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Apéndice I: Los Bonos de Carbono
Apéndice I
LOS BONOS DE CARBONO
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Pretender la permanencia por siempre de las condiciones ambientales globales de la tierra (tal como las conocemos hoy) es un imposible. Hay factores externos (el sol) y propiamente terrestres (erupciones, etc) que lo impiden. Lamentablemente, por causas ideológicas (que ya hemos mencionado en un artículo anterior) y económicas, el debate ha salido del marco científico, y es difícil que sepamos a quién asiste la verdad, pero de todos modos la auto-regulación de la tierra (la “hipótesis de Gaia”, de J. Lovelock) opera en larguísimos períodos, por tanto todo cambio acelerado será traumático para los humanos. De allí la perentoria necesidad de actuar con prudencia máxima, ya que algunos hechos están a la vista y conocemos sus causas (polución general y localizada de aguas y tierras, destrucción de especies y de habitats); y de otros sucesos existentes, como la reducción de glaciares, ignoramos realmente sus orígenes últimos.
Advertido esto, digamos que una variedad del caso teórico explicado antes (en punto 3), se utiliza desde 1990, en Estados Unidos, cuando se implementó el Programa de Control de Lluvia Acida que estableció un techo a las emisiones de las empresas. Ese total se divide en cuotas iguales para cada firma, llamadas permisos de emisión. Las emisiones de una empresa tienen que ser equivalentes a su cuota. Si las emisiones superan lo establecido, la firma debe ir al mercado a comprar más permisos. En cambio, si reduce sus emisiones por debajo de la cuota puede vender esa diferencia a otras empresas.
Hay un consenso de que es necesario implantar mecanismos para reducir la emisión de los gases que recalientan la atmósfera(5), y para absorberlos, ejemplo de este consenso es el Protocolo de Kyoto de 1997, rubricado por 150 naciones (entre las que se encuentra Argentina) que impone a los 39 países más industrializados la reducción de emisiones de gases de “efecto invernadero”(6). El acuerdo de Kyoto no fue ratificado en su momento ni por Estados Unidos ni por China.
Pero el Protocolo también incluye alternativas de flexibilización, destinadas a que los países industrializados puedan cumplirlo. La idea es que las naciones que continúen emitiendo gases les paguen a otros países que concreten proyectos para absorber esos gases. Y la fotosíntesis que producen los árboles es la vía más eficaz para lograrlo. Esta alternativa dio lugar a la creación de los “bonos de carbono” (o créditos de carbono). Estos utilizan el principio que hemos presentado: que el mercado conduzca a una internalización de costos y beneficios, de modo que éstos coincidan con los sociales.
Estos Bonos, o Certificados de Emisiones Reducidas, como se los llama técnicamente, dieron paso a la alternativa de que aquél que “contamine” pueda “comprar” el derecho a hacerlo (en realidad, es una variante de las conclusiones del famoso teorema de R. Coase, presente implícitamente en el esquema teórico que hemos desarrollado). Esta es la alternativa que se ha denominado Mecanismo para un Desarrollo Limpio (MDL), y que consiste
5 El recalentamiento de la atmósfera está generando daños mayúsculos, baste citar la suba del nivel de los océanos (por el aumento previsto de temperatura, de unos 4 grados Celsius en el siglo XXI, y derretimiento de los hielos) que pone en peligro de desaparición a varios archipiélagos. Ejemplos son las Islas Maldivas (en el Océano Indico), Kiribati, Palau, y en general las islas del Pacífico Sur). 6 El efecto invernadero es precisamente el que permite la existencia de vida en la tierra (Venus o Marte, al carecer de él, carecen de vida) y se produce por la presencia del sustrato gaseoso que llamamos atmósfera. Pero sin embargo resulta peligroso un aumento de la temperatura por sobre los valores actuales (pues la vida está adaptada a él). Si bien es cierto que no existe una prueba rotunda de la relación entre dióxido de carbono y temperatura, ya que lo único que se ha constatado es que desde hace un siglo ha habido una coevolución entre ambos (lo que no implica relación de causa-efecto), y además según los cálculos sólo el 3% de la emisión anual seria originada por la actividad del hombre, parece atinado tomar precauciones. Pero, de todos modos, resultaría conveniente prevenir tragedias futuras controlando los impactos sobre el “efecto invernadero”. Su control puede lograrse reduciendo la emisión de gases metano y dióxido de carbono; o bien aumentando su absorción (p.ej. por los árboles)
en que aquellas empresas (y países) que apliquen recursos a bajar los niveles de carbono tendrán derecho a emitir títulos por cada tonelada de dióxido de carbono que reduzcan o que absorban. Título que podrán negociar en los mercados financieros internacionales. De tal modo, se disminuyen los costos de inversión, por ejemplo de una forestación. De modo que se incentivarían estos mecanismos de contrabalanceo ambiental. Pero la creación de créditos ambientales no se termina en el desarrollo de proyectos de captura de dióxido de carbono sino que también avanza sobre la reducción de su emisión.
Para cerrar el planteo y no relatar verdades parciales, es necesario señalar que la emisión de gases con efecto invernadero no solamente incluye actividades industriales (que son las habitualmente mencionadas) sino aquellas que hacen a la actividad agropecuaria, como los arrozales o los rebaños de vacas. Por ejemplo, en la Pampa Húmeda hay gran emisión de gases efecto invernadero, pero no por causa del desarrollo industrial precisamente sino por el estiércol de vaca, del que se desprende metano, un gas que tiene un potencial de calentamiento 20 veces superior al dióxido de carbono. Y nadie piensa en prohibir el cultivo de arroz o la cría de ganado, por lo tanto es necesario encontrar caminos de compensación.
Y, como dijimos, uno de los sectores más importantes en este asunto es el forestal. Para tener una idea acerca de cómo puede crecer la actividad forestal con este mecanismo, una plantación madura de pino ponderosa, en la Patagonia, absorbe cada año 507 toneladas por hectárea de dióxido de carbono equivalente.