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2.4 Tipología arquitectónica tradicional

A cualquiera que vea ahora a Conocoto se le hará difícil imaginar que hasta no hace mucho tiempo, a solo tres cuadras del parque Central, en cualquier dirección ya empezaban las chacras, quintas y haciendas, y que desde esa distancia de tan solo tres o cuatro cuadras, las frases “ir al pueblo” y “bajar al pueblo” eran comunes en la conversación diaria.

Al pueblo se iba por chaquiñanes y caminos empedrados, bordeando sembríos y pastizales cuyas cercas eran unos amontonamientos de tierra en los que crecían sigses (Cortaderia jubata), supirosas (Lantana rugulosa), mote casha (Duranta triacanta), moras (Rubus adenotrichos), uña de gato (Mimosa albida), cabuyos (Furcraea andina) o chilcas (Baccharis latifolia) y el alambre de púas estaba sostenido por lecheros (Euphorbia laurifolia).

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Era un Conocoto que vivía con limitaciones de agua potable, donde la “luz se iba a cada rato” y una llamada telefónica a Quito era considerada de larga distancia y se pagaba como tal.

Sin negar el valor de las edificaciones de la Iglesia y de la Tenencia Política, veremos aquí solo las edificaciones cuya función principal es la vivienda, porque estas constituyen el grueso del inventario existente. Conocoto tiene delimitadas dos áreas históricas, de primero y segundo orden, además están registrados hitos y elementos emergentes.

Al hablar de casa de blancos, casa mestiza o casa indígena, lo hacemos como tipología constructiva y nada tiene que ver con la raza o etnia de sus propietarios u ocupantes.

Hubo en Conocoto dos lugares muy modernos para su época. Una fue la estación de un radio aficionado, primera estación de radio de onda corta, con tubos al vacío en forma de gigantescas lámparas, que estaba en la hacienda El Prado (hoy Academia Militar el Valle) y funcionó ocasionalmente hasta los años 70 del siglo pasado.

El otro fue una pequeña sala de cine de la cadena del Teatro Bolívar propiedad de la familia Mantilla, donde se estrenaban las películas a veces hasta quince días antes que en Quito, con funciones los sábados a la noche para los mayores, y la matiné de los domingos para niños y jóvenes, con censura algo tolerante. La sala estaba adjunta a la casa de la quinta familiar, junto a la cual se construyó el tentadero Los Manolos, hoy sin actividad.

Cuando el hipódromo de Quito debió salir de su emplazamiento en La Carolina por la construcción del Centro Comercial Iñaquito (CCI), vino a Conocoto y se instaló en los terrenos de la hacienda el Prado donde ya funcionaba la Academia Militar del Valle.

A partir de los años setenta, Conocoto se convirtió en una zona de transición. Cambios sociales, económicos y sobre todo de uso de suelos dieron lugar a un cambio en el uso de las edificaciones y a su transformación; por ejemplo: se cerraron los zaguanes que pasaron a integrarse a las estancias privadas de

la casa o se convirtieron en espacios para comercio.

La casa de los blancos.

Corresponde a la también llamada arquitectura tradicional elaborada, que usa varios elementos formales que la hacen más señorial: como pilastras de fuste liso o estriado, cornisas, enmarcaciones de los vanos de puertas y ventanas, molduras decorativas, terrazas con balaustradas y balcones.

Casa de Blancos

Es, por decirlo de alguna manera, un modelo más citadino en donde se inspiran sus diseños, y como en la ciudad puede edificarse, su construcción desde la línea de fábrica con casas adosadas con dos formas: una con un bloque de la edificación a la calle que se conecta con uno o varios patios; y la otra, con un solo bloque de construcción a la calle que se enlaza al interior y tiene un patio en la parte posterior.

Casa de Blancos con cubierta modificada

Otro tipo de edificación fue el de las casas aisladas, estas tienen retiros frontales, laterales y posteriores, usándose el primero como jardín y el último como patio. Las cubiertas a dos o cuatro aguas. La casa

de los blancos, la quinta y la casa de hacienda, comparten las técnicas de construcción y el uso de materiales, con la casa mestiza que se verá a continuación, aunque hay mayor cuidado en los acabados y calidad de materiales.

La casa mestiza.

Conocida también como arquitectura tradicional simple, era la más común. Corresponde a la construcción típica andina, de planta rectangular, cubierta de teja a dos o cuatro aguas coronada por una cruz o un gallo, símbolo de San Pedro, éste a veces en forma de veleta.

Casa Mestiza modificada

La casa tenía un amplio zaguán, siempre con un poyo adosado a la pared, que fungía como sala de recibimiento y taller de actividades artesanales.

Las puertas de dos o tres habitaciones daban al zaguán y a veces salía de él un corredor que llevaba a las habitaciones posteriores y a la cocina que ocasionalmente, -reminiscencia de normativa colonial-, estaba separada de la construcción principal. El patio era infaltable para secar maíz y asolear las ocas. Siempre había gallinas y a veces algún chancho; en la huerta era común el guabo y el tomate de árbol. Nadie dejaba de tener una plantita de ruda y una matita de ají. Era común crear un espacio para los cuyes en la cocina, donde la temperatura era relativamente abrigada.

La cimentación de cal y canto soportaba a las paredes hechas de tapial (tierra apisonada con mezcla de paja) o de adobe, las paredes interiores podían ser de bahareque cuando no soportaban carga. Las paredes se enlucían con chocoto. El piso era de tierra apisonada o de ladrillo. Tiempo después se empezó a utilizar el piso de duela de madera, soportado por vigas, sobre una especie de sotanillo ventilado por medio de michinales.

La cubierta era de teja a la que soportaba una armadura de madera que a su vez, se amarraba con tiras de cuero crudo. El cielo raso, cuando lo había, era de carrizo amarrado con hilo de cabuya y cubierto de chocoto.

Se pintaba con lechada de cal, y pocas veces se adicionaba tierras de colores. Era común empapelar

las paredes con periódicos como enlucido o acabado. Las puertas se cerraban por dentro con pestillo y por fuera ya sea con armella y candado o con aldaba y candado.

Pocas construcciones de dos plantas tenían el entrepiso de madera en las habitaciones. En los corredores exteriores se utilizaba un entramado de madera que soportaba ladrillos sobre los que se ponía un mortero de cal y arena.

La madera de árboles que debían ser cortados con la luna a fines de menguante y antes de creciente, tenían un proceso de secado natural de un año por lo menos. Se trataban para su conservación con una mezcla de DDT y diesel y la que quedaba a la vista recibía un acabado de aceite de linaza o cera. Las maderas más usadas eran: el eucalipto para uso general, vigas, columnas y pisos; el aliso y el laurel para puertas, marcos, tapa marcos y barrederas; y el cedro y el laurel para puertas y muebles. Estos dos últimos venían de zonas subtropicales, y el eucalipto de bosques cercanos, -aunque es especie introducida.

Con el tiempo se hizo común construir con ladrillo y mortero de cal, luego se utilizaron morteros bastardos de cal y cemento que cayeron en desuso por el alto precio de la cal, siendo substituidos por morteros de cemento.

No había en Conocoto ni la chaquihuasi, -que es la casa de paja hasta el suelo-, de un solo ambiente, más propia de los páramos, ni la turuc-huasi, casa construida enteramente de elementos vegetales, también de un solo ambiente.

El modelo que encontramos es el de la pircahuasi. Casa con paredes de tapial, cubierta de paja y con el tiempo de teja; el piso era de tierra apisonada. La casa tenía varios ambientes y a veces un corredor frontal. Presentaba un esquema parecido al de la casa mestiza antes mencionada, pero con materiales más económicos. Solía haber frente a la casa, o en el cercado, al menos un lechero (Euphorbia laurifolia). “El lechero es objeto de culto en casi toda la Sierra. Su nombre común se debe a la substancia lechosa o yurak wiki -lágrimas blancas- que secreta.

Según Alejandro Montalvo, de Imbabura, el lechero:

Es como el llamado especial de algún ídolo. Resiste y se enraíza donde quiera que esté. Se utiliza para todo: para cercas, para los pilares de la choza, para los tendederos de la ropa. Da goma, que sirve para pegar y cura las enfermedades del oído, la sordera. Tiene vida, nunca muere y por eso se utiliza para lápidas y cruces. Da vida al que está muerto. El lechero se arranca y sigue viviendo. El lechero se siembra en sitios considerados como peligrosos y da cuenta del diablo. Es para contrarrestarlo”

(Alejandro Montalvo, Simbolismo y ritual en el Ecuador Andino p.79)

La Quinta

Había distintos tipos de quintas. Por su extensión se diferenciaban las que en realidad eran pequeñas haciendas, de los terrenos que no llegaba a una hectárea, además por su uso se distinguían las que eran unidades productivas agrícola- ganaderas, a las de uso vacacional o de fin de semana. Independientemente de lo anterior, la casa podía tener las características de la casa de hacienda o asimilarse a los chalets que por ese entonces se construían en las zonas de expansión de Quito, como La Mariscal. Era infaltable un amplio y bien cuidado jardín con variedad de árboles frutales, flores perfumadas y hierbas aromáticas.

Casa de las Quintas. Ex Academia Militar del Valle años 60

Almuth Wenner rememora la vida en las quintas de Conocoto:

Quisiera hablar de una manifestación cultural en vías, de extinción: Las Quintas. Aquellas quintas con sus sombreados jardines, con sus árboles plantados por el bisabuelo en complicidad con los rebrotes tiernos de la familia. Allí plantaron sus árboles de guabo, de aguacate y quizá también de tocte, de nogal. Había allí los arbustos de chihualcanes, de chamburo, de guayaba, con su rico e invasivo aroma vespertino. En el suelo había matitas humildes de paico para el locro de papas; la cebolla larga para las empanadas, y el cilantro para el agrio.

Estaba la casa antigua de adobe, un poco oscura y de olor mustio por los tapices desgastados y raídos, y el carrizo ligeramente húmedo por algún desperfecto crónico en el techo. En el corredor, adentro, había un viejo y desafinado piano o una radiola, y en el aire flotaba una canción de Carlota Jaramillo.

En el sofá estaba sentado el abuelo, contando las picardías de sus años mozos, olvidando por completo la gota en el dedo gordo de su pie y la artrosis en la rodilla. Una tía, un poco entrada en años, estaba sentada en una butaca, tejiendo escarpines para algún sobrinito próximo a nacer. En la cocina la abuela, removía la colada morada, mientras las niñas grandes picaban la piña, y las nenas chiquitas corrían al jardín para traer una rama de cedrón o un manojo de hierba Luisa. Los adolescentes, con sus mejillas pasposas por haber jugado al aire libre por mucho tiempo, decoraban las guaguas de pan con colores vivos y no tan sanos.

Hoy están por desaparecer estos sitios bucólicos, íntimos, de paz y de unión familiar trans-generacional. Ya no hay los guambras trepados en los arboles de capulí o el sobador de huesos en camino, presto a sobar las rodillas magulladas, tras las caídas del árbol embrujado. Ya no hay un sitio para pedir el

consejo sincero de la familia. De esto se encarga la psicóloga, con citas de 20 minutos de duración, contratadas con 15 días de antelación y a cambio del pago al contado. Ya no hay chance de ventilar un pequeño desaire accidental entre familiares. En vez de esto, se da el abrazo del perdón al desconocido en la iglesia y se busca la anhelada redención en las páginas de Facebook.

Las quintas de antaño se han quedado vacías y silenciosas. El impuesto predial se ajusta sin punto y sin coma, al precio de una propiedad horizontal y la plata no alcanza para reparar el techo o combatir la polilla en las vigas antiguas. ¡Ah, y del problema con las cañerías viejas, ni hablemos!

El alegre borbotear de la conversación en el salón ha cedido al actual chequeo de los últimos mensajes en Whatsapp. Y la mesa la compartimos con un único comensal, estresado, mental y emocionalmente ausente. El locro se condimenta con cubos Maggi y de postre hay una compota comercial, de dulce de higos, marca Guayas.

El municipio desea declarar patrimonio cultural a la casona, lo cual impide hacer reformas oportunas y nos condena a vivir, cual fantasmas, en una especie de museo. Las amistades se han replegado en las urbanizaciones y condominios, en donde habitan en 54 metros cuadrados, oliendo los condimentos de todo el bloque y escuchando la cacofonía de 3 televisores distintos y ajenos. La entrada a aquel paraíso moderno está debidamente resguardado por un arcángel Gabriel actual, un guardia uniformado.

¿Qué hacemos para preservar lo que nos queda de las quintas de antaño?

Son el silencioso testimonio físico de nuestro pasado compartido, testimonio de vital importancia en el juicio imparcial y frío de la historia de Conocoto y de la nación.

La Hacienda

La hacienda era una unidad productiva agrícola y/o ganadera. En ella convivían varias tipologías de construcción, unas derivadas de las necesidades productivas y otras derivadas de la posición del habitante en su relación con la hacienda.

En las haciendas ganaderas era imprescindible el establo para el ordeño, y en algunas, como la San José, el espacio para elaborar quesos. En las haciendas agrícolas tenía especial importancia el troje con pocas y altas ventanas y puerta anti ratas, de esto tenemos un ejemplo bueno y accesible en el troje de la hacienda San José, donde está clara la función en el marco y en el umbral de la puerta, aunque las hojas de la misma, en madera, están mal reconstruidas.

Independientemente de que la hacienda haya sido agrícola o ganadera, la casa de hacienda se pudo dividir en dos tipos: uno más antiguo, de origen colonial español, con las habitaciones conectadas por un corredor exterior cubierto, y otro más moderno que empezó a construirse desde el último cuarto del siglo XIX. Éste conectaba las habitaciones desde el interior, a veces de dos plantas, por medio de una escalera interna. La arquitectura de este segundo tipo

tiene influencia francesa o italiana. A la casa de hacienda se llegaba por una alameda de altos y añosos árboles que desgraciadamente hoy han desaparecido. A partir de los años sesenta fueron cortados para aprovechar la madera de esos eucaliptos, pinos o cipreses que la conformaban.

La casa de hacienda tenía siempre un gran patio amurallado al que se entraba por una puerta imponente. El patio, además de servir como vínculo a los diferentes espacios funcionales, tenía una función simbólica y hasta ritual. Allí era donde huasipungueros, arrimados, yanaperos y peones “veían” al patrón y eran vistos por él; pedían favores, (“mercedes” como les llamaban). Allí cobraban su sueldo y eran castigados; hasta allí llegaban para bailar los sanjuanes en honor al patrón.

Los huasipungueros usufructuaban de una parcela, de pastos naturales, derecho de hierba o pastoreo; agua, leña e inclusive tenían un pequeño salario. Semanalmente debían dar a la hacienda cinco jornadas de trabajo, generalmente de diez horas cada una. Los arrimados o apegados eran familiares o parte de la familia ampliada del huasipunguero y vivían en el huasipungo.

La jornada de diez horas de un hombre equivalía a una “raya”, las mujeres y los niños cobraban media “raya”. El pago podía ser en efectivo o en especie: la “ración” de lo que se había cosechado. Una “ración” equivalía a una “raya”. Los yanaperos entregaban a la hacienda una jornada semanal de trabajo gratuito por el usufructo de agua, leña y caminos. Los peones

internos eran los hijos mayores de los huasipungueros o apegados que cobraban por “raya”; y los peones externos eran de comunidades cercanas a la hacienda llamados estacionalmente por siembra o cosecha y también cobraban por “raya”.

En las cosechas había la costumbre de “chugchir”, es decir el derecho que tenían las viudas, los huérfanos y los ancianos a recoger lo que iba quedando olvidado, siguiendo el ejemplo bíblico del Libro de Rut. Propietarios y mayordomos tenían sus favoritismos al conceder este derecho. Al patio de la hacienda en algunos casos se añadía un parque de inspiración francesa o italiana como espacio privado del propietario y su familia, con un imponente muro perimetral cuando no había elementos naturales que sirvieran de barrera.

Actualmente es accesible al público el parque de la hacienda San José, actual Administración Zonal Los Chillos, que además, es el único de los “Jardines que Hablan” que puede visitarse en Conocoto, aunque desgraciadamente se ha perdido casi toda la vegetación simbólica que allí plantó su propietario. Hay que recalcar que el muro perimetral occidental del parque fue derribado para ampliar la avenida Gribaldo Miño que en ese punto sufre un estrechamiento. En este parque, por medio de glorietas, esquemáticas y de construcción de cemento, se cuenta la historia de la humanidad representada en sus diversas épocas por su arquitectura, con la particularidad de que lo hace en sentido anti-horario dando a entender que el paso del tiempo en vez de traer progreso trae involución.

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