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5. China, el gran motor: ¿un sistema incomprensible?
CHINA, EL GRAN MOTOR: ¿UN SISTEMA INCOMPRENSIBLE?
Finalizada la Segunda Guerra, por causales complejas, particularmente de índole “cultural”, el país pionero en decenas de inventos (el papel, la brújula, la pólvora, el papel moneda, etc.) era paradojalmente un país atrasado. No había participado en la Revolución Industrial(42), su ingreso por habitante no llegaba al 5% del de Francia aún cuando este país recién salía de la guerra. En aquel año 1949, Mao Zedong, después de la larga guerra civil, proclamó la República Popular China y su régimen impuso la reforma agraria e industrial. La revolución comunista, que impuso el sistema de partido único que aún existe, significó una organización política y administrativa centralizada y colectivista.
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Desde entonces, la economía evolucionó a partir de planes quinquenales (o sea, de 5 años). Se colectivizaron las tierras, se priorizó la industria pesada y las comunicaciones. Se invadió el Tibet en 1950; y se persiguió con saña a los opositores. Las reformas económicas revolucionarias se enmarcaron en lo que en 1958 se llamó el “Gran Salto Adelante”. Luego llegó la tristemente célebre “Revolución Cultural”, que supuso una feroz dictadura, durante la cual Mao intentó barrer toda oposición dentro mismo del PC, para lo cual se valió de terribles purgas (famoso es el film de Murray Lerner, “De Mao a Mozart”, con Isaac Stern y David Golubov, documental que cuenta la experiencia de Ho•Lu•Ding, miembro del PC y director del conservatorio de Shangai, quien por gustar de la música occidental fue acusado de proimperialista y encerrado en un “ropero” por meses). Mao falleció en 1976. Le sucedió al frente del Partido Comunista y del país Deng Xiaoping, quien ante las desastrosas condiciones económicas después de un cuarto de siglo de conducción colectivista, se jugó por un nuevo proyecto de conducción económica (aunque no política), basado en una liberalización de los mercados (que salvando distancias recuerda la NEP, Nueva Política Económica, de Lenin en la URSS de los años’20). Se pasó así del “socialismo con características chinas” a la “economía bajo la guía del Estado”, basado en un autoritarismo político, de raíz confuciana (como en Sur Corea) más que de base marxista. El hito cronológico puede señalarse en el discurso de Deng en agosto de 1980, que abre la agenda de Reformas.
Para ello, desde 1982, se crearon “zonas económicas especiales” reguladas por el mecanismo de economía libre. El éxito fue tan inmediato que el Estado estableció “zonas industriales especiales” (algunas hoy son famosas, como Shenzen, cerca de Cantón, que de una aldea de pescadores de 30000 habitantes hacia 1979 tiene hoy 15 millones y una buena proporción de la “producción” manufacturera mundial). Se dio paso a la cuantiosa inversión extranjera y la propiedad privada, abandonándose paulatina, y parcialmente, el monopolio estatal. Den Xiaoping lanzó un lema, “enriquézcanse”, que nada tiene que ver con el socialismo Además, hacia finales de 1978, se estableció un doble mecanismo de precios: uno libre, de mercado “paralelo”, y otro con precio fijado por el Estado. Pero el mercado paralelo (o libre) fue en crecimiento, con el beneplácito de las autoridades que planificaron esta transición controlada hacia un sistema de mercado libre “bajo vigilancia”..., en China, en economía y política sólo acontece lo que el Estado permite.
El giro de timón en la política económica provocó una disminución del peso agrícola: en 1982, aportaba el 34% del PBI; en 1997, ya estaba en 18% y en 2005, solamente el 13%,
42 La cultura china tiene tres tradiciones: la de Confucio, la del Tao y la budista. El Taoísmo fue una filosofía liberal ante litteram (y al estilo oriental), veinte siglos previos a que el fenómeno se diese en Occidente. Su característica individualista hizo que no fuese bien visto por el comunismo, y perdió presencia. El budismo tiene hoy su auge pues hace juego con la visión modernista: religión atea, sin moral definida, y acento en el éxito individual. El confucionismo, por el contrario, con su doble perspectiva, social y jerárquica, fue aceptado y, en cierto modo, incentivado por el comunismo. Hoy, me inclinaría a creer que (al menos en las ciudades del este) el confucionismo debe sufrir un retroceso, al par que se debe vivir un auge del Taoísmo (por su visión individualista). Sin embargo algunos intelectuales chinos y analistas ubican el futuro político y cultural del país en lo que se ha llamado el neoconfucionismo, que consistiría en una conducción jerárquica por nuevos mandarines (intelectuales), dueños de una ética confucionista, transmitida al Estado y a toda la sociedad china.
y se estima que hoy no debe superar el 11% del PBI. Mientras el sector manufacturero representa el 46% y los servicios el 40% del PBI (pero la agricultura aporta el 50% del empleo, la industria el 18% y los servicios sólo el 12%). Al mismo tiempo, en 1997, China recuperaba el puerto de Hong Kong (cedido a Gran Bretaña, luego de la “Guerra del Opio”, en 1842), el gran centro de servicios financieros del Asia. Hong Kong permanecerá con su espíritu de libre mercado, según acuerdo, hasta el 2042. La particular situación de convivencia se resume en la frase: “Dos sistemas, un país”. Pese a ello, nos dice S. Cesarin (“China se avecina”, Ed. Le Monde, 2006): “Se produce un cambio en el eje del desarrollo, al desplazar el mismo desde el delta del río Perlas en el sur, en la provincia de Guangdong, donde está Hong-Kong, hacia el delta del Yangtsé con Shanghai como epicentro”.
China resulta difícil de catalogar: con un capitalismo más feroz que en occidente, en lo económico; y, a la vez, un partido comunista único y autoritario, en lo político. En 65 años, ha conocido sólo cinco jefes de Estado…, luego de Mao siguió el mandato de Xiaoping (quien diera la orden de represión, dando paso a la tragedia de la Plaza de Tiananmen en 1989), que finalizó en 1997.
Le sucedió Jiang Zemin, que no llevó el sistema al pluralismo y mantuvo el atropello a los derechos humanos, pero pese a ello el interés comercial por el enorme potencial del mercado chino ha hecho olvidar a los occidentales esos “detalles” y continúan afluyendo masivamente en inversiones y comerciando activamente con China. Es más, mientras en otros lugares, como en Argentina, los dueños del capital se quejan de una eventual inseguridad jurídica, a China corren presurosos a invertir pese a la total ausencia de derechos formales de propiedad privada (y casi nulos derechos, en la práctica, de los asalariados ¡lo cual, desde ya, atrae poderosamente a los empresarios!). No se da una exigencia internacional por el respeto de los derechos, con medidas concretas como se hizo con Sudáfrica en tiempos del apartheid. Es obvio que estas conductas no resultan de una cuestión de principios sino de la tasa esperada de rentabilidad. ¡Cinismo puro!
En noviembre 2001, precisamente cuando China ingresaba a la Organización Mundial del Comercio, en la Ronda Doha de la OMC, toma el control del PC y la conducción del aparato político Hu Jintao, a quien ha sucedido en 2013, Xi Jin Ping . Desde entonces, la libertad económica ha aumentado notablemente (y el autorirarismo político: p.ej. puede ser reelecto indefinidamente). Se priorizó la amplia apertura a la inversión externa y se eliminaron diversas restricciones y múltiples regulaciones. Pero la apertura se limita a la economía, la apertura de la política se mantiene a nivel de promesa: promesa de elecciones con “oposición” en las provincias a mediados de la segunda década del Siglo XXI y en el conjunto nacional entre 2018 y 2025 (Cesarin, 2006, pag.60). Entre tanto el índice de apertura al comercio mundial (exportaciones más importaciones sobre PBI) pasó de 0.36 en 1999 a 0.50 en 2002, 0.60 en 2003 y 0.70 en 2004 (Cesarin, 2006).
PESE A TODO, UN GRAN MOTOR
Pese a la reducción de su tasa de crecimiento, el gran potencial de China sigue despertando. Creció al 8% anual promedio desde 1978, y en el período 1991 al 2010, rondó el 10% anual (en ese período, 1991/2010, el tamaño de su economía se multiplicó casi por siete). Constituyéndose, a la vez, en el gran comprador y el gran proveedor de todo el mundo. En una palabra, en un gran motor.
Desde el fin de la crisis de 1930, hasta 1989, y luego de la experiencia de organización centralizada de las grandes economías, se debatió acerca de la superioridad de uno u otro sistema económico: capitalismo o socialismo, mercado o planificación. Muchos textos se dedicaron al debate e incluso en las universidades existían cátedras en las cuales se estudiaba el tema. Era el estudio comparado de los sistemas. Todavía se puede re-
vivir aquellos debates en la lectura por ejemplo de “Planificación y Bienestar”, de H. Köhler (1967), “Los Tres Mundos de la Economía” de L. Reynolds (1971) o “Sistemas Económicos Comparados” de L.E. Di Marco (1993). Pero el colapso del bloque socialista acalló aquél debate y los “teóricos” convinieron que el “libre mercado” era el mejor conductor de la economía..., pero la singular estrategia de China tiende un manto de sorpresa y duda en ese consenso(43): un gobierno “comunista” con planificación dirigista pero, a la vez, con un mercado capitalista brutal en muchos sectores de su gran economía. Algunos lo han calificado de “capitalismo de Estado”, otros de “estado fascista” (por contar con gobierno autoritario pero propiedad privada, aunque acotada en su iniciativa). Lo cierto es que China sorprende y preocupa, tanto cuando se expande como cuando se contrae. Una de las inquietudes mayores es el bajo valor del “yuan”, pese al constante superávit comercial.
Un ejemplo de las posibilidades de China es lo acontecido con el silicio policristalino (materia prima de los paneles solares). Como su muy rápido aumento de precios, en 2007/2008, atentaba contra esa floreciente industria, el gobierno de Pekín estableció como prioridad nacional su suministro por la industria doméstica. En 2010, apenas dos años después (mientras en Occidente una fábrica de polisilicios demora años), merced a esta estrategia dirigista, por la acción del empresario independiente Zhu y el Fondo Soberano de China, el país produce ya el 25% del polisicilio de todo el mundo y controla el 50% del mercado mundial de productos terminados de energía solar (cfr. Dean, Browne y Oste, Wall Street Journal, citado en La Nación 17/1/2010, Sección 2, pag. 5).
LA ESTRATEGIA CHINA
La conducción política de China ha percibido con claridad, como muchos políticos contemporáneos, que lo esencial para “mantener el poder” en un mundo con agentes cada vez más consumistas y codiciosos es mantener el crecimiento sin reparar en los costos. Así las políticas “han favorecido abrumadoramente a las provincias costeras (…) y reducido las transferencias de las zonas más ricas a las más pobres. El nivel más bajo de transferencias, la mayor inversión extranjera y el ritmo más rápido de desarrollo de las empresas han ayudado a estas zonas costeras a alcanzar coeficientes de inversión cuatro veces superiores a las zonas pobres. Estas desigualdades regionales generan incentivos (…)” (V. Beker, Estado y Mercado, 2005, pag. 167).
China vive desde hace 30 años su Revolución Industrial (y a la vez cibernética), y como en Europa en su momento, hace dos siglos, sufre sus enormes costos (contaminación, desigualdad, desequilibrios). Su estrategia se sustenta en el uso intensivo de mano de obra, con salarios bajos y sin organización sindical permitida (prohibida por el Partido Comunista); con sustentación central en las grandes concentraciones urbanas del este y la migración de los campesinos (en extrema pobreza) del Interior (lo cual sostiene que los salarios sigan bajos). A todo esto se une como amalgama la extraña alianza estratégica del Partido Comunista y el empresariado “amigable” (nacional e internacional)(!!!). Así China ha alcanzado ya el lugar de la segunda economía mundial..., y la debatida contaminación ambiental o la carencia de libertades quedan relegadas en la consideración de los líderes del mundo (políticos y empresariales) por la sencilla razón de que los grandes empresarios ven con avidez el mercado chino, fuente vital para sus empresas, cuyos mercados internos están saturados o en declive. A su vez, los consumidores internacionales se regocijan de los bajos precios de las manufacturas, aunque bien saben que se sustentan en los muy bajos salarios de algunos sectores de China (el salario promedio industrial, en 2007 fue cuatro veces menor que en América Latina). ¡Una conducta cínica!
43 También otros países del Asia Pacífico han mostrado conductas fuertemente intervencionistas. Así Singapur, Corea del Sur y Taiwan no siguieron las recomendaciones del libre mercado realizadas por el FMI con motivo de la crisis asiáticas de 1997… y crecieron a un 6% anual.
Sin embargo, destaquemos que los salarios reales aumentaron más de 20% desde 2007, y su economía es ya la mayor del mundo en términos de capacidad de compra doméstica (o sea, paridad de poder adquisitivo, PPP).
Cabe señalar que aparentemente en China el control estatal va en aumento…, al menos eso se dice, pues es obvia la presencia de economía de mercado. Los activos de las empresas públicas en 2008 llegaban al 133% del PBI, mientras en Francia, una de las economías más estatizadas de la OCDE, sólo alcanzaba al 28% del PIB (Dean et alter, op.cit.). Es bueno tener presente que, en razón de la crisis mundial 2008, la política china ha ido desplazando el “motor” de su economía desde el sector externo (las exportaciones) al mercado interno (es decir, la ampliación de su nivel de consumo, con unos 650 millones de habitantes aún excluidos). Pero no ceja en su afán por abrir la Ruta de la Seda y tener inversiones en sectores claves en todo el mundo.
En cuanto a nuestra América latina, los productos chinos son un alud (con gran competitividad cambiaria por alto TCR y “laboral”)(44). Una vía para nuestra defensa es evitar la apreciación del tipo de cambio real, ya que un TCR alto facilita el descubrimiento de nuevas vetas de exportación y puede atraer inversión extranjera directa al sector exportación. Pero para el caso argentino, esta receta parece de difícil cumplimiento, ya que precisamente la dinámica de este socio (China juega un papel similar a Gran Bretaña en el siglo XIX) es una “bendición”..., tal vez también sea un castigo, ya que la demanda china es básicamente soja y derivados, y el gran flujo de divisas impulsa hacia abajo el TC Real, apreciando el peso, y atentando contra las posibilidades manufactureras de nuestra economía. Puede ser un castigo pero también una “bendición”, si sabemos aceptar sus consecuencias. En resumen, las circunstancias presentes hoy en China son: (a) desaceleración del crecimiento (desde el alto 14% de 2007); (b) gran migración rural a las ciudades; (c) acento en el consumo interno como motor; (d) déficit en minerales, energía y alimentos. Como consecuencia de lo apuntado, su estrategia económica y de geopolítica es asegurarse el aprovisionamiento “a través de inversiones en el exterior sobre todo en los grandes productores de proteínas como EE.UU., Brasil y Argentina” (Castro, 2014). Pese al menor ritmo de crecimiento, las importaciones de soja siguen siendo relevantes. De allí que nuestro país tenga una “oportunidad relativa”, en sus compras y en su inversión extranjera directa (con el riesgo, incluso geopolítico)
China creció al 8% anual promedio desde 1978 a 2008, lo que equivale a duplicar el ingreso per capita cada ocho años. En 2015/16, tiene tasa de crecimiento 4 puntos sobre el promedio global. Según Ricardo Arriazu, uno de los escasos economistas argentinos que conoce realmente China(45) , el salto hacia adelante del gigante de Asia no es sino un cambio estructural que retorna ese inmenso país (1400 millones de habitantes y 9 millones de kilómetros cuadrados) a su ubicación relativa histórica. Esto es, primero o segundo lugar en el concierto mundial, desde el siglo I de Nuestra Era hasta el Siglo XVII. Se dice que Napoleón sentenció alguna vez: “Cuando China despierte, el mundo temblará”.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
• Castro, J., 2014; Agro e industria en Argentina: un futuro común, Ed. Pluma digital Bs.As. • Cesarin, S., 2006, China se avecina, Ed. Le Monde, Capital Intelectual, Bs.As. • Fairbanks, J., 1996; China: una nueva historia, Ed. Andrés Bello, Santiago, Chile. • Shenkar, O., 2005; El siglo de China, Ed. Norma, Bogotá.
44 Un dato relevante es que el comercio entre China y América Latina pasó de U$S 12.000 millones en el año 2000 a U$S 275.000 millones ya en 2013, y no ha dejado de crecer 45 La ha visitado muchas veces desde los años setenta, e incluso ha realizado trabajos para el gobierno