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3. El debate macro, dos teorías y dos políticas: Keynesianos versus Monetaristas

EL DEBATE MACRO, DOS TEORÍAS Y DOS POLÍTICAS: NEOCLÁSICOS Y KEYNESIANOS

Los economistas realizan aproximaciones a la realidad que se denominan “modelos”. Pero estos no son en modo alguno “ejemplos a seguir” sino formas de representar teóricamente la realidad; y como esa realidad es compleja, se simplifica utilizando supuestos.

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Dos de los modelos macroeconómicos más conocidos son el “Modelo Clásico” y el “Modelo Keynesiano” (utilizamos la terminología de Keynes que llamó Clásico a los Neoclásicos). A su vez, dentro de esos dos grandes modelos existen distintas variantes (para economía cerrada, para economía abierta, de precios fijos, de precios variables, con tipo de cambio fijo, con tipo de cambio variable, etc.). Estos dos grandes grupos de modelos se diferencian en los supuestos acerca de la conducta de los agentes actuantes. Aquí nos acercaremos a ellos de un manera sencilla, intuitiva, evitando las complicaciones de sus versiones sofisticadas.

I. Introducción

La vida económica funciona con altibajos. Esto se constata desde épocas muy remotas. Si se observa la evolución de un índice, tal como el Producto Bruto, se identifican fases de prosperidad y fases de depresión (en este caso, de ser abrupta, se considera que estamos ante una “crisis”).

Sin embargo, el concepto de crisis ha tenido distintas amplitudes de acuerdo a las épocas. Así la Escuela Clásica sostuvo que no existe la posibilidad de que se produzcan crisis generales de sobreproducción. Podían existir ciertos desajustes de carácter sectorial, pero de acuerdo a su cuerpo teórico la economía “agregada” no estaba sujeta a las vicisitudes de una crisis general.

No obstante, dentro del mismo marco de la Escuela Clásica, se escucharon voces en discrepancia, como R. Malthus en “Principios de Economía Política” (1820), que argumentaba la posibilidad de una crisis de sobreproducción general a consecuencia de un nivel de ahorro excesivo.

Para K. Marx, y dentro de la crítica a la ortodoxia, la crisis equivalía al derrumbe del sistema capitalista. En 1860, a partir de un trabajo de Clement Juglar, la noción de crisis perdió el contenido de hecho aislado para ubicarse en una perspectiva de hecho periódico: la vida económica se vería, desde entonces, como oscilante, sin que esto implicara una ruptura o derrumbe definitivo. Surgía así la idea del Ciclo Económico, con su característica de recurrencia (y sus fases mencionadas de auge y recesión). Estas fluctuaciones significan costos sociales que, en lo posible, se intentan evitar por medio de la política gubernamental. En este sentido existe un punto obligado de referencia: las aportaciones de Keynes. En su revolucionaria obra de 1936, “La Teoría General”, Keynes plantea ciertas estrategias, como políticas contracíclicas, con objeto de combatir las consecuencias de la Gran Depresión(4) .

Desde que Don Patinkin publicara, en 1956, su “Money, Interest and Prices”, se tuvo como principio generalmente aceptado que el modelo keynesiano partía de rigideces de precios o salarios; y desde entonces, los modelos clásico y keynesiano se diferenciaron sustancialmente en la forma de la oferta agregada (OA): inelástica en la versión clásica y elástica en el enfoque keynesiano.

4 La Teoría General toca el tema de los ciclos y el desempleo cíclico, pero también puede verse como una mirada de lo que se denomina “estancamiento secular”. Por varias causas, Keynes entendía que no había más oportunidades para inversión privada y por eso proponía que el Estado debía suplir ese vacío con un gasto público estructural. De lo contrario el desempleo sería una constante amenaza

II. La visión clásica: una economía de oferta

Como sabemos, cada época intenta responder a una “aporía”, un dilema propio de su tiempo, de su marco histórico. El pensamiento de los neoclásicos respondía a un mundo en innegable crecimiento y fantástica expansión territorial, lo que significaba una continua proximidad al pleno uso de los recursos económicos. Simplificando, podemos decir que en un universo con necesidades insatisfechas, el problema central era una restricción de oferta.

A partir de esta realidad, propia de los años que van desde 1870 a 1930, el sistema teórico se construyó a partir de dos supuestos principales: a) El orden económico está dominado por una estricta competencia (una atomización del mercado). b) El pleno empleo de los recursos es la situación normal de la economía.

El contenido de la economía neoclásica estaba definido por estos supuestos, ya que si los recursos de una sociedad están totalmente empleados, la tarea central del análisis económico consiste en explicar cómo se asignan óptimamente estos recursos entre los usos alternativos, a fin de potenciar la “oferta agregada” de esta economía. Con este objeto estudiaron las capacidades asignativas de las tasas de intercambio entre bienes. Es decir: los precios relativos.

Para mejor comprender las diferencias existentes entre la política económica neoclásica y la keynesiana, llevaremos tales teorías a esquemas gráficos.

Según los economistas neoclásicos, la curva de demanda agregada (DA) tiene inclinación descendente, pues, partiendo del principio de los saldos reales (o cantidad “real” de dinero) poseídos por los agentes, a medida que los precios disminuyen, la cantidad de saldos reales u oferta real de dinero (M/P) aumentará. La capacidad adquisitiva del público crece y, en consecuencia, comprarán más bienes y servicios a precios bajos que a precios altos.

Si se reúnen las curvas de DA y OA obtendremos el punto de equilibrio. Los clásicos sostenían que solamente se daría equilibrio con pleno empleo; y que las fuerzas del mercado llevan automáticamente a tal situación (ver Gráfica I).

Gráfica 1

Supongamos una situación inicial con un nivel de precios Po (en donde OA>DA). Según los economistas clásicos, el desempleo masivo existente presionaría a la baja de precios (así como los salarios), y el sistema económico se movería paulatinamente a lo largo de la curva de demanda agregada, hasta el equilibrio de pleno empleo (E).

Podemos extraer rápidamente cuatro conclusiones: I) la flexibilidad de precios permite al propio mercado alcanzar el equilibrio; II) para incrementar el nivel de producto debe aumentar la oferta agregada (desplazamiento hacia la derecha); III) si existía desequilibrio, existía desempleo; y, en caso de equilibrio, indubitablemente, se daría pleno empleo; IV) cualquier política de expansión de DA (fiscal o monetaria), sólo conduciría a mayores niveles de precios, pero no a un mayor producto.

III. La gran crisis de 1929

Sin embargo, en este tranquilo panorama aparece la convulsionante presencia de la crisis de 1929. Para la visión clásica, las causas originales de la crisis se encuentran, esencialmente, en perturbaciones monetarias que hicieron caer sustancialmente la cantidad de dinero en circulación. Esto llevó a una caída en la DA (desplazamiento hacia la izquierda, ya que cada curva de DA supone una cantidad nominal de dinero), y el consiguiente desempleo al nivel de precios prevaleciente. El equilibrio hubiese retornado (en el largo plazo), pero la múltiple rigidez existente en el sistema a esa altura, lo impidieron. La deflación fue sólo parcial y el desempleo, su consecuencia final (punto O) en el corto plazo (Gráfica II).

Estas rigideces se explican por: a) salarios institucionales, inflexibles a la baja en términos monetarios; b) muchos fabricantes operaban en mercados imperfectos, lo que les permitía cierto manejo sobre los precios; c) distorsiones en precios relativos agudizaron la depresión.

Como decíamos, los economistas clásicos argumentaban que en un tiempo “prudencial” (largo plazo) y sin presencia de rigideces en el sistema, éste retornaría por sí mismo al equilibrio (y al pleno empleo). Destaquemos que en este concepto de largo plazo se encierra una falacia, pues en la macroeconomía clásica el largo plazo es el período necesario para que los precios (y salarios) se ajusten completamente. Es decir, alcancen el equilibrio. Es decir, en el equilibrio final no se demuestra, se supone a priori. Dando por sentado la situación que se debía comprobar.

Gráfica 2

IV. Keynes: el enfoque de la demanda

Si bien en el mundo clásico el desempleo (involuntario y generalizado) estaba descartado, teórica y empíricamente, a fines de 1929 y a lo largo de los años 30 esta “realidad” se vio conmovida. Primero, históricamente, pues la Gran Crisis llevó a que en los Estados Unidos el paro alcanzara al 25% de la población económicamente activa (en 1933). Uno de cada cuatro trabajadores se hallaba sin empleo. Ante este “nuevo problema”, el andamiaje teórico se conmovió con las ideas keynesianas.

Las ideas keynesianas estudiaban esencialmente un problema de corto plazo;... y a corto plazo la capacidad de producción de una economía es una magnitud fija. Esto, considerando que llamamos corto plazo a un período dentro del cual no se producen cambios (significativos) en la capacidad productiva. Por lo tanto, si lo que nos interesa es determinar el nivel de producto (real) podemos concluir que éste dependerá, a su vez, del nivel de utilización de la capacidad. Aquí surge una pregunta clave: ¿qué cosa determina el grado de utilización de la capacidad?

La respuesta de Keynes es: las expectativas de demanda. Se utilizará la capacidad productiva, siempre que exista la expectativa de que la demanda será suficiente. Por lo tanto, podemos proponer que a corto plazo la teoría de la determinación del ingreso es, básicamente, una teoría de la demanda total.

Surge así la teoría de la estabilización(5), o de la determinación del ingreso como relación entre el producto real y el producto potencial (o sea, la capacidad).

Keynes sostuvo, entonces, un armazón teórico distinto al de los clásicos. Comenzando por la forma de su curva de oferta agregada. Enfatizó la rigidez de precios y salarios a la baja. Los sujetos económicos no aceptarían un recorte en sus ingresos (al menos nominales, que resultan ser los de inmediata percepción). Incluso, ante un exceso de oferta, un desempleo masivo, tal como el observado por Keynes en sus años, los precios (como los salarios) permanecen rígidos indefinidamente.

Esto significa, gráficamente, un tramo horizontal en la curva de Oferta Agregada (OA), hasta alcanzar el nivel de pleno empleo. Toda caída en la DA se traducirá, a lo largo de este tramo horizontal, en un descenso en el producto y no en los precios. Persistiendo una situación de equilibrio con desempleo (Ype > Yi). Una depresión crónica. La cual, el mercado por sí mismo, no es capaz de revertir. Con el consiguiente costo social implicado: despilfarro (recursos no asignados) y padecimiento (por los desocupados).

“El sistema económico que vivimos (...) parece capaz de permanecer en una situación crónica de actividad inferior a la normal (...) sin tendencia ni a la recuperación ni al colapso total. Además (...) el pleno empleo es un acontecimiento infrecuente y pasajero”. J. M. Keynes (“La Teoría General”).

Este tramo perfectamente elástico de la OA, propio de un sistema en donde existen recursos desocupados, permite una explicación paralela. Los clásicos habían centrado como un problema fundamental la productividad, sosteniendo la Ley de los Rendimientos Decrecientes de todos los recursos. Keynes, en cambio, sostenía que la productividad es constante y “podemos darla por descontada, siempre que la demanda permanezca alta” (J.M. Keynes). Es éste, otro argumento que justifica la constancia de la oferta agregada a un dado nivel de precios (si los rendimientos son constantes, los costes también lo serán), y otra ruptura más con los conceptos clásicos.

Gráfica 3

Nos resta considerar la forma de la DA keynesiana. Keynes presenta la demanda total no como una cantidad global, sino como un agregado de partes independientes. De este modo concibe dos clases distintas de productos: los bienes de consumo y los bienes de inversión. Mientras los primeros presentan una cierta estabilidad en su volumen, la inversión depende crucialmente de las expectativas. Si éstas resultan desfavorables (por ejemplo, por desempleo, por recesión) se producirá una retracción de la inversión.

Por tanto, un descenso en el nivel de precios (lo cual refleja deflación), pese a producir un aumento de saldos reales y, ceteris paribus, una caída en el interés; no se reflejará en una mayor demanda agregada, pues el consumo permanecerá inalterado y las expectativas adversas neutralizarán cualquier efecto positivo de la caída de la tasa de interés sobre la inversión. De allí que la DA keynesiana suele representarse como vertical (inelástica a los precios). No obstante, las conclusiones del modelo no se verán afectadas si le otorgáramos una cierta elasticidad. Ahora, es fácilmente comprensible la introducción de la acción activa del Estado. En una situación de depresión (Y1), con un marco de pesimismo en el sector privado (por lo cual éste posterga inversiones), y una “preferencia por la liquidez” en el público, que impide políticas monetarias efectivas; es sencillo concluir como Keynes: el único modo de relanzar la demanda agregada sería mediante una política fiscal activa, que propulse la DA hasta Ype (DA2). En el punto E observamos la presencia de equilibrio, pero a la vez desempleo. Situación que en la versión clásica quedaba completamente desechada, pues equilibrio y pleno empleo resultaban sinónimos.

A partir del pleno empleo, el esquema keynesiano de precios rígidos desaparece y retornamos al mundo clásico. Todo aumento de la DA, por una carencia de elasticidad en la oferta, no repercutirá en el producto sino sólo en los precios, provocando inflación (E’).

V. Compatibilización de representaciones gráficas

El keynesianismo, como una interpretación de Keynes, utiliza extendidamente la síntesis neoclásica (o modelo de Hicks-Hansen, o IS-LM), nacida del famoso artículo de J.R. Hicks, “Mr. Keynes and the Classics: a suggested intepretation”, publicado inmediatamente después de la Teoría General, en 1937.

Gráfica 4

Por su parte, en el conocido texto de P. Samuelson de 1948 (“Economics: an introductory análisis”, conocido en lengua castellana como “Curso de Economía Moderna “), se popularizó la representación del análisis Producto Real-Gasto. En él, mediante un artificio gráfico, con una línea bisectriz se grafica la OA; y, luego, la DA, con la pendiente que otorguen las propensiones marginales (a ahorrar y a invertir).

Como puede apreciarse (Gráfica IV), cualquier cambio en la DA es respondido totalmente por la OA. Esto refleja la elasticidad perfecta a un nivel de precios dados (lo cual concuerda plenamente con la gráfica que habíamos presentado en el espacio Precio-Producto), (Gráfica III).

Si definimos, a su vez, un nivel de pleno empleo a partir del cual la OA (la línea de 45°) se torna absolutamente inelástica (vertical), puede apreciarse que aumentos en la demanda se transforman en aumentos de precios, pues el cociente Gasto/Producto (radio vector) deja de ser constante para comenzar a crecer (puntos B y C).

VI. Escuelas económicas y políticas recomendadas

La tradición clásica es representada entre los economistas actuales por la Escuela Monetarista (y por la llamada Economía de Oferta). Puede decirse que la teoría monetarista toma al Ingreso Real como proveniente del sector real (no monetario) del sistema, y considera que los mercados se ajustarán primero vía precios y después por cantidades (siguiendo así la tradición neoclásica de Alfred Marshall).

En el análisis keynesiano, se hace el supuesto inverso: los precios demoran en reaccionar (y por tanto en el análisis de corto plazo pueden ser tomados como un dato) mientras las cantidades se ajustan rápidamente (según algunos por presencia de “ilusión monetaria”, según otros por “deficiencias de información”).

Estas dos corrientes teóricas han intentado explicar los ciclos del Ingreso Nominal, sin que ninguna de ellas demuestre una capacidad de predicción generalmente aceptada (por la comunidad científica) respecto de cuánto de ese cambio nominal irá a precios y cuánto será el cambio en el producto (Ingreso Real).

Cada una de las corrientes se inclina por una variable independiente, la cual considera más estable, a fin de predecir los cambios en el Ingreso Nominal. Así, el Enfoque Cuantitativo (o Monetarista) sostiene que los cambios en la oferta de dinero, afectarán el Ingreso Nominal por vía de la demanda de dinero “considerablemente estable” (los ciclos son causados por cambios en la oferta monetaria). Por su parte, la corriente keynesiana propone que son los cambios en los componentes autónomos del gasto los que afectan el Ingreso Nominal (hay una función consumo “estable” pero la inversión fluctúa, generando el ciclo. Simplificadamente:

Por último, y vinculado a la Política Económica, los clásicos (y con ellos, los monetaristas) consideran al sistema económico como esencialmente estable (después de una perturbación, la economía retoma por sí al pleno empleo)(6). Los keynesianos, por el contrario, ven al sistema como económicamente inestable, dada la volatilidad de la inversión (que responde al ciclotímico humor de los empresarios, los “animal spirits” de Keynes); y sólo la asistencia de las políticas activas de demanda (fiscal o monetaria) hacen posible alcanzar un equilibrio con pleno empleo.

EFECTO PIGOU y EFECTO KEYNES

Los Clásicos consideran que si existe una cierta flexibilidad de precios, ante una caída de la demanda agregada, el propio mercado generará una reactivación (por crecimiento automático de la demanda agregada). Al caer los precios, se produciría un aumento en la riqueza líquida real de las “familias”, haciendo que éstas aumenten sus gastos de consumo (el llamado efecto Pigou). Es un efecto directo sobre el gasto agregado que incide en el ingreso de equilibrio. También operaría el llamado efecto Keynes, por el cual una caída en los precios elevaría la cantidad de dinero real, reduciendo la tasa de interés, y alentando con ello la inversión de las “empresas”. Es un efecto indirecto sobre el gasto agregado, elevando el producto de equilibrio. Ambos efectos predicen reactivación automática, sin políticas activas

Las concepciones keynesianas y monetaristas se separan acentuadamente en la práctica económica a partir de sus opiniones sobre los efectos del gasto público y la política monetaria. Para los keynesianos es un instrumento fundamental para dirigir benéficamente el sistema económico (v.gn aumentar el empleo, alcanzar un crecimiento óptimo, etc.). Los monetaristas, en cambio, consideran que el impacto principal de la política fiscal no está en el corto sino en el largo plazo, al afectar el crecimiento, y no necesariamente de modo positivo, ya que altera la estructura de producción al cambiar los precios relativos a favor de los bienes “domésticos” y en contra de los “transables”). Los gastos públicos pueden así cambiar la tasa de crecimiento, al alterar la composición de la demanda actual (a causa de las distintas proporciones entre gastos de “consumo” y gastos de “inversión”).

Además, sostienen que a corto plazo, si los gastos públicos están financiados mediante aumentos en los impuestos (o endeudamiento) sólo sustituirán a los gastos privados, más que complementarlos (esto, por los cambios que, como se explicó antes en el modelo, se producen en los precios, los tipos de interés, etc.). Si, en cambio, la política fiscal

se financia con emisión monetaria, aumentando el nivel de empleo, entonces la clave estará en la Política Monetaria y no en la Política Fiscal, nos dicen los Monetaristas. Ante una recesión, los Monetaristas (o Clásicos) no recomendarían una políticas activas (sean fiscales o monetarias) sino una serie de acciones para flexibilizar los mercados…, y paciencia aguardando la reacción de los agentes, para redireccionarse al equilibrio. Aunque su principal medida es de prevención: lograr a priori una estructura general flexible, para que el mercado, en caso de caída en el nivel de actividad, reaccione velozmente en busca de retornar al equilibrio.

En la Argentina, y a los efectos de ejemplificar con sucesos históricos por todos conocidos, puede decirse que la concepción monetarista se aplicó, en cierto modo, durante la conducción económica de Martínez de Hoz (1976-1981) y de Roque Fernández (1996-1999), la keynesiana particularmente en los tiempos de Krieger Vasena (1966-1970), de J.V. Sourrouille (1985-1989), de Lavagna (2003-2005), y Kiciloff (2013-2015). Si hablamos de nuestra América, la reestructuración de la economía chilena de los años 1975/1995 respondió a un esquema monetarista. Por el contrario, la economía del Brasil ha seguido históricamente ideas keynesianas (como por lo común toda América, salvo muy cortos períodos).

VII. Explicando las fluctuaciones

Con una ampliación de la presentación brindada hasta aquí, podemos en esta versión de estática comparativa, explicar las fluctuaciones del producto (y del empleo).

Si estamos en una economía cerrada, sin crecimiento, con precios completamente flexibles (o sea elasticidad precio del producto igual a cero, respondiendo en todo a una economía clásica), y se produce un aumento de la oferta de dinero, tendremos una demanda agregada DA’: la perfecta flexibilidad de los precios nos conduce de inmediato al nivel P2 (no hay, entonces, variaciones del producto). (Gráfica V).

Si, por el contrario, en esa misma economía cerrada, las respuestas son de “índole” keynesiana y se produce una expansión DA’, el nivel de producto crecerá a Y1 (con Po).

La idea predominante, luego del largo debate de los años 60, ha sido que las economías tienen características keynesianas en el corto plazo (OAc, que es horizontal) y clásicas en el largo plazo (OAL, que es vertical, con elasticidad cero).

Incluso, admitimos que, a medida que el plazo se extiende, la oferta tiene una propensión a registrar una mayor respuesta de los precios. Es decir, que la oferta agregada adopta una cierta pendiente (OA’).

Por tanto, con este esquema un aumento de la DA explica las fluctuaciones del producto. Partiendo de A, en el corto plazo el producto se expande (punto B) (con P0); luego los precios crecen y el producto se reduce (punto C, con P1). Finalmente, en el largo plazo, la flexibilidad de precios es completa (P2) (y volvemos al nivel de empleo natural), con el mismo nivel de producto inicial. La evolución de ciclo y precio se ve en las gráficas V y VI. Aquí hemos comparado situaciones de equilibrio estático, pero no analizamos la senda temporal que siguen las variables en su paso de un equilibrio a otro (senda que tiene sus costos sociales). Este problema exige un análisis dinámico que tiene un mayor grado de complejidad y necesita del auxilio del instrumento matemático.

Gráfica 5

Gráfica 6

VII. ¿Cuál es la política activa más “conveniente”?

Existen las políticas estabilizadoras (de las cuales las “activas” forman parte) que se adoptan para reducir el grado de fluctuaciones, frenando la economía cuando se acerca al pico del ciclo de los negocios y muy especialmente estimularla cuando se aproxima a la depresión. En este caso hablamos de política reactivante, entendiendo por tal una política que estimula la economía para cerrar la brecha de producción (output gap) entre el nivel observado de actividad y su nivel potencial (o de pleno empleo).

Ahora bien, en cuanto a la pregunta del título la respuesta no es nada sencilla. Las causales son múltiples: existen limitaciones que surgen de los instrumentos de análisis, de las herramientas de política y de la información disponible. Para una acción correcta es

necesario hacer acertadas predicciones acerca de un futuro incierto con base en un presente que tampoco se conoce con precisión. Es como la apertura en ajedrez: se pretende encontrar una “solución imbatible”… pero hasta ahora nadie la ha encontrado.

En primer lugar, pensando en una política con fine de reactivación, para actuar debemos suponer que hay recursos disponibles…, de lo contrario, en lugar de hablar de una política de reactivación tenemos que pensar en una política de crecimiento (que apunta a aumentos en la productividad de los factores; o bien aumentos de su cantidad). En segundo lugar, desde lo teórico, debemos considerar el entorno real en que nos encontremos para saber qué esquema de análisis (es decir, que modelo) debemos utilizar para llegar a la respuesta. Los casos son muy numerosos (¿estamos en una situación de precios fijos o flexibles? ¿economía abierta o cerrada?¿con tipo de cambio fijo o flexible?¿con libre movilidad de capitales o con restricciones?). Si entramos a efectuar combinaciones entre los casos anteriores rápidamente se cae en cuenta que el número final supera con facilidad el medio centenar…, y si además le sumamos que contamos que con dos políticas básicas posibles (fiscal y monetaria) y dos marcos teóricos (Clásico y Keynesiano), ese número se multiplica.

Sin embargo, podemos acotar algunos grandes detalles. Por ejemplo, que, en general, las políticas fiscales, por el “efecto desplazamiento” al subir eventualmente la tasa de interés, conducen a un menor peso proporcional del sector privado en el PBI; mientras que las políticas monetarias (por la eventual caída en la tasa de interés) tienden a aumentar la contribución del sector privado en la economía. Desde ya que estas acotaciones tienen sus matices, pero aquí no los desarrollaremos.

Podemos agregar, como epílogo, que en el esquema keynesiano simple (el primitivo de la “Teoría General” de 1936), caracterizado por una economía cerrada con desempleo, la política monetaria era descartada por ineficaz, por entender que en la Gran Bretaña se estaba en la “trampa de la demanda de dinero”, por ser ésta perfectamente elástica al interés (y que Dennis Robertson llamó “trampa de la liquidez”), la cual impedía reducciones en la tasa de interés. Por tanto, Keynes recomendaba la herramienta que le quedaba disponible: la política fiscal. Sin embargo, luego lo habitual fue aplicar medidas combinadas, monetarias y fiscales, constituyendo lo que se llamó “sintonía fina”. Por lo común, subordinando la política monetaria del Banco Central a la situación fiscal (la dominancia fiscal).

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