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3. Sistemas económicos, cambio tecnológico y exclusión

SISTEMAS ECONÓMICOS, CAMBIO TECNOLÓGICO, CAMBIO ESTRUCTURAL Y EXCLUSIÓN

I. Los sistemas económicos

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Siguiendo a Werner Sombart (1863/1941) podemos decir que un sistema económico se caracteriza por: (a) un encuadre jurídico; (b) medios técnicos disponibles; (c) un móvil dominante que anime a los agentes a asegurar el equilibrio entre producción y consumo, entre bienes (o recursos) y necesidades.

Si buscamos una cierta conceptualización de un sistema económico, podemos señalar utilizando los elementos anteriores que: • Un sistema económico es un conjunto coherente de instituciones jurídicas (las cuales definen un régimen económico que abarca el “régimen de los bienes” y el “régimen de las personas”) • En el marco del cual son puestos en marcha los medios técnicos • Para satisfacer las necesidades (es decir, realizar el “equilibrio económico”)

Tal equilibrio mencionado puede buscarse en un grupo cerrado (la familia, una tribu, un señorío feudal). Estaremos hablando de una economía de “necesidad”, que corresponde a sistemas en los cuales no se produce para el “mercado“, para el intercambio, sino meramente para el “autoconsumo”, y la adaptación se produce vía autoridad (p.ej. es el señor feudal quien decide el “qué” y el “cuánto” se va a producir)(14) .

Pero también podemos decir que ese equilibrio, la búsqueda de esa adaptación de recursos a necesidades, puede alcanzarse en una “economía de intercambio”. En cuyo caso, la adaptación puede operar por dos vías: a) Por vía del mercado libre: en el cual la demanda, que presiona los precios, orienta la oferta. b) Por vía de una intervención de la autoridad. Las necesidades son “estimadas” por una autoridad que establece autocráticamente una cierta jerarquía de fines que oriente la producción.

Como el lector ya ha intuido, la primera situación se corresponde con una economía de mercado (“capitalista”), y la segunda alternativa responde a la llamada economía

central planificada (o “comunista”), propia de la ex URSS o Cuba. El sistema de eco-

nomía de mercado como un orden social es la expresión de la convicción de que el crecimiento económico conduce a la libertad y a la igualdad, en una sociedad que por eso mismo será libre e igualitaria. El capitalismo espera que esa sociedad sea el resultado del incentivo de la ganancia privada como regla esencial de operación.

El marxismo, por el contrario, confía en que de este tipo de sociedad (que teorizan, será “libre e igualitaria”) emergerá de la abolición de la ganancia privada, siendo todo conducido por el poder político del Estado (Drucker, P.; “The essential Drucker. On Society”, Cap. 2). Sin embargo, también el marxismo considera que el motor de esa sociedad es el crecimiento, sólo que la propiedad privada entorpecería ese crecimiento por la traba que

14 En realidad, se trataba de una economía de “premercado” pero no en el sentido de que no hubiese comercio sino que los productos no eran uniformes ni se trocaban de manera organizada y sistemática (Ekelund & Hébert, Cap. 2).

las relaciones de producción vigentes en el sistema capitalista ejercen en el desarrollo de las fuerzas productivas.

Hay posiciones críticas a ambos pareceres, por ejemplo, la llamada Doctrina Social de la Iglesia (Católica), que en cierto modo comparte los mismo objetivos pero que propone otros caminos: el incentivo del accionar individual pero con vistas al “bien común” en la “perfección de la caridad” (como diría Aristóteles, “administración privada de los negocios..., pero como entre amigos”).

Desde la economía cerrada a la economía de intercambio, se produce un cambio cualitativo que operó hacia los siglos XVI, XVII y XVIII (si bien en la Antigüedad, bajo el Imperio Romano por ejemplo, ya existía una economía de intercambio, la cual con el derrumbe del imperio se desintegró). Como dijera Paul Mantoux en “La révolution industrielle au XVIIIème siècle”, las instituciones comerciales y financieras precedieron a las instituciones industriales del capitalismo. Es el comercio, argumenta, que presiona sobre la industria para que ésta acreciente su producción. Poco a poco el mercantilismo fue retrocediendo en los conceptos de los pensadores, reemplazado por las ideas de fisiócratas y de la Escuela Clásica.

Finalmente, los nuevos tiempos comienzan a tener entidad legal, suprimiéndose las viejas corporaciones o gremios “medioevales” con el albor de la revolución francesa. Con el decreto de Allarde, de marzo de 1791, se afirma en Francia la “libre competencia”: “A partir del l ‘de Abril, toda persona tendrá libertad para realizar el negocio o ejercer la profesión u oficio de su gusto % se lee en aquella disposición. Con la ley Le Chapellier, de junio del mismo año, se legisla la “libertad de trabajo”, prohibiéndose toda agrupación en defensa de intereses comunes (sea de asalariados, sea de empresarios). Así las viejas

estructuras solidarias se fracturan.

Esta disolución, esta fractura, no pasó desapercibido por sus contemporáneos, y así en los escritos de grandes pensadores brota una nostalgia, una melancolía por tiempos pasados, reales o presuntos. El propio Marx supone la existencia, en un pasado remoto, anterior al “modo de producción exclavista”, de un tiempo de “comunismo primitivo”. Por ejemplo, en Nisbet (1977) se señala esa añoranza, en Tocqueville, Le Play, Tönnies, Durkheim, Weber, etc.

La sociedad medieval con su concepción localista y federal es un punto de referencia permanente en los estudios de Alexis Tocqueville sobre la democracia. Le Play pensaba en la familia medieval para fundar conceptualmente su “familia troncal”. Tónnies dedujo el material sustancial de su tipología de “comunidades” y “asociaciones” a partir de la aldea y el clan medievales. Durkheim basó su celebrada propuesta de creación de asociaciones profesionales intermedias en los gremios de la Edad Media (con su idea de la conciencia colectiva y el ataque al individualismo). Weber mismo se encontró en conflicto personal entre su defensa del “modernismo” y la evidente pérdida de lo que él llamó los “valores de la cultura europea” (Nisbet, 1977). Es decir, que todos percibieron la pérdida de solidaridad, aunque desde distintos ángulos.., y lo lamentaron.

Pero si esto era así en el siglo XIX..., en el siglo XX la aceleración tecnológica potenció los daños “sociales. Y la “sociedad de consumo”, que Tocqueville vislumbrara en los EUA de 1830, se instaló definitivamente, dando lugar a lo que puede llamarse una “economía de mercado presionado”, caracterizada por: • Agudización del desequilibrio recursos/necesidades (generadas estas últimas incesantemente por el “marketing” y por la “planificación de una corta vida útil de los bienes durables”). • Subversión del concepto individual de ahorro: las pautas sociales no inducen a sacrificar consumo hoy (ahorrar) para consumir mañana, sino que se incentiva hipotecar

el futuro con tal de consumir (compra en cuotas, “viaje hoy, pague mañana”). • Concurrencia en la esfera del consumo: aquí hallamos el espíritu de emulación de Veblen, que aleja de la conducta “racional” (de modo extendido. los bienes son valorados como símbolos de rango, es el “consumo ostentoso” de Veblen). • Es la oferta la que presiona o dirige la demanda: una trasposición de fuerzas, ya que no son las necesidades (demanda) las que direccionan la producción (oferta) sino que son éstas últimas las que conducen (o generan) las necesidades. Es la idea presente en “La Sociedad Opulenta” de Galbraith (aunque él mismo ha sido un adicto a esa opulencia, lo que se refleja en su conducta de “bon vivant”).

La crítica al concepto de continuo crecimiento en el confort material (“meta” de la sociedad de consumo) fue tempranamente presentada por J. Stuart Mill en sus “Principios”, sosteniendo que no temía al “estado estacionario” de los Clásicos: “Me es imposible (..) ver el estado estacionario de capital y riqueza con aversión (..). me inclino a pensar que podría ser una mejora (..), no me atrae el ideal de vida presentado por quienes piensan que el estado normal de los seres humanos es trepar por la vida (..) “, también afirma “Sólo en los países retrógrados del mundo es todavía el aumento de la producción una meta importante”.

II. El cambio tecnológico y la exclusión

Cuando nos encontramos en una economía de “subsistencia”, puede decirse que

todas las personas están integradas en el sistema económico (aunque con muy bajos niveles de productividad). Al ser una economía de necesidad, sin crecimiento, se encuentra en un cierto “equilibrio” (si bien de muy bajo estándar de bienestar). Pero “todos” tienen un papel en cierto modo estable, “necesario”, en la sociedad. Es el caso típico de una economía medioeval, donde no hay excluidos, como se infiere en Durkheim (Cfr. M.E. Lafforgue, “Sociología: de Saint Simon a P. Bourdieu”, Bs.As. 2001). Sin embargo, al avanzarse hacia sociedades menos primitivas se impone una división social del trabajo (elemento éste que mide el desarrollo de las sociedades, su complejidad como diría Max Weber). En aquéllas, en las primitivas, rige una solidaridad mecánica, casi natural; en éstas, en las avanzadas, por el contrario prima una solidaridad orgánica (“contractual”, dirá Tönnies). Durkheim estaba preocupado por lograr que esa solidaridad orgánica fuera tan fuerte como la mecánica de otros tiempos pasados, menos complejos. Pero no deja de ser sólo un anhelo.

El paso de una sociedad primitiva a una más compleja da lugar a una monetización creciente (inicialmente moneda acuñada, y luego dinero fiduciario). A medida que se va dando una economía monetaria, sumada a la expansión demográfica, la urbanización y el “industrialismo”, se multiplica la división del trabajo y la “producción para el mercado” (en donde es más dificil definir las necesidades). Ahora nadie puede tener asegurado “su lugar”, incluso ni la subsistencia misma (ni siquiera siendo rico, dada la súbita desvalorización de activos que puede acontecer, sean físicos o financieros, y hasta humanos).

EFECTOS DEL CRECIMIENTO

Cuando el crecimiento opera y se inicia ese avance (¿o carrera desenfrenada?) en el confort que relatamos en otros artículos algunos corren “más veloces” tomando una buena posición(15). Su productividad (definida por los nuevos requerimientos) crece relativamente; en otros, por el contrario, la productividad decrece. ¿De qué sirven hoy los deshollinadores, por ejemplo?

15 A veces ayudados por el sistema político, así por ejemplo quienes apoyaron las guerras de la independencia (el partido independentista generaron para sí y sus descendientes una posición relativa favorable en la pirámide del poder, dando lugar a lo que el Prof. RA. Ríos llamara “las familias selectas”. Una suerte de nobleza de espada, aún hoy con sus privilegios (aunque menguados) en función de un apellido de abolengo.

Los que pierden productividad comparada (sea por las características de su trabajo artesanal poco rendidor, o por una caída relativa en la demanda de su sector) ven deteriorada su posición, con fuerte riesgo de pérdida de capacidad para cubrir su subsistencia. Aparecen entonces los excluidos, que no forman estrictamente parte del EIR (ejército industrial de reserva) de Marx (pues no tienen calificación suficiente para ser demandados), aunque quizás conformen el “lumpen“. Ante esa cruel realidad, algunos intentan desesperadamente “imponer” su oferta (p.ej. limpiando compulsivamente los vidrios de los automóviles, o cuidándolos..., tareas que en realidad pocos demandan expresamente).

La única solución para salvar esta cadena “cambio tecnológico/mayor productividad/desempleo/exclusión” parece ser el crecimiento, para compensar por vía de mayores cantidades de producción (macro) el salto de la función de producción, la cual exige menos mano de obra por unidad de producto (la expulsa). Desde nuestro ángulo, no es que este o aquel “modelo” económico sea particularmente concentrador per se..., más bien pareciera que las revoluciones tecnológicas (con los cambios estructurales que conllevan) lo son. La pregunta surge inmediata: ¿hay alternativas? Pareciera que finalmente estas alternativas son: • “Detener” el cambio tecnológico; • Morigerar su ritmo, dando tiempo a la “distribución de los beneficios” de la nueva productividad (es decir, que los “costos” no caigan tan duramente sobre aquellos desfavorecidos por las circunstancias iniciales); • Aceptar la desigualdad relativa emergente del cambio estructural, en pos de un “estándar absoluto” superior. Alternativa que, dado lo utópico de las dos primeras (pues el ritmo de innovación tecnológica parece desenvolverse de un modo “autónomo” e incontrolable) puede ser la más realista, la más potable, y a la vez la menos equitativa, generando un estado de insatisfacción en gran número de personas y de rebeldía lisa y llana en muchos.

DIFÍCIL ESCAPAR: a esta revolución todos estamos expuestos (transcripto antes) “En la Argentina, en un contexto de estancamiento, con motores de crecimiento histórico de baja demanda relativa de trabajo (…), la inevitable apertura tecnológica puede profundizar la caída de la participación laboral (…), nuestra fuerza laboral es intensiva en calificaciones medias y está particularmente expuesta al reemplazo, como lo refleja nuestro primer puesto en el ranking del Banco Mundial que ordena a los países según el porcentaje de sus empleos que son reemplazables por la automatización.” (de E. Levy Yeyati, La Nación, 27/03/2016)

III. Reflexiones finales de cierre

Simonde de Sismondi en su texto crítico “Nouveaux Príncipes d’Économie Politique” (de 1819) cuestiona el objeto que se venía asignando a nuestra disciplina.

¿De qué sirve la riqueza material si no se realiza la felicidad? se pregunta Sismondi. A esta idea reflexiva se opone tajantemente N.W. Senior, quien nos dice que “la economía estudia la riqueza no la felicidad” (muy posiblemente lo escribiera en implícita respuesta a Sismondi), y en la construcción de ese estudio, proponía como primer postulado el “principio hedónico” (con el que, dicho sea de paso, sin embargo sólo reconocía una triste realidad sociocultural ya instalada).

En la Antigüedad y en la Edad Media, el “yo” escapaba del sentir propio para diluirse en la comunidad de pertenencia (en la “polis” de los griegos, en el “pueblo” de las alusiones

hebreas)(16). La exaltación del “ego inspirado”, del genio, pertenece recién al Renacimiento. Poco antes, en la Europa medioeval, apenas si se reparaba en la originalidad: se vivía en forma colectiva, sin perder de vista a la “persona” (que es distinto del “individuo”). Prácticamente ignoramos los nombres de sus artistas. Existía culturalmente un entroncamiento de cada uno en su grupo, al menos de trabajo: los “gremios”. Su disolución, la de los “gremios medioevales”(17), es un fenómeno postrenacentista, “moderno”, que resultó funcional para el crecimiento económico (propio del capitalismo), pero destructivo para la solidaridad (sectorial e incluso colectiva).

El relativismo y el individualismo han avanzado hermanados por ser dos caras de la misma moneda. Todo es relativo porque reina el individuo, conduciendo a la anomia. El arte suele ser un muy buen espejo de como una sociedad mira al mundo. Hoy el relativismo es tal que incluso termina con la obra de arte misma..., y con el concepto de “artista”. Cualquier acto puede ser poesía o pintura. Esto es lo que teóricamente proclamara, hace ya 80 años, el surrealismo de André Breton o Paul Eluard(18). No hay referencias válidas. Ni en arte ni en moral..., ni en conocimiento. No hay puntos de remisión aceptados, capaces de ser conocidos con “certidumbre”. Se consolida el relativismo, ya con larga historia, que intenta enseñorearse en la propia ciencia. Algunos proponen que el mismo conocimiento científico no debe responder a una idea de verdad “objetiva” sino a un simple consenso social (o convención) de la comunidad científica (v.gr. Henri Poincaré, a principios del siglo XX, y Thomas Kuhn, en su segunda mitad).

En moral, se concluye así en el “cinismo” de hoy, que se extiende desde la “República Imperial” (los EE.UU, como le llamó Raymond Aron). Todo está permitido porque ya nada es verdad. La sociedad americana es una sociedad predominantemente cínica, entendiendo por tal aquélla que no discrimina entre hechos. No los hay ni buenos ni malos. Sólo hay hechos. Nadie puede juzgar (moralmente) a nadie (salvo que la ley se lo ordene, como en el caso de los Jurados) y menos socialmente(19). Tampoco se puede juzgar pues no hay pautas definidas. Para el sajón la verdad no está en los principios sino en los resultados. Es, en último análisis, un sujeto activo. No le interesa el “ser” sino la “utilidad” de las cosas y de los actos; y este juicio, que informa su sociedad, por la obvia “eficacia” de sus deslumbrantes logros materiales (riqueza económica) se difunde al mundo (que copia vocacionalmente, no compulsivamente, salvo contadas excepciones como en Oriente Medio; ya que hasta los mismos contestatarios que critican, en sus conductas, los imitan..., o al menos ansían parecérseles).

En los sesenta, se hicieron famosas las críticas de Herbert Marcuse (un discípulo de la llamada en sociología Escuela de Frankfurt) al sistema moderno y americano de vida: a la mitología tecnológica de nuestra época, a la utilización del mundo en vez de su comprensión, al manejo del hombre por la propia tecnología (que se toma independiente) y, en definitiva, a la conformación de una cultura basada en el consumismo como fin (realidad que casi todos apuntamos, pero que nos avasalla, y que seguimos sumisamente).

Otro autor, que criticó el modo americano de vida hace 30 años (y que hoy es prácticamente el nuestro) fue el economista húngaro (entonces en Standford) Tibor Scitovsky, en su obra “La economía sin felicidad” (de 1976).

16 “Polis” significaba, en realidad, comunidad política o social. 17 Aunque luego renacerían, con funciones similares, como los gremios de asalariados o las asociaciones de profesionales. 18 Aunque en los hechos, ambos fueran perfectamente elitistas en cuanto a arte... pero no en lo “proclamado”. 19 Lo único que consideran condenable es lo que la ley escrita (positiva) condena.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

• Bauman, Z., 2007, Vida de Consumo, FCE, Bs. As. • Drucker, E. 2001; The Essential Drucker. On Society, N. • Lajugie, J., 1957; Les systemes économiques, PUF, Paris, • Lajugie, J., 1957; Les doctrines économiques, PUF, París, • Nisbet, R., 1977; La formación del pensamiento sociológico (Tomo 1), Bs.As. • Perroux, F. , 1948; Le capitalisme, PUF, Paris • Piettre, H., 1947; Economie dirigée d’hier et d’aujourd’hui, París, • Sombart, W., 1946; El apogeo del capitalismo, FCE, Mex.

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