nuestro andar por el Camino no puede ser perfecto y santo. Juan entendiendo esto, en su primer carta lo señala diciendo “hijitos míos, les escribo estas cosas para que no pequen. Si alguno ha pecado, tenemos un abogado ante el Padre, a Jesucristo el justo”.
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