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Y volverme río
Patrícia Quirós Fernández
Manuscritos de otros tiempos llegan a mis manos, Los cojo, los leo, los huelo, parecen papel mojado de algún otro cuento. Me abrazo al papel como si fuera un objeto valioso, ¡Tan valioso y fecundo! Que me quedo agarrada a él sin poder despegarme. Ya no me importa leer el manuscrito paso a paso, lo que me interesa es acariñarlo, tocarlo, acariciarlo, sofocarlo, pasear mis dedos por entre sus tapas, a ciegas, como si antes de leerlo, sus historias ya estuvieran a ser contadas, como si antes de penetrarlo, sus voces ya estuvieran allí susurrándome aquello que guardan en sus adentros. Antes, antes de tocarlo, antes de abrazarlo, puedo escucharlo respirando, Los libros respiran, respiran historias por sí mismas, historias que ya existen fuera de la mano escrita, De la tinta derramada por las hojas, historias que ya están a ser contadas por sí mismas, historias, que coexisten con nosotras en el aire que respiro. Ellas están vivas, Nosotras hacemos de traductoras del viento,
Como pastoras de palabras vamos juntando ideas sueños y versos, Y nos sentamos al Sol a esperarlas, Esperar pasar el soplo del viento.
Sopla el viento, respiro, Sopla el vientre, respiro, Van llegando con cuentagotas cada nota, cada historia, cada pliegue, cada verso difundido, que voy destilando en vino, suspendida en el tiempo, macerada en deseos, le juego el pulso en espiral a la respiración del tiempo. Sopla el viento, respiro, Sopla el vientre, respiro, Acariciando el aire que entra por mi nariz, hincha mi pecho, se instala en mi barriga, lo dejó estacionar ahí, durante un corto período de tiempo, suspendo la respiración para sentir la historia por dentro.
Antes del libro ser escrito, antes de comenzar el manuscrito, devoro entre mis manos la pasión del aire por ser libro, el deseo de las letras por transformase en historias, el disfrute de mis pulmones para darle voz al viento que sopla… Me quedo suspendida en el tiempo, Abrazada a los cuentos, quiero ser río que respira las historias no contadas, los versos del tintero en el olvido, las tristezas enmarañadas en los cabellos…y volverme río.
La tierra tiembla
Patrícia Quirós Fernández
…en aquel día todo me olía a muerte… Las piernas pesadas, el pelo revuelto, un aire de espíritu enfadado con la vida, la camisa descolocada, la respiración entrecortada.
Paraísos de otros tiempos se esbozaban en mi mente, ya no me queda nada, ya no que queda el aire, Pensaba,
Esto se va a acabar algún día, sin que nos demos cuenta, y alguien le pondrá un precio alto, un valor muy caro, y comenzaremos a tomarlo en serio, como si fuera un jugo exótico, nos miraremos los unos a los otros y respiraremos, como quien le vende al otro lo que está haciendo: oye yo lo he comprado, lo he probado, respiro, ¿y tú, respiras? ¿lo ves? ¿me ves?
¿y tú, también consumes este producto?
Se me agota el aire, cuando intento repetir una y otra vez el mismo gesto de vivir, ese: ¡ya sé cómo se hace! que repito y repito, una y otra vez, repito, hasta agotar la magia existente en el vivir, hasta agotar el misterio macerado de vivirla…
Conectados a vivirnos a través del aire, el soplo de vida de quien anima este gesto en barro, me siento como una figura de barro, horneada a fuego lento bajo Tierra, entretejida por los derechos rizomáticos del subsuelo; Hoy, me veo nacer, en el barro del misterio, siento mi cuerpo susurrado viejas canciones de mayo. La tierra comienza a temblar al abrazo de esta estatuilla de barro, Se abre paso, me abro paso, entre tanta concha, cabellos, uñas, fósiles, piedras, El soplo de vida que va llegando,
Me veo naciendo, y me acojo, me veo naciendo, y coloco mi cabeza frente a la cabeza de la estatuilla, me acuno, me sosiego, me abrazo, pego mis labios a esa tierra húmeda, a esa estatuilla cocida por la vida y le insuflo el soplo de mis pulmones……………………………Vuelvo a estar viva.
Fui una costilla fluctuante
Patrícia Quirós Fernández
Estoy debajo de la Tierra.
Todavía respiro flores de mango y tomillo entre mis rincones en primavera. Cae el abrigo de la noche.
Aquí abajo siempre se está silencioso, húmedo y frío, las gotas rizomáticas de los árboles se juntan a mis cabellos, creamos una danza juntas,
Respiro,
Y cuando lo hago, muevo el brillo de las piedras resplandecientes que como pequeños átomos, vibran sobre el subsuelo estrellado.
Aquí abajo existe todo un subsuelo estrellado.
Respiro,
La Tierra comienza a salir por mis orificios, respiran mis bocas, respiran mis manos, comienzo a moverme lentamente, como si fuera un sueño muy antiguo, algo que se repitiera sin yo poderlo controlar, antes de ser creado.
Me siento al abrigo de los árboles, semillas invisibles que respiran conmigo, y me digo:
– ya no recuerdo lo que era estar viva conmigo. Esta humedad constante que te hace ser río, Río subterráneo, Río del subsuelo, aquí abajo existe un mar estrellado, Lleno de sueños y deseos.
Respiro, respiro, como quien se lleva cabeza adentro hacia la tierra, Como quien se insufla de todos los comienzos, de todos los antes, de todos los altares, del deseo de cobrar cuerpo y movimiento. Me abrazo en el gesto pequeño, tierno tímido vulnerable, que me recuerda que estoy viva. La respiración sale de mis adentros como dos grandes tubos de escape hacia el cielo, dos chimeneas gigantescas apuntando hacia arriba, hacia el aire, Y algo parece que se expande, Se expande, como antenas estrelladas que consiguen recordar de nuevo, el olor fino a Tierra mojada, el olor del mundo que nos abraza.
Siento en mis pulmones, el peso de la tristeza de La Tierra, en mi caja torácica se escriben poemas de amor con sabor a primaveras, mis costillas fluctuantes juegan con los deseos del ayer, memorias de otro cuero que habité antes, antes de ser aquello que conozco Fui una costilla fluctuante.
Queridos padres y madres
Jennifer Ramos Vázquez
Queridos padres y madres de todo el mundo:
Creo que muchas veces se nos olvida lo importante que sois en nuestras vidas, hablo desde la perspectiva de una hija. Os tenemos que dar las gracias, en primer lugar, por darnos la vida y en segundo lugar, por cuidarnos como lo hacéis. ¡SOIS LOS MEJORES! Gracias por vuestro amor incondicional, por entregarnos siempre todo cuanto está en vuestras manos sin pedir absolutamente nada a cambio, gracias por protegernos de nuestros miedos, gracias por ser valientes, gracias por ayudarnos en todo momento a luchar contra las diferentes enfermedades, en este caso, hablo de las pulmonares como por ejemplo: Fibrosis Quística, Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica, asma…
Sé perfectamente lo que sentís, cuando vuestro hijo/a tiene una enfermedad así, es como un escalofrío que recorre todo vuestro cuerpo. Quería deciros en nombre de todos los hijos/as del mundo que siempre vamos a estar a vuestro lado. No importa por dónde nos lleve la vida, si estamos cerca o lejos, si podemos vernos o no, siempre estaremos con vosotros, dándoos las gracias por cada momento juntos, que puede ser el último.
En mi caso, soy una chica de 28 años que tiene fibrosis quística, como sabéis es una enfermedad pulmonar rara e incurable; pero mis padres me enseñaron la diferencia entre estar viva y vivir, quieren que viva lo máximo posible y sobre todo, que sea muy feliz. En cada momento importante de mi vida, conté con su presencia, nunca me sentí sola, porque sabía de sobra que mis padres siempre estarían a mi lado. Sé perfectamente lo duro que se os hace muchas cosas, por eso quiero pedir perdón a todos esos padres/madres del mundo. Perdón por si alguna vez os fallamos, perdón por dar alguna mala contestación, perdón por no demostrar siempre el amor que os tenemos, perdón por si alguna vez nos hemos distanciado de vosotros y os hemos hecho sufrir, perdón por no haceros caso, perdón por los disgustos que pudisteis llevar en algún momento por nuestra insensatez e inmadurez. Pero tengo claro, que sí es verdad que después de la muerte nos volvemos a reencarnar, sin duda, os escogería otra vez como padres. Dios me dio una de cal y otra
Queridos padres y madres de arena, me explico, nací con esta enfermedad pero, a la vez; me dio unos padres increíbles. Me siento verdaderamente orgullosa de tener unos padres tan maravillosos. Espero siempre estar a la altura como hija.
Siempre estaré con vosotros, papás. Pero sobre todo, muchas GRACIAS por estar siempre a mi lado.
Niña de sal
Coral Sanz Carro
Mi amiga Marina está hecha de sal.
Su sudor tiene el regusto de los líquenes de las rocas costeras y, a veces, su cadencia al respirar se asemeja a una brisa inconstante que viene y va.
Podría pensarse que una sustancia tan común no le haría mal a nadie. Pero no hay que olvidar que la sal, esparcida en grandes cantidades sobre la tierra, impide que vuelva a brotar la hierba. Ese es el poder destructor de la fibrosis quística.
De hecho, no hace tanto tiempo, los niños de sal nunca llegaban a ver nacer las flores de la primavera. Sin embargo, mi amiga ya no era ninguna niña cuando la conocí y eso me infundía esperanzas. Aunque ¿qué niño puede seguir siendo niño a sabiendas de que, cualquier día, un mal viento podría llevarse su cuerpo, granito a granito, con la misma facilidad con la que destruye la más alta y robusta montaña de arena?
Cuando nos veían juntas, nadie se percataba de la excepción que era su cuerpo salado, pensaban que era como yo. Y es que Marina estudiaba, reía o bailaba como cualquiera de nosotras. Pero un día la sal de su cuerpo empezó a agrietarse, a romperse y a amontonarse en sus pulmones. Cada vez menos aire conseguía filtrarse y sortear los pesados grumos que se iban creando. Ella intentaba volver a recomponerla con las manos, como podía, ayudada por unos vientos nebulizados que la tenían como encerrada en una cueva, cada vez durante más horas. Era en vano: sus pulmones habían empezado a horadarse y a transformarse en enormes corales que guardaban en sus resquicios, en sus miles de profundas oquedades, peligrosas bacterias que, como el más temible de los monstruos, la estaban devorando por dentro. Y mi amiga empezó a desvanecerse.
Su piel se tornó pálida como la espuma, se quedó tan quieta como un mar antes de la tormenta. Su voz ya no era más que el murmullo quedo que traen las olas al llegar a la playa y sus toses, cada vez más frecuentes, unos ecos sordos de las corrientes que la arrastraban a las profundidades. De pronto su vida recordaba a la de una endeble barquita en medio de un temporal, cuyo destino no es otro que el de hundirse sin remedio. Mi amiga se iba a pique y ya nadie podía agarrar su timón.
Pero entonces ocurrió un milagro. Como cuentan las lenguas de otros tantos marineros, quienes pese a los malos pronósticos lograron pisar tierra firme, entre olas y tormentas, a lo lejos, emergió una isla. Un oasis donde unos sabios vestidos de blanco afirmaron que podrían reponer sus tablones carcomidos. Que no todo estaba perdido. Que podían salvarla. Y así, mi amiga se armó de valor y se embarcó con su familia en una travesía que la llevaría muy lejos de casa, a aquella tierra en la que seguir respirando sería posible. A aquella tierra a orillas del mar.
Apenas tuvieron que transcurrir cuatro meses para que los sabios, con sus profundos conocimientos de alquimia y su buen hacer, tocaran la campana para celebrar la buena nueva. Todo había salido bien, la barca endeble se había convertido en el más resistente de los galeones. La vida de Marina ya no corría peligro. Sus nuevos pulmones, ahora sin sal, por fin tenían aliento suficiente para cambiar la historia. Ya no se dejarían engullir por las olas, ahora serían ellos los que las crearan con la fuerza de su soplo. Y desde el puerto en que habíamos despedido a nuestra amiga, celebramos y festejamos que, por fin, después de dos largos años conteniendo el aliento por ella, nosotras también podíamos volver a respirar.
Esta tarde de finales de abril Marina está a mi lado. Cogidas de la mano, recorremos la costa de la Malvarrosa valenciana a la que tanto debemos. Y nadie se da cuenta de la excepción que es su cuerpo salado, pues de nuevo ella vuelve a ser como yo. La miro y sonríe. Y yo le respondo con una sonrisa un poco más amplia. Hablamos y hablamos sin percatarnos de la hora, hasta que empieza a oscurecer. Pero no nos corre prisa terminar e irnos a casa.
El reloj, que antaño hacía girar sus manecillas con apremio, ahora parece haberse detenido. Se diría que nos quisiera conceder el tiempo necesario para recuperar todas aquellas conversaciones que quedaron ahogadas en el silencio, cuando a los pulmones de Marina ya no les quedaban fuerzas con las que alimentar su voz. Nos detenemos junto al mar, mirando al horizonte. Callamos, pero ambas sabemos que, por dentro, nuestras palabras se escuchan alto y claro. Y en nuestras oraciones damos las gracias a aquellos sabios, a la mágica costa que la acogió en su naufragio. Pero, en especial, damos las gracias a aquella persona que, antes de partir, decidió dejar la quilla de su navío en tierra firme para que otro barco pudiera navegar.
Ya ha anochecido. La luna brilla con más fuerza que nunca. Poco a poco, vamos dejando la playa atrás. Nos reímos. Y, a nuestras espaldas, oímos cómo las olas rompen suaves en la orilla, como si, cómplice, el mar también riera junto a su niña de sal.
Relato basado en la historia de mi amiga Marina Pérez, paciente con fibrosis quística, trasplantada a los 25 años en el Hospital La Fe de Valencia el 1 de diciembre de 2021.
Colapso
Leire Vázquez Astorquiza
No me queda mucho tiempo.
La idea de morir asustaría a cualquiera, y yo no soy una excepción. Soy consciente de que ha llegado mi hora, el final de mi existencia. No dejaré mucho atrás; he llevado una vida sencilla, por lo que no habrá nadie que me recuerde o me añore cuando desaparezca.
Supongo que es por este miedo a ser olvidado por lo que escribo esta carta. Para dejar constancia de mi paso por este mundo, antes de deshacerme en polvo y flotar eternamente en la inmensidad del universo.
Como decía, mi vida siempre fue simple y tranquila. He estado junto a mi hermano gemelo desde que tengo uso de razón; éramos inseparables. Vivíamos rodeados de nuestros seres queridos, y eso era más que suficiente para ambos. Éramos felices.
Comenzamos a trabajar a una muy temprana edad. Nos recuerdo joviales en nuestra juventud, con la tez sonrosada y dispuestos a comernos el mundo. Trabajábamos sin descanso las 24 horas del día, todos los días del año. Era una ardua responsabilidad la que recaía sobre nuestros hombros; muchos otros dependían de que llevásemos a cabo nuestra labor correctamente. Pero siempre nos tuvimos el uno al otro, apoyándonos en los más momentos difíciles y consiguiendo salir adelante.
Sin embargo, esta energía y vitalidad no fueron eternas. Con el paso de los años, podía notar como mi hermano se iba apagando lentamente. Y puedo decir lo mismo de mí. Ya no trabajábamos con esa férrea fuerza que nos caracterizaba. Estábamos cansados, muy cansados. Y nuestro entorno tampoco nos lo puso fácil; el día que Luis encendió su primer cigarrillo, nos condenó a muerte sin percatarse.
Cielos, acabo de darme cuenta de que todavía no me he presentado. Mucho gusto, soy el pulmón derecho de Luis Fernández.
Como decía, desde el momento en el que Luis comenzó a fumar, a mi gemelo y a mí se nos hacía cada vez más complicado trabajar adecuadamente, y el resto de órganos co- menzaron a verse afectados por ello. Apenas conseguíamos llenarnos de aire, y los niveles de oxígeno en el cuerpo de Luis descendían peligrosamente.
Esto fue a peor a medida que envejecíamos; éramos ya muy débiles, y sumándole el daño que nos había ocasionado el tabaco, un día simplemente colapsamos. Oímos gritar al corazón; nos rogaba que le facilitásemos algo de oxígeno. El cerebro también suplicaba nuestra ayuda, y cada vez eran más los órganos que sufrían y chillaban desesperados. Pero era demasiado tarde.
Luis sufrió un infarto de miocardio esa misma tarde, y nos trasladaron rápidamente a un hospital. Allí lo intubaron, y por primera vez en años, notamos un potente flujo de oxígeno abrirse paso a través de nosotros. Miré a mi hermano esperanzado, pero él yacía inerte con los ojos cerrados. Ya no había ni rastro de su tez rosada; había sido sustituida por un tono grisáceo y putrefacto. Suspiré con tristeza.
Han pasado un par de días desde nuestro ingreso. Sé que mi hermano ha fallecido, y hoy he oído decir a los médicos que Luis sufre de muerte cerebral. Esta tarde me quitarán el respirador, que es lo único que me permite seguir llenándome de algo de aire. Por eso me despido; porque sé que, aunque haya seguido luchando hasta el final, no ha sido suficiente. Y sé que esto es el fin de mi historia. De la historia de mi hermano, del cerebro y de todos los demás.
Es, en definitiva, el fin de la historia de Luis Fernández.
Respira
Cecilia Velasco Bois
Hola me llamo Ariale vivo en Gristaina, es mi mundo sin aire…. En nuestro planeta vivimos en el año 3.552, poco a poco según cuenta nuestra historia al no cuidarnos nosotros mismos y no cuidar nuestro planeta, nuestro oxigeno se agotó… Vivimos con unas mascaras que desde nuestro primer día de vida son parte de nuestro cuerpo, antiguamente casi todo el mundo pensaba que el corazón era el motor de nuestra vida, ¿Pero habíais pensado en vuestros pulmones?
En Gristaina no tenemos mar, no tenemos plantas, no existe el oxígeno … por eso tuvimos que fabricar oxígeno para nosotros poder vivir. De hecho, sin nuestra mascara perenne no podría estar aquí contando esta historia.
Nuestro mundo es gris, también bebemos un líquido que hemos fabricado para poder vivir ya que no tenemos agua y es que según mis antepasados todo eso está compuesto de oxígeno del cual ya no disponemos. Por lo visto pensabais que siempre podríais respirar. Cuenta la leyenda de nuestros tatarabuelos, que antiguamente existía el mar allí se bañaban, respiraban su olor, ¡oxigeno puro! lo niños y las familias lo pasaban super bien allí los días de verano e incluso mucha gente le encantaba tumbarse, escuchar las olas y respirar aquel aire tan puro.
También cuentan que existían las plantas, flores con un montón de colores y que eso nos proporcionaba oxígeno, pero también desapareció.
A mis tatarabuelos les encantaba el olor de las flores, decían que se acercaban la flor a la nariz, cerraban los ojos y respiraban y el olor era indescriptible, wuaoo ¡me hubiera encantado sentir eso.
Animales…. ellos también vivían con nosotros, pero como se volvieron tan egoístas los humanos por aquella época al agotar el aire, terminaron con todos ello.
¿Sabéis qué pasó? los humanos de aquella época estaban muy estresados, vivían muy deprisa, y aunque respiraba por instinto, no sabían cómo hacerlo, no le dieron la importancia que tenía.
Con su respiración podían controlar su corazón, sus emociones, pero se les olvido hacerlo.
Dejaron de cuidar su interior, por lo visto existía una cosa muy mala que se llamaba tabaco y eso destruía sus pulmones, ¿Como podían autodestruirse ellos mismos? Pero así era ….
Tal fue su egoísmo que acabaron con todo, mar, plantas, animales, incluso con muchos de ellos mismos.
Así que como he tenido la oportunidad de haceros llegar la historia de mi mundo y mi forma de vida, reconozco que me hubiera encantado vivir en el vuestro , lo único que os puedo decir que por favor no os olvidéis de cuidaros y de lo más importante RESPIRAR.
Insomne
Alfons M. Viñuela Juárez
A. estaba ya en la cama, dispuesto a leer algo que le relajase y le procurase un sueño rápido. El reloj marcaba las 23:32 horas con sus dígitos luminosos verdes.
00:15. No aguantaba como antes leyendo, al cabo de un rato, tenía que repetir la lectura de los últimos párrafos pues enseguida le entraba la modorra, bueno, de eso se trataba. Apagó la luz, fundido a negro que dicen en el cine, pero no era un negro intenso, por las rendijas de la persiana cerrada y de la puerta que dejaba entreabierta para que la habitación se ventilase, los restos de una claridad nocturna, la luna y unas pocas ventanas iluminadas … tamizaban la oscuridad, dejándola gris neblina ¿existía ese color? Pero la luz de la pantalla del despertador también rompía el pretendido negro de las noches. Y eso que la ponía al mínimo … aunque a veces le despertaba una luz más intensa de la pantalla digital y aun así prefería este reloj silencioso al analógico y su tictac.
00:37. A. no encontraba la postura. Tenía tos. Girando sobre un costado pensaba que tal vez de este otro lado tosiera menos. Se movía mucho, pobre J. que tenía que aguantar sus episodios de exacerbación por las noches. Bueno, ella estaba durmiendo ahora, a veces respirando fuerte también. No se podía decir que roncase, pero casi … A. se giró del costado izquierdo, “es más sano”, lo había leído no recordaba dónde, pero así tenía más sibilancias, es curioso, del derecho tenía menos … A. procuró hacer respiraciones más profundas a la espera de dormirse de nuevo… centrándose en esa imagen interior que parece fijar el cerebro con formas geométricas difusas y tenue brillantez…
02:10 horas. Ya sabía que se despertaría pronto para ir al baño… “ni dos horas ¡qué rollo! y esto es la edad también…” –pensó– “cosa de la próstata …” neoplastia le dijo el urólogo. Esperaba sin mucha fe no despejarse. Era muy pronto para tomarse la pastilla. La noche anterior no la necesitó, pero con tantas cosas que tomaba … así que pensó “bueno si luego me vuelvo a levantar, que volveré a hacerlo, igual me tomo media…”. Tenía que ir dosificándola ya que al parecer enganchaba y entonces no podría dormir sin ella. Se acordaba de aquel jefe que tenía que necesitaba tomarse media pastilla de un conocido ansiolítico para dormir y que si no la tenía le podían los nervios ante la perspectiva de pasar una noche en blanco. A veces incluso salía de noche a buscar una farmacia donde fuese que estuviesen … Todo esto pasaba por la cabeza de A. mientras daba vueltas en la cama … “Y suerte que no tengo oxígeno todavía, no sé cómo dormiría entonces... El concentrador hace ruido… supongo que como el compresor que tengo para las nebulizaciones… es muy ruidoso ¿será lo mismo? Al parecer empiezan prescribiéndotelo por las noches… no sé, igual podríamos poner el compresor en la otra habitación y hacer un agujero en el tabique para que pasase el tubo… pero luego ¿cuándo sea oxígeno? No estoy muy seguro de cómo va eso … las botellas, el cilindro portátil… debería preocuparme por saberlo, aunque de momento…”.
03:44 horas. De nuevo le acuciaba ir al baño, se resistía a levantarse con la vana esperanza de volverse a dormir y, mientras tanto, su cabeza no paraba de funcionar.... “Ayer me levanté cuatro veces, claro, tomé la infusión para los bronquios, la acetilcisteína y el agua con el antibiótico, Ciprofloxacino, qué nombrecito, pero al final me lo he aprendido, el de antes era más fácil, Actira, tenía nombre de personaje de cómic manga … mi hija, de pequeña, tenía muchos cómics japoneses, aún los debe tener, le preguntaré, a ver si me acuerdo. La veo tan poco … me resigno a verlo normal que un padre vea poco a su hija… tampoco muchas llamadas, pasamos semanas sin hablarnos … si estuviese en otra ciudad, otro país o en la otra parte del mundo seguro que hablaríamos más, como cuando la pandemia que hacíamos algún Skype de tanto en tanto, ahora algunos WhatsApp y aún…” ¿Qué había dormido hasta ahora? Poco. Pero se levantó y fue de nuevo al baño. No encendía ninguna luz, no fuese a despejarse más aún. La claridad del patio donde daba la ventana del baño le era suficiente para, apoyado con una mano en el marco de la ventana, miccionar sin riesgo a hacerlo fuera de la diana. El ruido del depósito del inodoro al accionarlo penetró en su mente semidormida como un sonido ensordecedor.
04:15 horas. Llevaba media hora despierto, resistiéndose a tomarse la pastilla esperaba a ver si caía de una vez, algunas noches estaba casi dos horas dando vueltas, lo que era un fastidio…y, pese a probar todo tipo de argucias como levantarse, tomar un vaso de leche caliente, leer algo en la cama con la ‘tablet’ iluminada en sepia y al mínimo, o salir a leer a la sala, los dígitos del reloj iban avanzando hacia una nueva noche que pasaría casi en blanco. Probaría, como otras noches, a acompasar su respiración con J. pero A. necesitaba más tiempo para exhalar, una relación de 3 a 6, tres segundos inspirando, seis espirando, 1,2,3, … 1,2,3,4,5,6 … podría probar aguantar la respiración otros dos segundos entre inspiración y espiración, lo vio en un documental sobre el sueño no hacía mucho …intentó no pensar en nada, cesar toda actividad mental para dormirse mientras contaba… qué difícil es ‘no pensar en nada’ y que pensamientos más extraños (o tontos) iban apareciendo…) Eran sobre todo temas de la infancia, o de personas que apenas había recordado en años… de cosas de trabajos lejanos, de proyectos que no se cumplieron … aparecían aleatoriamente historias de su familia, de su madre principalmente, de su EPOC ¡qué inconsciente había sido fumando con sus antecedentes! Y eso que no empezó antes de los 21 años …pero ¡hasta casi los 50!... y en todas estas ‘apariciones mentales’ un solo pensamiento: “No puedo cambiar el pasado por muchas vueltas que le dé, qué idiota pensar en si hubiese hecho aquello otro en lugar de … ahora lo que toca es dormir … y no puedo tampoco pensar en las cosas de mañana, ya vendrá todo en su momento”.
05:25. De nuevo un ojo semiabierto mirando la pantalla del reloj. De nuevo varias vueltas sobre sí mismo para encontrar una postura que le favoreciese el sueño y respirar bien. Boca arriba tal vez respiraba mejor, pero si lograba dormirse le despertaba de inmediato un ronquido apneico y un leve toque de J. para que cambiara de postura. Y en su duermevela seguía pensando incesantemente, que difícil era desconectar la mente… pensaba en que sus pulmones necesitaban sueño para regenerar células, pensaba en que tenía que beber algo pues tenía la garganta seca de tantos inhaladores, pensaba en que con la triple terapia de un solo inhalador se reduciría esta sequedad y que estaba trabajando con su asociación de pacientes para que los políticos apoyasen la derogación del visado para la administración de este fármaco 3 en 1, pensaba en que tenía que dormir, dormir y descansar, que el cuerpo no descansaba igual despierto, pensaba…
07:10. A. se despierta tras haber dormido algo más de una hora y haber soñado las absurdas, locas e inconexas pequeñas historias surrealistas que nos trae el inconsciente a todos cada noche y que se interrumpen de forma generalmente abrupta. Y las ganas de ir al baño de nuevo “ahora que me había dormido vuelvo a tener ganas, igual puedo aguantar un poco y pueda dormir una horita más”. Pero no, mejor levantarse y empezar a ponerse en marcha. Tomar la medicación, preparar el desayuno para cuando J. se levante, leer los periódicos digitales, consultar el correo y los WhatsApp y, con suerte, poder hacer una pequeña siesta de veinte o treinta minutos después de comer. Ha sido otra noche insomne.