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Pequeñas alegrías
Diana Margarita Iñahuazo Solano
Al regresar de hacer la visita matutina en hospitalización, veo a un hombre caminando lentamente, se acerca con una gran sonrisa en su rostro, se detiene y me pregunta amablemente;
– Doctora, ¡Buenos días! ¿Cómo está? Sé que aún no es hora de mi consulta médica, pero en caso que no haya llegado el otro paciente… ¿me podría atender?
En realidad, todavía no comenzaba la hora de la consulta, pero al verlo tan contento, lo invité a pasar.
– Buenos días Don Gumersindo, que gusto verlo tan vivaz, – afortunadamente me había desocupado pronto de mi pase de visita– claro siga, tome asiento.
Se aproxima con paso tranquilo, gustoso se sienta, mirando vivamente, como un niño esperando que le tomen la lección, cuando sabe que ha estudiado arduamente.
Pensar que hace solo un mes, me acercaba por el pasillo hacia su cuarto, encontrándolo con la mirada apagada, acostado, conectado al oxígeno, pensando en su casita, en la posibilidad de superar esta nueva agudización de su enfermedad que había sido mucha más fuerte que las veces anteriores, cada vez le hacía dar más temor de no poder recuperarse. Cuando lo visitaba, a pesar de su estado, trataba de recomponerse y respondía lo mejor que podía, se sentía el deseo de continuar viviendo, las ganas de seguir luchando y de regresar a su hogar, también sentía arrepentimiento, por ser el propio causante de su padecimiento, pero lamentarse no traería el remedio, se resignaba y preguntaba si estaba mejorando.
Don Gumercindo en su juventud, no sabía o no quería escuchar, más bien no lo creía, la juventud nos da un aire de valentía, un aire que nos hace pensar que nada nos puede afectar y se sentía importante, interesante al colocar ese cigarrillo en sus labios, al principio era parecerse a los demás, también lo hacían y se veían tan bien, y progresivamente fue comenzando a sentir una necesidad más fuerte, quería que durara más tiempo la sensación de bienestar que le hacía sentir, por lo que se incrementaron la cantidad de tabacos, lo que iba restando las ganancias de su trabajo, hacia piruetas para comprar lo necesario para su mujer y los niños y además poder adquirir sus anhelados cigarrillos, y así pasaron muchos años, hasta que la enfermedad terminal de su esposa lo hizo reflexionar, lo dejo solo, afortunadamente sus hijos ya eran adultos independientes, pero el enterarse que fue también posible culpable del padecimiento de ella, le afecto profundamente, y más bien en su memoria, como una disculpa tardía a ella, dejo el cigarrillo, sin mirar atrás; aunque ya había comenzado los síntomas hace un tiempo, pero él no quería admitirlo porque iban a culpar a su amigo de siempre, pero ahora que lo había dejado, era momento de confesar y pedir ayuda, se cansaba demasiado, ya no podía subir las escaleras hacia su cuarto sin detenerse por lo menos 4 veces, y así comenzaron sus visitas al centro de salud, parecía que el dejar el cigarrillo le había hecho mal, decía en tono irónico, sabiendo que todo ya había comenzado desde antes. Eran cuadros leves, a veces moderados, sentía que se le iba el aire y la tos empeoraba la sensación, él vivía junto a la naturaleza, en su querida finca, el centro de salud más cercano era pequeño, le daban medicación oral unos aparatos con un gas que no sabían bien cómo usar, pero que le mejoraban parcialmente. Hasta que uno de esos días, los síntomas fueron más fuertes, ya no pudieron ayudarle y le enviaron al hospital más cercano, ahí le conocí, primera vez hospitalizado, primera vez que sentía tan claramente que la vida se le iba, ya le habían dado la primera atención, se sentía menos agitado, pero aún le costaba respirar adecuadamente, le revise sus exámenes, me di cuenta que había una importante afectación pulmonar por el tabaco, pero que no habían hallazgos de malignidad, le tranquilice, le anime, le enseñe las técnicas correctas para usar su inhalador, día tras día mejoraba, sus hijos estaban pendientes, querían colaborar, estaban preocupados, de presenciar el mismo desenlace que tuvo su madre, por lo que al saber que era un proceso crónico pero tratable hicieron todo lo posible por conseguir la medicina que le mantuviera mucho más estable. Es así que, al regresar a su hogar, aunque vivía solo, sentía que era su ambiente seguro, y sus hijos lo visitaban más seguido, se percataban que tuviera todo lo necesario.
Tenemos la dicha de vivir a 74 msnm, mis pacientes respiratorios superan su falta de oxígeno mucho más rápido que los que vive en grandes alturas, por lo que Don Gumercindo no necesito usar oxígeno a su egreso hospitalario; y en el día de la consulta tras revisar su cita en el sistema, su historial clínico y los signos, con calma, le pregunte:
Y como ha estado don Gumercindo, le comento que sus exámenes de control están muy bien, pero lo más importante es que me cuente como se encuentran sus síntomas.
– Doctora, estoy tan contento, he podido recorrer nuevamente mi finca, incluso le traigo estos plátanos que logre recoger ayer, ahora ya subo al segundo piso de mi casa, haciendo solo 1 descanso – me dice riendo – es tan satisfactorio poder ir a visitar a mis amigos cercanos, mis vecinos me dicen que me ven muy bien.
– Que alegría don Gumercindo, son buenas noticias, usted sabe que sus pulmones están afectados de forma irreversible, por lo que es importante que siempre este utilizando su medicación para que pueda mantener el estado en que se encuentra.
Continuamos con la cita enfocándonos en cosas más objetivas, en los test y las encuestas, revisando nuevamente la técnica adecuada de sus inhaladores, y al final nos despedimos con agrado.
– Lo veré en 2 meses don Gumercindo, cuídese mucho
– Gracias doctora, que tenga una excelente semana, nos veremos la próxima cita
Lo veo alejándose, me inunda la satisfacción de ver un paciente recuperado, volviendo dentro de lo posible a su actividad habitual, le auguro muchas más visitas de control y con la esperanza de que no sean necesarias nuevamente las visitas a emergencia.