7 minute read
Prólogo
Prólogo
En tus manos tienes la obra Certamen de relato breve de SEPARpacientes en su cuarta edición, que revela, con una fuerza extraordinaria, aquello que nuestros escritores, pacientes, profesionales, ciudadanos, han sido capaces de plasmar acerca de sus vivencias y sensaciones, alrededor de la salud respiratoria.
Esta obra es el lugar donde se tejen los sueños. Esta es la obra donde se plasman las realidades, el vértice donde todos hablamos, compartimos, nos comunicamos.
Relato es un cuento o narración de carácter literario, generalmente breve, y es también la acción de relatar un acontecimiento de palabra o por escrito. Deriva del latín relatum, supino de referre “volver a llevar”, “hacer referencia”, derivado de ferre ‘llevar’. Curiosamente, de la familia etimológica de preferir. Nunca mejor que conocer el origen de las
El sueño es el principio de nuestra realidad. La palabra nos aproxima, es el milagro del tiempo recobrado, del tiempo aparentemente perdido, un ejercicio del cuerpo y del alma que nos une.
He aquí el fruto de nuestros escritores, que “respirando juntos”, nos sumerge en un mundo pleno de sensibilidades, que nos habla de sufrimiento, de alegrías, a veces de la muerte, pero siempre con un soplo de esperanza. Atrás quedaron los malos recuerdos, enterrados en un mundo onírico, que nos borra lo feo, que nos deja lo amable, lo más bello.
Lo que más estimaban, cuando tenían un papel, o la pantalla del ordenador en blanco, que era revivir y llevar a los demás.
La medicina, nuestra relación con los pacientes, no puede dejar de ser humana, y sobre todo, humanista. El don de la palabra, la escritura, la razón y el talento, nos permiten la convivencia, la razón de nuestra existencia, la relación entre las personas, que en el fondo, compartimos las mismas inquietudes: la alegría, el dolor, el amor, el sufrimiento, la salud, y otros sustantivos derivados, como el cariño, la esperanza, la amistad, la tristeza. Sentimientos que nos acompañan a lo largo de nuestra vida.
El Certamen de Relato breve de SEPARpacientes alcanza su quinta edición y por ello, es una ocasión de inmensa alegría para celebrarlo. Relatos que fueron un día anónimos, hoy tienen nombres y apellidos que revelan su identidad. Algunos fueron escritos por profesionales del mundo sanitario, otros fueron firmados por pacientes y muchos por cuidadores de pacientes con enfermedades respiratorias. Todos “respiraron juntos” para tejer un entramado de sueños y dar lugar a este fruto maduro que hoy tienes en tus manos.
Sueña dormido, sueña despierto, descubre el tejido de este mundo de sueños, de relatos que respiran. Duerme mientras vives esta realidad, respirando, paciente, y asómate a sus páginas a través del milagro de la palabra.
Este libro está forjado con una amalgama de retazos de vida de cada uno de sus autores. En cada relato hay, más que personajes, muchas personas, personas vivas que nos saludan, que recordamos por haberlas sentido, aun sin conocerlas, y que nos advierten: ¡aquí estoy yo!, para que las acariciemos y apreciemos con nuestra lectura.
En esta obra tienes el talento, el fruto del esfuerzo y la insistencia. El talento no viene solo. Además, casi siempre se acompaña de aliento. Es el aire que respiramos sin darnos cuenta y que alguien nos exhala en la parte de atrás de nuestro cuello, que nos hace revolver los hombros en nuestro asiento, para animarnos a escribir y rellenar el hueco en
Nuestra más sincera enhorabuena a los ganadores. Nuestro reconocimiento eterno a todos nuestros escritores, que hacen grande este Certamen de relato breve de SEPARpacientes.
Eusebi Chiner y Carme Hernández
8-11-2022
Directores de SeparPacientes
Primer Premio
Hoy he elegido ser feliz
Eva Mª Camarero Rodríguez
“Coged las rosas mientras podáis pues veloz el tiempo vuela y la misma flor que hoy admiráis mañana estará muerta”.
Mientras resonaban estas palabras en su cabeza, se acordaba de algo que siempre enseñaba a sus alumnos cuando explicaba el Renacimiento:
“Carpe diem”, “aprovecha el momento”, ese instante que corre, intentando zafarse de sus alocadas mentes adolescentes y de su “apacible” vida como profesor de Literatura con una enfermedad neuromuscular degenerativa. Hacía tiempo que Ernesto se notaba extraño, le costaba caminar, más de lo habitual en él, respirar, hablar… a veces se pasaba días afónico o le costaba recitar esos versos del tirón, pero no pensaba tirar la toalla. Un día estaba en clase hablando del Quijote y todo empezó a darle vueltas. Su frente ardía y rápidamente empezaron los escalofríos y sacudidas. Sus alumnos de Tercero de ESO, al ver de esta guisa a su maestro, corrieron raudas y veloces a buscar a algún profesor de guardia. Mientras, Ernesto no se movía de su silla y apoyaba todo su cuerpo sobre la vieja mesa de madera que aguantaba sus charlas, risas, regañinas, castigos y algún que otro puñetazo. Esperaba que aquella sensación tan desagradable de estar montado en un tiovivo sin retorno, sin comienzo ni fin desapareciera, todo daba vueltas en torno a su figura, sin embargo, no fue sí, pronto empezó con su tos seca, asmática, compañera inseparable de fin de curso, de todos los finales de curso, llenos de cansancio, achaques y preocupaciones.
Pronto llegó la ambulancia al centro educativo y fue trasladado rápidamente al hospital. Diagnóstico: neumonía bilateral bastante avanzada. No podía hablar, tragar ni beber. Le dolían mucho el pecho y las articulaciones.
En sus días de ingreso hospitalario conoció a una neumóloga pizpireta, alegre, nerviosa, menudita y muy profesional. El primer día le dijo:
Eva Mª Camarero Rodríguez
– Lo siento Ernesto, pero vas a tener que dejar de trabajar. Siento decírtelo así, pero o cambias tu ritmo de vida y sigues mis consejos o no sé cuánto podrás vivir. Necesitas cuidarte y las pocas fuerzas que tienes las necesitas para vivir. Piénsatelo. Tu familia te necesita y esto no es calidad de vida.
Los ojos del profesor se llenaron de lágrimas mientras repetía: – Dejar de trabajar, no, no, todavía soy joven, me gusta dar clase, soy feliz entre mis alumnos, mis libros, mis versos, mi grupo de teatro... Lo superaré, puedo con todo, esto es algo pasajero.
La doctora, muy resuelta y empática, dándose cuenta de la situación y conmovida por las lágrimas de su paciente, le comentó:
– A partir de hoy vas a empezar a usar por las noches un BiPAP, mira, es este aparato que te he traído. Te lo gradúo, te enseño a utilizarlo y desde hoy será tu compañero de viaje. Vamos a ver qué tal te va.
Le colocó una mascarilla, dura y un poco rígida, que más adelante cambiaría por otra más blanda de goma y silicona, toqueteó ágilmente con sus dedos, con la habilidad de un mago, una serie de parámetros, como si de un cohete que va a despegar se tratara, y lo puso en marcha. Ernesto era una mezcla entre conejillo asustado y extraterrestre recién llegado a la Tierra con su máscara para no asfixiarse en una atmósfera hostil. Miraba con ojos asombrados aquella máquina a la que le habían conectado sin permiso, como si de un ovni se tratara. Al principio una sensación extraña embargaba su ser y su respiración agitada y poco acompasada se fue tornando rítmica y suave. Empezó a relajarse y parecía que flotaba, incluso le entró sueño, después de las agitadas noches hospitalarias, en las cuales era imposible conciliar el sueño. Al cabo de un rato, aquella duendecilla de bata blanca le comentó:
– Bueno, pues esto será un accesorio muy importante de tu vida, pero todavía te espera un “robotillo” un poco más desagradable que, sin embargo, te hará mucho bien: un tosedor.
– ¿Un tosedor?– Preguntó Ernesto con los ojos como platos.
– ¡Qué mal sonaba aquello! Si él ya tosía, no necesitaba toser más– pensaba dentro de su ignorancia neumológica. No sabía que aquellos artilugios de nombre extraño le devolverían la voz y las ganas de luchar. Sus atrofiados músculos torácicos y respiratorios recibieron con los brazos abiertos ese salvavidas, que noche tras noche y día tras día, permitía a Ernesto un nuevo despertar, rellenar sus pulmones de aire renovado, de poner en marcha sus agotados músculos y comenzar, despertar un día y otro, una noche tras otra noche, una clase tras otra clase, un poema tras otro poema, un verso tras otro verso a golpe de fragua, de ir forjando otros lazos con otra vida, no menos apasionante que la anterior a aquel día en el que recibió aquellos “regalos hospitalarios”. Su día a día no era un camino de rosas, pero las espinas tampoco pinchaban tanto, aunque su amistad con el tosedor todavía se resistía. Ernesto pudo continuar con su vocación académica y disfrutar de su familia, sin agotarse tanto, sin esa tos y esa afonía que le habían ido acompañando en los últimos meses y le impedían llevar a cabo una vida normal. Pudo seguir impartiendo clases durante dos años más antes de jubilarse y estrenar su última obra de teatro, de la mano de sus inestimables compañeras de fatigas, que tanto le ayudaron a realizar su sueño. Después de mucho reflexionar había tomado una decisión. Se había decantado por la mejor opción de vida: Ser feliz y hacer felices a los que le rodeaban. El último día mientras sujetaba su bastón con la mano derecha y cerraba con llave, lo que había sido su aula durante sus últimos años, cuando ya no podía caminar distancias largas ni subir escaleras, con los ojos llorosos y emocionados, recordaba los versos del poema de Ana María Gil que había recitado a sus alumnos aquella soleada mañana de junio como despedida:
Hoy he elegido ser feliz y disfrutar del rayo de sol que me despierta en la mañana, del cantar de los pájaros, del suave cobijo con el que despierto, del sutil susurro de mi corazón.
Hoy he elegido ser feliz y amar cada situación que se me presente, disfrutar de cada instante que vivo, admirar a cada persona que se cruza en mi camino.
Hoy he elegido ser feliz, pues no es muy tarde ni muy temprano para ser feliz, solo mi decisión es suficiente.
Dedicado a la Doctora Araceli Abad y su equipo del Hospital Universitario de Getafe y a todos los profesionales que luchan por hacer nuestras vidas un poquito más agradables y enseñarnos a luchar, aunque el camino sea difícil y tortuoso. Gracias.