19 minute read
1. Nuevo Debate: Economía y Ecología
ECONOMÍA Y ECOLOGÍA
I. Dos óptimos: económico y ecológico
Advertisement
En el artículo “Políticas económicas y medio ambiente” (en Figueras, 2013, Cap. XII) hemos sostenido el principio de que un óptimo económico coincide con un “óptimo ecológico” (definiendo por tal un nivel de incidencia en el medio ambiente que sea perfectamente asimilable, de modo natural, por éste). Sin embargo, esto no necesariamente se cumple.
Como dijimos, puede considerarse que el nivel de actividad económica determina directamente el nivel de desechos sobre el medio. A su vez, este medio posee un nivel de asimilación. Hemos seguido en esto a D. Pearce quien plantea un interesante esquema (gráfico I). Allí se supone un nivel de desecho creciente y una capacidad de asimilación constante (A).
Superado el punto de producción “natural” (QN), los detritus superan a la asimilación, y la contaminación crece. Puede decirse, por tanto, que a partir de ese nivel nacen los costos externos de contaminar (gráfica Ib). Si ahora incorporamos los beneficios sociales, netos de todos los costos privados, obtendremos un punto de óptimo económico qE (que está a la derecha de qN). Como se ve a ese nivel de producción la contaminación se va acumulando (al superar el nivel de los desechos la capacidad de asimilación).
Pero éste es un enfoque estático, con presencia de la llamada “brecha ecológica” (QE > QN), que se mantendrá (o se agravará) al reducirse con el tiempo la capacidad de asimilación (A) y, por ende, correrse QN hacia la izquierda (proceso dinámico que no se detendrá hasta tanto QN=QE). Con esto queremos decir que el óptimo ecológico está a un nivel de producción menor que el óptimo económico.
Sin embargo, Pearce nos señala que una correcta evaluación de los recursos, a partir de precios no distorsionados, hará coincidir el óptimo económico (de Pareto) con el “óptimo ecológico”. Puntualizándose que la antinomia es más aparente que real, ya que adoptando un estudio costo-beneficio dinámico, se identificarán ambos (no obstante, para que esta identificación se cumpla es importante la tasa de descuento).
Es decir que si contempláramos todos los costos, la recta de beneficios netos (BSN) sería una recta declinante paralela a la dibujada, pero en este caso cortaría el eje de las abscisas en el punto Qn (Gráfica I.a), de modo tal que el óptimo económico y el ecológico coincidirían.
II. Costos de control y costos de daño
Es más que sorprendente que disciplinas distantes de la economía se arroguen haber “descubierto” que los recursos terrestres son finitos (desde el petróleo hasta el agua), cuando en verdad esa realidad, la escasez de recursos, es el principio generatriz de la actividad económica y de la reflexión acerca de ella.
Fue precisamente un economista, Robert Malthus, quien primero llevó la atención al hecho de que los recursos son limitados. Dicho sea de paso, para Malthus la pobreza surgía finalmente por un problema de escasez de medios; por el contrario, para Marx, el problema no está en los recursos sino en la distribución (a cada uno de ellos le asiste una porción de verdad).
La Segunda Revolución Industrial (1850/1960) se fundó en dos innovaciones tecnológicas decisivas: los ferrocarriles y el motor de combustión interna (el que usan los automóviles, los aviones, las lanchas). En ambos, su insumo energético está en los combustibles fósiles (carbón o petróleo, y sus derivados). Las consecuencias directas han sido
dos: el gran crecimiento económico (y de población) y la emisión de gases (como el anhídrido carbónico o dióxido de caannusrbono) en proporciones que vienen generando un cambio climático antropogénico (es decir, obra del hombre) a una velocidad insoportable a mediano plazo para los organismos vivos.
A medida que el hombre profundizó el uso de convertidores de energía, pasando de los biológicos (vegetales y animales) a los convertidores inanimados (v.gr. la máquina de vapor, el reactor nuclear) aumentó el volumen de desperdicios (residuos) y la presión sobre los recursos (el acuciante problema “malthusiano”). Se multiplican los efectos sobre la naturaleza; y al crecer la población, aumenta la producción y con ella el consumo de materiales y de energía, se acrecientan los residuos (es decir, la polución).
Veamos un esquema gráfico que esquematice el análisis. Desde ya, que el nivel de polución cero es imposible, ya que ello exigiría, según gráfica I.a, un nivel de actividad nulo. Para definir el nivel óptimo de producción, desde el análisis económico, contemplaremos dos tipos de costos: el costo de control (o reducción) de la polución y el costo del daño que se genera por contaminar. Este último, o costo ambiental, presenta la forma habitual, crece a medida que mayor es la contaminación (que suponemos lineal con la producción).
El costo de control, en cambio, resulta mayor cuanto menor sea el nivel deseado de contaminación (muy poca polución nos exige un alto costo marginal de control, por eso la curva es descendente). Dicho de otro modo, si admito una contaminación infinita, el costo de control sería cero; en cambio, si exijo una contaminación nula, el costo de controlar sería enorme.
Puede demostrarse, pero no lo haremos, que la maximización de los beneficios totales sociales equivale a la minimización conjunta de los costos de daño y de control, que se cumple en el punto en donde las dos curvas marginales se cortan en la gráfica II.
III. Control ambiental
Muchos ambientalistas sostienen que la mejor vía de control es la fijación de normas ambientales (sea sobre la calidad del ambiente o la calidad del efluente). Los economistas piensan que una mejor alternativa es establecer un cargo por contaminar (impuesto), lo cual implica que el propio mercado “selecciona” las empresas, que se ajustarán. Habrá aquéllos que prefieran pagar el cargo y polucionar (pues la tasa es menos onerosa que el costo para ellas de reducir la contaminación), y habrá otras que preferirán reducir su nivel de polución pues les resulta menos costoso que pagar el cargo. Puede, también en este caso, demostrarse que esta alternativa reduce los costos de bienestar. Cabe aclarar que el cargo de emisión se fija a un nivel tal que permita una contaminación idéntica a una norma ambiental que queda implícita (la ventaja, como dijimos, es que resulta menos costoso en términos de bienestar) (Gráficos 1 a 3) .
Pero existe una tercera vía (además de norma ambiental y de cargo por polucionar): los permisos comercializables o “certificados de uso”, que se vienen sugiriendo desde Dales, en 1968.
Los permisos presentan la ventaja de la flexibilidad, sin aumentar contaminación. ¿Cómo operan? Simplificadamente puede decirse, que son emitidos por una autoridad, y en número limitado, de acuerdo a una norma ambiental (y se distribuyen de acuerdo a alguna pauta entre los usuarios, hay quienes sostienen una subasta, otros una entrega sin cargo según los niveles de producción previos, etc.).
Una vez entregados, estos certificados se comercian libremente. Existen distintas variantes: (a) sistema de permisos ambientales; (b) sistema de permisos de emisión; (c) sistema de compensación por contaminación (para profundizar cfr. Jacobo, XXX JFP, 1997).
Veamos brevemente su operatoria en una variante general. Supongamos que se emiten tantos certificados como nivel de contaminación se admite de acuerdo a una norma ecológica (PA). Tendremos una demanda de permisos, que es idéntica a la curva de costo marginal para controlar la contaminación (ya que las empresas tienen dos posibilidades: o controlan o compran el permiso).
El ente regulador, a su vez, tiene la alternativa de fijar un cargo (en vez de emitir permisos). Ahora bien, si el volumen de producción aumenta, o se utilizan tecnologías que exigen más gastos para controlar, la curva de costo de control (que es idéntica a la demanda de permisos, DP) se corre hacia la derecha. (Gráfica III).
Si rige un cargo por polucionar, sube el nivel de contaminación, y ya no se cumplirá la pauta pretendida (E’); pero si la alternativa son los permisos, subirá su precio (E”), y se seguirá respetando la norma implícita (el sistema de permisos resulta más flexible a los cambios).(1)
IV. Desvalorización del futuro
Una de las enseñanzas básicas de la teoría económica es que el interés individual y la eficiencia son perfectamente compatibles, a menos que las señales (precios) que reciben productores y consumidores sean inadecuadas, conduciendo por ejemplo, a una excesiva explotación del recurso (o excesivo nivel de producción).
Que estos precios sean inadecuados implica que resultan demasiado “bajos”, llevando a un uso intensivo, generando una “inconveniente brecha ecológica”. Como hemos demostrado en Figueras, 1993 (Epígrafe IX), la existencia disponible de un recurso “debe distribuirse a través del tiempo por vía de una adecuada escalera de precios”. El tema es investigar si estos precios reflejan fallas de mercado, y en su caso cuál es el origen de estas fallas. La génesis de estas fallas suele atribuirse a cuatro causales básicas: 1. impropias regulaciones gubernamentales (el caso del petróleo, mencionado en el punto IX, en Figueras 1993). 2. efectos ambientales no internalizados. 3. inexistencia de definiciones adecuadas de derechos de propiedad. 4. tasa de interés (útil para la consideración intertemporal de la valoración del recurso) demasiado elevada.
Este último punto nos conduce al cierre del epígrafe 1. Si la tasa de descuento es elevada implicará una desvalorización en la consideración de las generaciones futuras; de modo tal que el óptimo ecológico y el óptimo económico no coincidirán (pues sobredimensionamos la estimación de las generaciones presentes). Como muy bien apuntan López Murphy y Navajas; en casos tales, la búsqueda de la causa de esa tasa elevada nos lleva al tema de la política fiscal (su déficit, su endeudamiento, etc.) (Ámbito Financiero, 16/11/97).
EL DESARROLLO SOSTENIBLE
En 1987, vio la luz el Informe de la Comisión Mundial de Medio Ambiente y Desarrollo (conocido como Informe Brundtland). Desde entonces se repite el concepto desarrollo sustentable (o sostenible). La conclusión de la Comisión fue que el crecimiento, como se lo conoce hasta ahora, se ha vuelto en insostenible. Puede distinguirse un “crecimiento cuantitativo” de un “desarrollo global balanceado”: el primero basado en caudales cada vez mayores de energía y materias primas; el segundo, con uso racional de recursos y menor generación de residuos, e inclinado al aumento del PBI de las zonas pobres, a la vez que un crecimiento “negativo” de los países ricos (que “balancee” el crecimiento de los pobres). Se vuelve a la distinción entre crecimiento y desarrollo. “Crecer” significa aumentar el tamaño del producto, usando más materiales y energía.“Desarrollar” significa desplegar potencialidades, algo cualitativamente distinto al mero crecer (v.gr. ahorrando energía).
1 Podríamos haber planteado dos gráficas: (a) Una figura III.1 con un costo marginal descendente de control y un cargo horizontal fijado al nivel de encuentro de este costo de con- trol con el nivel de contaminación de la "norma ambiental"(NA). De existir un nivel de actividad superior a NA el cargo por contaminar será mayor que el costo de controlar el daño; por ende, la empresa controlará para reducir la contaminación (ya que le es más barato). En la situación contraria, el costo de controlar es mayor que el cargo y la contaminación tenderá a crecer, pues es eso lo más rentable para la firma. (b) Una figura III.2, con permisos ambientales (PA) fijados en el nivel de la norma ambiental (NA) y una demanda de permisos (que es la misma curva de costo marginal de control, sólo que ahora se la denomina de esta manera)
El desarrollo sostenible consiste en la formulación de un proceso (con incremento del valor de la producción) sin crecimiento (esto es, con transformación física constante). Con esta postulación se crea una inconsistencia. ¿Puede salvarse al actual pobreza de algunas áreas con desarrollo sostenible? La respuesta inmediata es: NO se puede. Por ende, debe cumplirse un “balance global”. Mientras las áreas pobres deben continuar creciendo cuantitativamente (a la vez, que desarrollándose), los países ricos deben compensar la mayor producción de las áreas pobres con un crecimiento negativo de su producción física. De modo tal, que en el balance global mundial se respeten los límites biofísicos del sistema. Esto, además, conduciría a una saludable convergencia económica. Sin embargo, la propuesta tiene muchos problemas. Por ejemplo, si unos decrecen, los más “ricos”,¿quién compraría los productos de las áreas “pobres” para incentivar su crecimiento? Por eso, esta propuesta parece utópica, pero al menos debe discutirse.
V. La valoración patrimonial
Hemos presentado una visión que sigue las señales del mercado (sin fallas) corno eje conductor. Pero existe una óptica alternativa. En Civallero & Llinás (1994) se señala que los precios de mercado no reflejan necesariamente el valor de uso. Se puntualiza que cuando se explota un bosque no debe considerarse sólo su función como combustible (o madera) sino también su capacidad ecológica (flora, oxigenación, etc.). Como esta valoración no la realiza el mercado sería menester incorporar una contabilización de su rol en el medio ambiente (las cuentas patrimoniales). (Civallero & Llinás, 1994). La pregunta que surge es ¿quién realizará la imputación de ese valor patrimonial, con el propósito de alterar los precios relativos y con ello los niveles de explotación?
VI. La opinión de Stiglitz
En su libro "Cómo hacer que funcione la globalización" (2006), Stiglitz nos describe una parte del panorama actual. En primer lugar, "no hay asunto más global que el cambio climático". Nos señala que los gases invernadero han contribuido al aumento de temperatura y, con ello, al crecimiento de los mares. Hacia el año 2100, la temperatura habrá subido entre 1,4 y 5,8 grados; y el nivel del mar ascendido entre 80 centímetros y un metro..., incluso la Corriente del Golfo puede variar en su recorrido. Cualquiera puede captar lo dramático de estos efectos.
El mundo ha intentado algunos pasos: en 1992 se produjo la Cumbre de Rio de Janeiro y eso dio pie al Protocolo de Kyoto (en 1997) que establecía reducciones porcentuales en las emisiones de gases para los países desarrollados(2) .
No eran metas muy ambiciosas en sus porcentajes, pese a ello, y dada la oposición del Senado (y seguramente de la utilitarista sociedad norteamericana) el "progresistas" gobierno demócrata de Clinton no ratificó el Protocolo. Es decir, que EUA, el país más contaminador del mundo (responsable del 25% de las emisiones) no se comprometía en el proceso. Stiglitz menciona que cada habitante del Estado de Wyoming (el menos poblado) contamina 800 veces más que cada uno de los 396 millones que pueblan los 74 países en vías de desarrollo. Ante estas cifras es indispensable que EUA, y también China (otro país fuera del acuerdo, y que es el más contaminante por habitante), se compro-
2 En la “XXI Conferencia sobre Cambio Climático de las Naciones Unidas”, se firmó el Acuerdo de París, que establece medidas para la reducción de las emisiones de dióxido de carbono desde el año 2020.
metan. Es evidente pues que para un verdadero control de la contaminación global es indispensable establecer un compromiso doble: (a) de emisiones de gases por dólar de PBI (eficiencia energética); (b) y emisiones de gases por habitante (límite al nivel de consumismo).
No parece sencillo de lograr, en especial cuando los hombres de negocios no quieren reducir ganancias y la gente de a pie no quiere sacrificar consumo.
EL AFÁN POR EL CONSUMO DESMESURADO
El exceso de consumo parece ser el gran culpable. Si el patrón de consumo fuera el promedio de Argentina se necesitarían 1.2 planetas anuales (si fuera el de Estados Unidos, el valor sería 5.4) (Leonard, 2010,pag. 213). Otra forma es hablar de huella ecológica: esto es la superficie necesaria para producir los recursos consumidos y residuos generados por una persona. En 2005, la huella de un estadounidense era de 9.4 ha, y de un habitante de Malawi 0,5 ha (Campos Salvá, 2010 pag.17). También se habla de la huella de carbono (la totalidad de gases de efecto invernadero emitidos por impacto directo o indirecto de la actividad). En Argentina, la huella por habitante es de 6 Tm de dióxido de carbono anual, en Gran Bretaña 11 y en EE.UU. 21. ¡toda una locura! El verdadero camino implica un cambio socioeconómico y cultural, que altere las estructuras de consumo y producción. Uno de esos cambios sería aplicar las 3 R (Reducir – Reutilizar – Reciclar), con acento en la primera de estas “R” (en el “reducir”).
VII. Reflexión final
Como se ve, las políticas no resultan neutrales para el ambiente, ni viceversa. El circuito es claro. La actividad del hombre altera la biósfera; esta alteración afectará los climas, lo cual, a su vez, afectará la actividad del hombre.
Vale la pena señalar que los tradicionales sistemas de medición de la actividad económica (métodos para medir el Ingreso Nacional) no reflejan los efectos de la contaminación. Por ejemplo, no registran la reducción de producción potencial (en el futuro) causada por el agotamiento de los recursos no renovables. Tampoco permiten apreciar la caída del bienestar por deterioro de la calidad de vida ambiental. Por tanto, un aumento del Ingreso Nacional ''medido", que no contemple estas consecuencias es meramente ilusorio. Países como Noruega y Francia se hallan en la preparación de cuentas sobre el medio ambiente que consideren tales factores.
La capacidad de regeneración del sistema ecológico es limitada. Como limitadas son las fuentes de recursos naturales. Pese a esta escasez de medios, y si bien hace décadas se temía por el próximo agotamiento de metales y otros minerales, hoy esa posibilidad se ve más alejada por aumentos en las reservas (por aumento en los precios de los recursos y el descubrimiento de nuevos yacimientos). Esto se refleja en los precios de los minerales, que experimentaron un crecimiento en los '70, y luego una disminución pronunciada en los '80 (aunque, a principios del siglo XXI, se dio un nuevo y gran aumento)…, pero, sin dudas, el agotamiento es una realidad inevitable.
También tenemos otros recursos naturales para los cuales la demanda excede con frecuencia a la oferta. Es la circunstancia particular del agua, en zonas áridas del Medio Oriente, norte de China, India, etc. Los recursos acuíferos potables se están agotando. A menudo de modo irreversible. Otro tanto podemos señalar de los bosques naturales y el aire no contaminado.
La causa de que algunos recursos, como los mencionados, sufran presiones de agotamiento mientras otros, como algunos minerales o el petróleo, no están en tal situación inminente, es por que la escasez de estos últimos se refleja en los precios de mercado, creando incentivos poderosos a favor de la sustitución y el progreso técnico (es el caso de la extracción de petróleo por vías no convencionales, como por ejemplo en el hoy famoso Yacimiento de Vaca Muerta). En el caso del agua o del aire, por ejemplo, el acceso libre no favorece un uso moderado.
El sistema de precios puede resultar un instrumento para salvar el problema siempre que responda a costos de oportunidad de largo plazo que contemplen el valor social de los recursos.
El caso histórico de Libia(3) resulta un clásico ejemplo de deterioro del ambien-
te por carencia de un sistema que refleje de modo directo sobre los individuos, el impacto del accionar de cada uno en el medio ambiente.
Más que la ausencia de un sistema de precios y la carencia de derechos de propiedad definidos, lo necesario, por el contrario, es la presencia de un sistema de precios y de propiedad que obligue a cada sujeto a "sufrir económicamente", y de modo inmediato, el deterioro que su acción provoca en el medio ambiente. La propiedad común (como se demuestra históricamente en el África del Norte) suele diluir en múltiples individuos estos efectos, que pasan desapercibidos para su agente generador(4) .
En conexión con lo antedicho, debemos señalar que precisamente los precios de los productos no reflejan los verdaderos costos sociales de largo plazo, al no internalizar la gran mayoría de los mismos. "Es cierto que algunos de los costos directos se incluyen en el precio ( ...)pero son mínimos en relación con otros costos ocultos (que son externalizados), como la contaminaci6n del agua, los impactos en la salud de los trabajadores y las comunidades, e incluso los cambios en el clima global" (Leonard, 2010). Desde ya, que los consumi-
dores aplauden los productos baratos para su bolsillo, sin importarles los efectos
laterales (costos excluidos o no abonados). No es sino una manifestación más de la irresponsabilidad social (que comparten, aunque en distintas proporciones, productores y consumidores).
3 Durante la época romana, la Tripolitania y la Cirenaica, en el norte de África, estaban cubiertas de árboles, que permitan un pastoreo productivo entre ellos. Quizás estas regiones (la actual Libia) no eran el granero del Imperio (como Egipto), pero el desierto estaba mucho más distante que bajo los vándalos, beréberes, árabes o que en la actualidad. Pareciera que la causa de la desertización desde los tiempos romanos, a falta de cambios climáticos de envergadura, respondería a la distinta explotación del suelo. Bajo los romanos, la tierra se explotaba en propiedad privada: los beneficios y costos de plantar y apacentar recaían sobre los propietarios. Tras la invasión de los vándalos se volvió a la apropiación tribal, con pastoreo nómada y sin definición de propiedad. Lo cual concluyó en una sobreexplotación del suelo. Es el fenómeno que se suele llamar "la tragedia de los comunes". Las consecuencias de la falta de "internalización" de los efectos de esta operatoria puede apreciarse hoy en la árida y arenosa estepa de Libia. Recientemente han habido visiones alejadas de la anterior, como la de Elinor Ostrom, quien enfatiza, por vía del estudio empírico de casos, la diversidad institucional eficiente, particularmente en el manejo de “bienes comunes” (o recursos compartidos), sosteniendo que es posible, en un cierto entorno institucional favorable, evitar la tragedia de los comunes sin propiedad privada 4 Una de las posibilidades operativas de combatir la contaminación es el corolario del teorema de Ronald Coase (Premio Nobel 1991). Allí se nos habla de la posibilidad de negociar "derechos de contaminación". Habiéndose definido previamente cuál es el nivel aceptable (técnica y socialmente) de polución. Esto surge de la proposición de Coase, que reformulada por G. Stigler (Premio Nobel 1982) nos dice que "cuando los costos de transacción son bajos o nulos, los intercambios voluntarios distribuyen los costos de una manera más perfecta que las regulaciones". La alternativa de negociar derechos de contaminación nos conduce a un resultado final semejante a haber privatizado el recurso (aire, agua, etc.). Sin embargo esta alternativa nos conduciría a un óptimo siempre que los costes de negociación y de información sean nulos. Cosa que no acontece en la práctica. De allí que la solución ha consistido en sustituir “derechos de propiedad” por “cláusulas de responsabilidad” en función de las cuales los “contaminadores” deben compensar (ex post) a la sociedad por sus acciones.
BIBLIOGRAFÍA DE ARTÍCULO PRINCIPAL Y DE APÉNDICES
• Angeletti, A. & Batakis, M.,1997; “Finanzas y medio ambiente”, XXX JFP, Cba. • Azqueta, D., 1994; Valoración Económica de la calidad ambiental, Madrid. • Blair & Kenny, 1982; Microeconomics for managerial decision making,. N. Y. • Campos Salvá, C., 2010; Tomo Ecología, Enciclopedia Visor, Bs.As. • Civallero & Llinás, 1994; “La dimensión ambiental”, Actualidad Económica 19, UNC. • Coase, R., 1960; “The Problem o/Social Cost", Journal o/Law and Economics. • Dales, J.H., 1968; Pollution, Property and Prices, Toronto. • Garriga, M., et alter, 2018; Lo que se pensó y escribió sobre Políticas Públicas en 2017, FCE, UNLP. • Jacobo, A., 1997; “Instrumentos para la regulación ambiental”, XXX JFP • Kapp, W, 1966; Los costos sociales de la empresa privada, Barcelona. • Leonard, A., 2010; La historia de las cosas, FCE, Bs.As. • Lovelock, J.E., 1986; Gaia, Hypamérica, Bs. As. • MirandaA & Muzondo, 1991; Políticas oficiales y medio ambiente; Finanzas y Desarrollo, Junio