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El viaje
Asunción Fenoll Cerdá
Era un día cualquiera en cualquier parte del mundo y era una hora cualquiera sobre cualquier mar, montaña o valle.
Tomás abrió la ventana y una ráfaga de aire invadió sus pulmones de una forma tan abrupta que le provocó un ataque de tos.
– ¡Casi me ahogo, caray, que ventolera hace hoy! Tendré que llevar cuidado –dijo Tomás.
– Ya estoy dentro de un humano, esa ráfaga de viento me ha entrado violentamente en sus pulmones. Empezaré mi trabajo, pensó la molécula de oxígeno.
Mi función es suministrar energía a las células para que todo funcione a la perfección. Es un trabajo delicado que necesita fuerza y a la vez precisión, no puedo equivocarme, los resultados serían dramáticos e irreversibles.
Al principio empezamos el camino un grupo abundante de moléculas y recorrimos una gran avenida que se dividía en calles más pequeñas. Podía elegir cualquiera de ellas sin temor a equivocarme porque, al fin y al cabo, había que recorrerlas todas. La calle angosta terminaba con una plaza muy agradable y con solo pisarla me empecé a encontrar muy bien.
Llegó entonces un autobús y todos los que como yo estábamos allí, subimos invitados por el conductor con una amable sonrisa. El viaje fue agradable, pero tuvimos entonces que escalar un buen tramo para llegar a una zona donde había una verdadera tormenta de rayos y parecía que era yo quien los provocaba puesto que, cada vez qué tocaba un punto, se iluminaba y me marcaba el camino a seguir para que ocurriera exactamente lo mismo. A partir de aquella tempestad, inicié una suave bajada, un descenso largo que me llevó a una gran llanura. Era como una depresión de tierra bordeada de altas montañas con distintos tipos de vegetación. Ahí me esperaba un trabajo muy duro y había más compañeros como yo que me ayudaban a triturar, desmenuzar y amasar unas sustancias desconocidas para nosotros. Fue un trabajo agotador.
Sin siquiera descansar, nos requerían en otro lugar. Había que limpiar toda la maquinaria a fondo y desechar toda la basura. Ese trabajo se tenía que hacer también en grupo, pues tan importante era el suministro de energía como el destruir la basura y los elementos nocivos.
Por fin llegamos a una pieza fundamental para el funcionamiento general. No puedo decir todas y cada una de sus funciones. Baste con saber que tiene más de 500, todas ellas importantes.
Según íbamos cumpliendo nuestra tarea, el desgaste iba en aumento, hasta tal punto, que éramos expulsado al exterior.
A otra molécula de oxígeno le tocó un viaje mucho más accidentado. Cuando llegó a la avenida y a la calle estrecha que acababa en una bonita plaza y resultó que la calle estaba llena de basura y por ello era más estrecha y difícil de transitar y la plaza estaba oscura y rota y no conseguía reconfortarme. Había muchos autobuses esperándonos y muy pocos viajeros y los pocos que estábamos allí no teníamos suficiente vigor.
Cuando llegamos al sitio donde dejábamos el autobús y empezábamos la escalada, parecía que había un terremoto. El suelo y las paredes se contraían rápidamente y el ascenso era mucho más dificultoso.
A partir de ese momento ya nada fue igual.
Se había infiltrado en mi puesto de trabajo un monstruo. Me explicaré mejor:
Yo soy el aire y al entrar en el cuerpo humano, a través de la tráquea y dirigido por el píloro, llego a los pulmones, donde me despojo del nitrógeno y el argón. Las avenidas, calles y plazas, en vuestro idioma, son los bronquios, bronquiolos y alveolos y por medio de la arteria voy al corazón y de allí al cerebro, donde está la tormenta eléctrica. El terremoto de la escalada es la tos que sufre el humano. El valle es el estómago, el basurero el riñón y el de las 500 funciones es el hígado.
Cuando me convierto en Anhídrido Carbónico, hay que deshacerse de mí.
El monstruo que me ha invadido los pulmones es la EPOC. Y me dificulta mi misión.
Entre todos debemos darnos a conocer e impulsar la investigación para eliminar el monstruo y permitir que el ser humano tenga una buena calidad de vida y no viva atormentado por el miedo del monstruo de la EPOC.
Esto es amor
Asunción Fenoll Cerdá
– Doctor, siento contradecirle, pero está usted equivocado.
Rosa, con mucha tranquilidad, con su voz firme y templada se enfrentó al Doctor Arturo de la Vega. Era una eminencia en su especialidad y ella lo sabía. Además, coincidía en el diagnóstico de los otros médicos a quienes había consultado. Todos le decían que tenía una enfermedad pulmonar obstructiva crónica que le impedía respirar. Todos le habían hecho las mismas pruebas: radiografías, análisis de sangre venosa y arterial, tomografía axial computarizada, pruebas de resistencia, de capacidad pulmonar…
Todos habían actuado de la misma manera y todos le explicaron que sus pulmones tenían unos bronquios, bronquiolos y alveolos que no tenían la capacidad de una persona sana y por tanto mi cuerpo no funcionaba con normalidad por recibir menos oxígeno.
– Doctor, no pretendo decirle que está equivocado. Según las pruebas que me ha hecho, ha llegado a la conclusión de que me falta oxígeno y eso es verdad, no puedo estar más de acuerdo con usted. A mí me falta el aire, me ahogo en muchas ocasiones, pero está equivocado en la causa y por ello no voy a seguir con su tratamiento a pies juntillas porque, con el tiempo, me perjudicaría.
– Rosa, es necesario que siga al pie de la letra mis consejos, debe tomarse la medicación que le he indicado y llevar oxígeno 16 horas al día, como mínimo. No sé de donde se saca usted que la causa de su enfermedad es otra. ¿Qué estudios tiene usted para poder alegarlo?
– Debe aceptar que yo no estoy enferma, por tanto, no voy a tomar ni antibióticos ni cortisona, no me hacen ninguna falta porque yo, doctor, no estoy enferma, lo que estoy es… ¡Enamorada! ¿Usted no ha estado ninguna vez enamorado y le han abandonado?
Pues eso es lo que me pasa a mí.
Rosa sacó de su bolso un lápiz de memoria y le pidió al médico que lo pusiera en su ordenador para poder oírlo.
Con el asombro pintado en su cara, D. Arturo conectó el pen y sonaron las primeras notas:
“aire, me falta el aire Miedo, me sobra el miedo
Para respirar y poder luchar”
Otra
“tu eres el aire que me da vida Y mi alma te respira
Eres el aire y me haces falta Sin tu amor no puedo respirar”
Otra más
“tu eres el aire que quiero respirar Y no exhalarte
Tu eres mi aire Y quiero que me roces con tu baile”
Y termino
“si tu no estás, me falta el aire”
– ¿Me entiende ahora? Mi marido murió y desde entonces yo no respiro bien, pero no porque tenga esa enfermedad que usted y todos los médicos que he visitado se empeñan en decir que tengo. Yo no respiro bien porque me falta el amor.
Rosa siguió hablando mientras miraba por la ventana del despacho. Miraba, pero no veía nada, estaba metida dentro de una ensoñación en la que estaba segura de que no tenía ninguna patología y se basaba en cientos de canciones de amor y desamor. No podían estar equivocados todos los autores de esas canciones, lo que ocurría era que la medicina estaba estancada y tenía que buscar más en las emociones del ser humano.
– Las emociones y los sentimientos dirigen y controlan nuestras vidas, nos hacen felices y nos enferman. ¿Lo entiende, doctor?
No hacía falta esperar la contestación. Por su cara, adivinaba no solo que no la entendía, si no que estaba convencido de que había perdido la razón y por tanto, pensó que lo mejor sería irse lo antes posible. Aquel hombre podría mandar que la encerraran y abarrotarla a pastillas.
En silencio y mientras D. Arturo hablaba mirando y rebuscando entre unos expedientes, abandonó la estancia cerrando suavemente la puerta.
Una vez en la calle, se subió a su coche y pensó abandonar la ciudad e incluso el país. A ver si tenía suerte y alguien la entendía o se volvía a enamorar.
Rosa parecía derrotada, no conseguía hacerse entender, con lo fácil que era.