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PALABRAS DE REFLEXIÓN FINAL
Original febrero 2001, modificado agosto 2017 y agosto 2021 “No hay sueños cuerdos con esperanzas locas”, Lope de Vega (en Pobre barquilla mía)
Nos gustaría cerrar con unas breves reflexiones generales que apuntan a lo que se discute en estos primeros años del siglo XXI. Aunque es tema debatido, puede prudentemente afirmarse que Argentina inició su proceso de estancamiento luego del “rechazo” del plan económico propuesto por Pinedo, en 1940, en los tiempos del presidente Ortiz. Desde entonces hasta hoy han pasado más de 70 ministros de economía (unos 30 presidentes, 11 de ellos de facto, con 21 años de gobierno sobre un total de 74) y no podemos decir que el país recupere claramente posiciones relativas de antaño; más bien por el contrario, pese al importante crecimiento de los últimos años.
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En la época de R.A. Cereijo, como Ministro de Perón (entre 1946/1952), diríamos que se inicia deliberadamente el encerramiento económico, relegando el rol del sistema de precios como asignador central, y entregando ese papel a las políticas fiscales y monetarias. Se opta por la estrategia de “crecimiento hacia adentro”, sustituyendo la “demanda externa” por la “demanda interna” como locomotora de la economía. Si tomamos como meta el crecimiento del ingreso por habitante, aquel fue un error mayúsculo, por el aislamiento resultante, el cual se intentó revertir en numerosas oportunidades sin éxito (y, quizás, hasta los ‘90, sin mucha vocación). Por el contrario, en los años noventa hubo vocación de apertura…, pero tal vez el volátil escenario mundial no haya sido el momento más favorable para la apertura (aunque ésta era ineludible en razón del muy rápido cambio tecnológico que comenzaba a producirse), y la experiencia concluyó en una gran crisis (2000/2003). A fines de febrero del 2001, escribimos las palabras finales de una versión muy anterior de este texto (“Nuevas Lecturas de Política Económica”, 2001), y decíamos que el “efecto confianza” del apoyo financiero (“blindaje”) de noviembre del 2000 se había esfumado, potenciando la restricción externa. Y, casi proféticamente, escribimos que aquel año 2001 sería un “annus horribilis”. No erramos en el pronóstico. El optimismo ante tantos fracasos a lo largo del último medio siglo no está tan presente y por eso cualquier circunstancia fortuita y coyuntural puede tornar las expectativas económicas en pesimistas.
Quisiéramos cerrar con un conjunto de puntos a destacar, que mencionáramos en otros textos: • Nuestro escaso tiempo de historia (comparado con países de otras latitudes) hizo que Mitre la “inventara” a fines del siglo XIX. En lugar de una historia “real” nos habituamos a una historia “mítica”, aunque sea contemporánea (v.gr. L.A.Firpo, C.Gardel, J.M.Gatica, D. Maradona son ejemplos). La diferencia entre el ayer y el hoy, es que hace un siglo esa historia popular iba fraguando casi espontáneamente en el “pueblo”, pero hoy es generada por algunos “medios masivos” de comunicación (y más por las “redes”), que instalan una presunta realidad, manipulando y desfigurando a menudo los hechos. ¡Por eso es preciso ser prudentes en nuestra lectura de la información!
• Se cuenta que Tomás Moro, quien fuera Lord Canciller bajo Enrique VIII, en el siglo XVI, comentó, hablando de los famosos “cercamientos” que acontecían en la campiña: “En Inglaterra, las ovejas se comen a los hombres”. Parafraseando al ilustre humanista, podría decirse que “en Argentina, los políticos (y los economistas) se comen a la gente (al menos a sus esperanzas)”..., y cada vez más rápido. Las olas de optimismo que suele generar una nueva situación (por ejemplo, un cambio de presidente o de ministro) tienen vidas sucesivamente más breves (¿menos credibilidad?). La paciencia de la gente se agota. Lo cual es socialmente preocupante por el conflicto potencial que puede desencadenar.
• El comportamiento del mercado financiero (bancos y bolsa) no es despreciable en sus impactos, como la Crisis Mundial 2008/09 ha dejado claramente ver. Posee un “efecto riqueza” directo sobre los tenedores o indirecto (a través de las carteras de las carteras de los Bancos; o en de los inversores institucionales), lo que puede conducir a un desaliento en el consumo (si el efecto es negativo) o a una euforia de ese mismo consumo (si el efecto es positivo, por suba del valor de los Títulos). Tampoco es despreciable, en un país que pretende emerger, el rol del mercado de capitales como intermediario eficaz entre ahorristas (particularmente pequeños ahorristas) e inversores, pero en Argentina nos especializamos en destruir ese mercado de capitales, que hoy prácticamente ha desparecido. Las cifras son elocuentes: entre 1992 y 2008, el volumen promedio operado en el mercado de capitales como porcentaje del PIB fue del 4%, mientras que el promedio entre 2009 y 2012 fue de solamente 0,57% del PIB. Y hoy es aún menor. Como comparación regional, ese porcentaje en Brasil es de 39% (casi 70 veces el nuestro) y en Chile del 23%; en Estados Unidos de más del 200%, y en los países industrializados es normal que se supere el 100%. Es decir que, en los otros países, gran parte del ahorro de los
pequeños agentes se canaliza por el mercado de títulos público y acciones..., cosa
que no acontece en nuestro país. Para colmo de males, hay un extendido reclamo de gravar la “renta financiera”, con lo cual el menguado Mercado de Capitales desaparecería completamente. Un daño irreparable. Un gravamen tal, que puede ser progresista en un País Desarrollado, resulta destructivo en uno que pretende atraer capitales para desarrollarse.
• En los últimos treinta años, la participación del Estado en el PBI por vía de la política fiscal creció sustancialmente, particularmente en algunas jurisdicciones. Por ejemplo, en algunos municipios, como Córdoba, en 1991 el presupuesto era de unos 130 millones y en el año 2000 ascendió a unos 380 millones (lo cual arroja una tasa de crecimiento anual de 12.66%; una tasa alejada del crecimiento del producto de la ciudad de Córdoba). Esto ya nos da un panorama de la evolución. El gran porcentaje de la erogación ha ido a gastos corrientes (sueldos conquistados por el poderoso gremio municipal, que presiona fuertemente a las autoridades comunales cordobesas desde hace décadas).
ESTOS TIEMPOS Y EL PROBLEMA FUNDAMENTAL
Vivimos épocas difíciles…, cierto es que como todos los hombres a lo largo de todos los tiempos. Sin embargo, pocas han sido tan traumáticas. Particularmente por que golpea la soberbia que nos envuelve, desde hace un par de siglos, como Humanidad. Todas las grandes epidemias, extendidas geográficamente (las pandemias) han cambiado el futuro, colocándolo fuera de la tendencia previa. La Gran Peste de Justiniano, poco conocida hasta hace solamente un puñado de meses, salvo por aquellos que tenemos por métier colateral la historia (sea la fáctica o la del pensamiento), está hoy en la mente de muchos. Aquella Peste de Justiniano, que se extendió por un par de siglos, debilitó al Imperio Bizantino, permitiendo a los árabes el dominio del Medio Oriente. También todos hemos escuchado de la Peste Negra, en especial la del siglo XIV, que fue el prólogo del fin de la Edad Media. Ni que hablar de la epidemia de viruela que asoló, en el siglo XVI, la América recién “descubierta”, y destruyó demográficamente los pueblos aborígenes. Durante estos meses pesados y tristes del 2020/21, hemos despedido con dolor a más de un amigo, a más de un profesor y colega. Quién sabe cuál será el futuro de todos nosotros después de esta pandemia. Marzo/abril de 2020 fue un mundo de ficción. Por momentos, era un mundo sin humanos. Las principales ciudades del mundo estaban vacías. Fue como un asteroide que, de modo imprevisto, llegara desde la dirección del sol: lo vemos cuando ya pasó, o cuando ya nos golpeó. No imaginábamos que esto llegaría. Hace 20 años, cuando por primera vez escribimos estas “palabras de reflexión” ni por asomo sospechábamos lo que acontecería en el
terrible 2020, aunque bien podíamos haberlo tenido como posibilidad cierta, ya que en un año, hoy tan lejano como 1973, el historiador y economista italiano Profesor Carlo Cipolla alertaba de que el principal problema futuro de la humanidad no sería el hambre extendido sino las epidemias generalizadas (por la masividad, por el congestión con urbes de dimensiones inhumanas, etc.), pero los hombres nos resistimos a ver todo lo que sea preocupante, tanto las crisis económicas como las crisis sanitarias. En Argentina, antes de este revés, no faltaban problemas. Hemos intentado bosquejar y analizar algunos a lo largo de estas páginas. Sería difícil decir cuál es el problema fundamental de un país que no cesa de caer en el concierto relativo mundial, pero si nos exigieran que señaláramos perentoriamente uno, me inclinaría por un factor de índole socioeconómico: la cultura de renta. Entiendo que todas las demás “trampas” (la cambiaria, la fiscal, la restricción externa, la del bajo ahorro, etc.) en que se encuentra la sociedad argentina de ésta derivan. No es un problema solo de los gobernantes…, finalmente parece ser un problema de la sociedad. En fin, es algo que debemos afrontar.
Completando lo señalado en el recuadro, no hay que olvidar algunos hechos sociológicos importantes, que son marco de tal realidad. En parte la explican:
En primer lugar, la cultura del habitante estándar de nuestro país padece un acentuado “efecto demostración”, que le lleva a pretender consumir por sobre sus posibilidades reales, y que en el agregado conduce a un bajo nivel de ahorro, producto de una cultura básicamente consumista. Sería largo y tedioso presentar aquí la cadena de “grupos de referencia”, pero la meta final inmediata de cada cual es alcanzar el nivel de consumo del norteamericano medio (que muestran las películas y la TV, además de las redes sociales). Lo cual, dado nuestro desarrollo, es un imposible en el corto y mediano plazo, conduciendo al desaliento y a una sensación generalizada de fracaso (mayor aún que el objetivamente existente). Esto también explica el fantástico auge “consumista” del Siglo XXI.
En segundo lugar, una sorprendente inclinación al facilismo se ha instalado, desde décadas, en algunos grupos de la sociedad argentina (con tendencia a extenderse). “Horror difficultatis”, decían los latinos. Terror a las dificultades. Es esclarecedora la declaración del representante de la Cámara de Comercio Chino-Argentina, Jianping Yaun, referida al éxito, en plena crisis, en Capital Federal de los comerciantes de esa nacionalidad: “Nuestro secreto es que no tenemos pereza” (La Razón, 15/11/2001, pag.6). La cultura del esfuerzo de nuestros abuelos y de nuestros padres, se ha diluido. Resulta duro decirlo, y puede caer mal, pero es así.
En tercer lugar, la inclinación al consumo y al facilismo, explica el bajo nivel de ahorro en nuestro país. Esa baja preferencia por el sacrificio cierto de hoy en pos del poten-
cial beneficio de mañana es incompatible con los reclamos de crecimiento presen-
tes en nuestra sociedad, y explica los procesos reiterados de endeudamiento nacional y los agudos ciclos recesivos por presencia de la angustiante Restricción Externa.
Estas situaciones socio-estructurales inconvenientes pueden quedar ocultas durante un tiempo (por ejemplo desde el 2004 al 2011, por el Efecto China, que llevó a la ausencia de la temible Restricción Externa), pero finalmente se manifiestan. Así desde el 2012, por más de una razón, la larga sombra de la Restricción Externa volvió a instalarse y a tornar evidentes los defectos económicos y sociales.
Como dijimos, y vale remarcarlos, nos encontramos mundialmente en una época de gran cambio tecnológico, por ende, de gran crecimiento y, como en otros tiempos de revoluciones técnicas y veloz crecimiento, de una desigualdad social creciente. Pero
no nos percatamos que una, la desigualdad, es consecuencia inmediata del otro,
el veloz crecimiento (al menos en el corto plazo). Así sucedió con la Revolución Agrícola (que dio lugar a la propiedad privada), con el cambio técnico hacia el siglo X (que fundó el feudalismo) y con la revolución industrial (que cimentó todas las comodidades e incomodidades del mundo moderno, y el capitalismo).
Por último, detengámonos un momento en lo anterior, lo más relevante por su permanencia: el cambio tecnológico y la desigualdad social creciente. Es preciso comenzar diciendo que vivimos la época de un salto cuántico. La historia que normalmente opera con lentitud, ve de súbito alterado el núcleo del sistema. Lester Thurow habla de un "equilibrio interrumpido". El medio cambia repentinamente. Este es nuestro tiempo. Las viejas estrategias fracasan. Es un mundo enteramente nuevo. Y en ese mundo, las "clases medias" ven frustradas sus expectativas siempre crecientes (¿quizás insaciables?). Pero esto no es de Argentina..., es del mundo. Según nos dice Thurow, desde 1973 a 1992, en EEUU, solamente creció el salario anual de los trabajadores ubicados en el quintil superior (en un 10%). El del primer quintil cayó 23%, el del segundo 21%, el del tercero 15%, y del cuarto 10%. Lo cual significa que, en cálculo impreciso, el salario real cayó 11,8% (a principios del Siglo XXI, según Hersgaard, pag. 155, el 30% de los asalariados de EE.UU. no ganan más de U$S8 la hora (¡¡!!). De tal modo, y por más de un mecanismo, la gente queda excluída.
Permítaseme aquí, adelantar una hipótesis que hace años sostengo. Todas las "revolu-
ciones" tecnológicas, en lo inmediato, amplían las brechas entre los "de arriba" y
los "de abajo". Así aconteció con la revolución agrícola del neolítico, con la revolución que el “estribo” trajo a la guerra hacia fines del primer milenio, con la revolución agrícola de la Alta Edad Media y, finalmente, con la revolución industrial. Se está repitiendo hoy el mismo acontecimiento. El cambio tecnológico, aprovechado “intensivamente” por pocos (muy posiblemente nosotros formamos parte de ellos), agudiza diferencias al permitir: (a) una mayor formación de capital humano para quienes tienen acceso (veloz y directo a las mejoras técnicas (b) mayor desigualdad en los beneficios de “consumo” de las nuevas tecnologías; (c) sustituir mano de obra (la de menor capacidad intelectual, y aplicada a procesos rutinarios).
Antaño, a medida que el cambio técnico se difundía, lo hacían los beneficios, pero hoy, el continuo desplazamiento de la función de producción hace que siempre haya “beneficiarios” recientes (y por tanto, postergados recientes).Nos detendremos aquí, para no avanzar en otros aspectos como la ruptura de los vínculos sociales, el aumento de la delincuencia, etc. Destaquemos que no es que la gente vea caer su nivel de confort; por el contrario, éste, en general, sube en términos absolutos... pero para muchos cae en términos relativos frente a la “pauta anhelada”, que se desplaza rápidamente hacia delante, y que sólo los muy pudientes pueden alcanzar. Lo cual tampoco significa que ellos estén satisfechos. Si algo define la civilización contemporánea es “el enfoque cuantitativo” (siempre más de todo) y la “insatisfacción perenne”. El hombre moderno (xerocopia cultural del “yankee” estándar) está muy lejos de aquél Sócrates que, paseando por el mercado de Atenas, comentó: “Ahora sé cuántas cosas que no necesito”.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
• Hertsgaard, M.; “La sombra del águila”, Paidós, Bs.As.,2003 • Thurow, Lester; “El futuro del capitalismo” Bs. As. 1996