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Dos lecturas de Carnaval de sangre de Ana María Fuster Lavín
Ricardo Rodríguez Santos & Wilkins Román
Dos lecturas de Carnaval de sangre de Ana María Fuster Lavín
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Sobre Carnaval de sangre por Ricardo Rodríguez Santos
¿Qué hace a un buen poema? ¿El texto o la capacidad de sorprenderme ante él? Los años de estudios universitarios, en ¿ particular los de la escuela graduada, nos inducen a adentrarnos en el mundo de la crítica literaria desde variadas perspectivas teóricas. Todo el que estudia literatura reconoce los nombres extranjeros: Bajtín, Kristeva, Genette, Barthes, entre muchos otros. Siguiendo las corrientes actuales, nos sumergimos en estas teorías y desde sus respectivas ópticas leemos, enjuiciamos e interpretamos. No quiero decir que todo este entramado académico sea inútil. Al contrario, ayuda a expandir nuestros puntos de vista y profundizar en la lectura de los textos de ficción. Sin embargo, es muy importante no olvidar que el fin básico de la literatura es tomarnos de la mano y llevarnos hacia un mundo creado por el autor o autora y ofrecernos la oportunidad de vernos en el texto; reconocernos, claro, como individuos y como sociedad que, como les digo a mis estudiantes, siempre será el fin último de cada cuento o novela que se ha escrito y se está por escribir.
Entonces, ¿qué hace a un libro bueno? Esta pregunta me la formulan muchas veces. Me dicen, ¿cómo enjuicia usted un texto para luego decir si es bueno o no? Yo contesto a la primera interrogante que a un libro lo hago bueno yo; es decir, que uno como lector en su individualidad es quien pasa juicio de los valores de una lectura determinada. Ahora bien, según uno lee y se desarrolla intelectualmente, va adquiriendo herramientas que le ayudan a evaluar mejor las lecturas a las que se enfrenta. En mi caso, mi preparación y continuo ejercicio de lectura me permite, más allá de lo evidente, reconocer el entramado técnico que puede utilizar un escritor. Diría que la experiencia en el campo me ayuda a percibir mejor el empeño de quien crea una fábula, sea un cuento, una novela, incluso un ensayo o poema. A lo que me refiero, a fin de cuentas, es que se puede percibir el esfuerzo y las horas de trabajo que el autor dedicó a su obra. Esto se refleja en la profundidad en el tratamiento de los temas, las técnicas narrativas que utilice y los referentes a los que aluda el escrito; esto último dependerá, por cierto, de que uno como lector pueda reconocer las alusiones extraliterarias.
Hoy tengo el placer de presentarles la colección Carnaval de sangre: microcuentos y otras brevedades de la palabra (Ed. EDP, 2015), una excelente pieza literaria que conmueve profundamente y nos hace reflexionar acerca de la vida y la muerte, entre muchos otros temas. Este es un texto bien pensado y muy trabajado en el que se ha cuidado cada detalle. El concepto del carnaval, según lo desarrolló el crítico ruso Mijaíl Bajtín, alude a aquel lugar de la fiesta en la plaza pública en el que se permite la transgresión de todas las normas. Diríase que el título nos lleva a cuestionarnos el orden de las cosas según lo hemos aprendido, es decir, a evaluar e impugnar los esquemas mentales que han moldeado nuestra psique colectiva. Pero este carnaval es de sangre, lo que sugeriría violencia. Una violencia enmascarada con el fin de ocultar o disimular nuestro lado feo, el más oscuro, aquel que no queremos o podemos ver. El lado irracional que nos vincula al resto, a la manada, como se alude precisamente en uno de los microrrelatos que conforman la colección.
El libro se divide en cuatro secciones, con 58 microcuentos que se pueden leer individualmente o en conjunto, y que dialogan entre sí.
En la primera parte se encuentran trece relatos cuyo común denominador es la ironía y la desolación. El epígrafe de esta primera sección avisa el tono irónico que se percibirá en las trece historias que lo configuran: “Sin ojos: habitantes de la ciudad silente”. Los que no ven o no quieren ver y viven en una ciudad silente a pesar del bullicio que implica vivir en las urbes, son los personajes de esta primera sección. Aquí encontrarán representadas a personas comunes y corrientes agobiadas por toda suerte de calamidades propias de la sociedad moderna, y hundidas en su propio vacío existencial: un jugador de fútbol odiado y aplaudido, esposas inconformes con su vida, profesionales agobiados con la rutina, mujeres y hombres enajenados, angustiados, llenos de temor, mucho temor. Y, entre todos ellos, el escritor. En este, la sangre que brota de las heridas, en lugar de muerte, dan vida, pues son la fuente de las palabras. Del dolor de la terrible cotidianidad, surge la palabra. La que expresa las ansias, los deseos y las culpas. La sangre derramada que puede ser muerte se convierte en vida cuando es vertida en el papel. Esta idea aparece por primera vez en el libro en el cuento “De regreso a la sangre”, a mi parecer toda una joya literaria.
Esta colección de cuentos nos conmina a entrar al carnaval y allí al leerlos, al leernos, buscar la expiación de nuestros miedos y culpas.
La segunda sección del libro es la de los relatos más densos, debido a que en éstos el lirismo de la voz narrativa se expresa con toda su carga poética. Con el título “Bajo la cama: trece días en el abismo y un final feliz”, estos relatos nos invitan a compartir los oscuros rincones de la conciencia del personaje, desde el reducto último de la intimidad: la cama. Y es allí donde se producen los sueños y también las pesadillas, y donde la protagonista enfrenta una sombra que la asedia y la arrastra, y que invita al lector a caer junto a ellas por el abismo del inconsciente, pues si leemos desde la óptica teórica del siquiatra suizo Carl Gustav Jung: “…la sombra, por su naturaleza, puede ser inferida en gran medida desde los contenidos del inconsciente personal”.1 Jung trabaja la sombra como uno de los arquetipos de su teoría de la personalidad, como una forma que tenemos los humanos para acceder a esos contenidos que son individuales, pero también colectivos. Así, bajo la cama se encuentra Insomnio y la sombra, pero con una lectura más perspicaz nos encontramos a nosotros como sociedad, como miembros todos de la raza humana.
En la tercera sección continúa el Carnaval. Bajo el título “Carnaval de voces y sueños: amores caníbales” se agrupan catorce relatos que exponen los juegos con las voces y la sangre. Reaparece aquí uno de los temas que hilvanan este libro: la metáfora de la sangre como vida y muerte. Sangre como vida cuando se perfila a través de la palabra, la que nos da sentido, la que nos salva y nos devuelve el ser, como en el cuento “El cazador de sueños”, para mí el más hermoso de todo el libro. Otros relatos presentan un juego con las voces desde una perspectiva más lírica: “Fuga de voces”, “La voz dormida”, “De voces y de sueños”, “Sequía”. En estos se manifiesta nuestra humanidad y desolación, aunque parece haber alguna esperanza; como lector, quiero tener la ilusión de que no todo está perdido, de que hay algún escape. Y es que en muchos de estos cuentos las voces articulan palabras con sentido, solo cuando ocurre el encuentro con el Otro, así con mayúscula, desde nuestra humanidad.
La cuarta sección lleva como epígrafe “Los placeres de la muerte: carnaval de sangre”. Aquí la sangre fluye a borbotones en los diecisiete relatos. La alienación, el morbo y la crueldad se exacerban, tal como dice uno de los personajes: “Tal vez, el odio sea la fuente de la energía universal…”. Ante el dolor y el miedo, reaccionamos con indiferencia en una sociedad en la que la pasión por los objetos ha superado por mucho el amor, el deseo por el sujeto. Tales ideas se perciben en el cuento “La ética de la crueldad”, relato que recoge y resume esa visión acerca de nuestras inclinaciones oscuras e irracionales.
El libro cierra como inició, en un carnaval de sangre en el que los relatos nos incitan a contemplar nuestra sombra, aquella que, como mencioné al comienzo de mi exposición, alberga lo feo, lo grotesco, lo que no queremos ver. Es como si el libro fuese un espejo y nos obligara a preguntarnos, como lo han hecho algunos de los personajes de Fuster: “¿Soy yo ese que está del otro lado?”. Y como el carnaval de Bajtín, esta colección de cuentos nos conmina a entrar al carnaval y allí, al leerlos, buscar la expiación de nuestros miedos y culpas.
Como mencioné al principio, Carnaval de sangre es un texto con todos los méritos y atributos de un libro bien pensado y bien escrito. Sus valores emergen por sí mismos, más allá del ojo visor del crítico. Ciertamente, estamos ante una gran escritora. Les recomiendo la lectura, los invito a entrar al carnaval, pero ya están advertidos.
Notas
1. Zamorano, J. (sin año): “Por el sendero de Jung”.
Sobre Carnaval de sangre por Wilkims Roman
Ana María Fuster Lavín (Puerto Rico, 1967-) escribe. Lo hace desde una variedad de géneros literarios, tales como la poesía, el cuento, la microhistoria, el ensayo, la novela y el reporte de prensa. Formada en la Universidad de Puerto Rico en Música y literatura (M.A., Estudios Hispánicos), Ana María ha forjado una literatura que refleja su formación universitaria en la profundidad con la que escribe, pero también su mirada cotidiana a la vida y de la vida en su relación con el amor y la muerte, y la propia existencia.
Su trabajo creativo ha sido publicado en su país de origen, Puerto Rico, y en Cuba, República Dominicana, México, Uruguay, España, Argentina, Suecia, Francia e Italia. Parte de su obra creativa ha sido traducida al inglés, portugués e italiano. Su obra también ha sido premiada por el Instituto de Cultura Puertorriqueña (Verdades caprichosas, 2002; El libro de las sombras, 2006) y el Pen Club de Puerto Rico (Réquiem, 2005).
Carnaval de sangre: Microcuentos y otras brevedades de la palabra (Ed. EDP 2015), es su última colección de microrrelatos, una combinación de microcuentos y microhistorias. En una entrevista que le hicimos en el 2016, Fuster Lavín nos dice al respecto:
Este libro se trata del carnaval nuestro de cada día, desde todos los aspectos de lo que somos, lo que aceptamos que somos y lo que ocultamos de ese lado oscuro que todos tenemos, es poesía, es realidad cruda, es romántico, también tierno y muy cruel y caprichoso. Un carnaval de pinceladas de lo que somos, incluyendo las pesadillas, pasiones y temores. Esas son las máscaras del carnaval. Por eso mismo dividí el libro en cuatro partes:
I. Sin ojos: habitantes de la ciudad silente – es crítica social, urbana, humor negro, reflexión sobre las rutinas, la apatía social ante los ‘otros’, y siempre, la soledad, la falta de solidaridad, la falta de equidad.
II. Bajo la cama: trece días en el abismo y un final feliz – (que fue la primera parte que escribí del libro) es un cuento góticosicológico-erótico (fragmentado) dividido en microcuentos, sobre una mujer que ha enloquecido, la soledad como refugio al haber matado a su familia que no acepta su lesbianismo (por razones religiosas), en las noches se transporta junto al insomnio (que es un personaje fantasmagórico) a otro mundo laberíntico debajo de su cama. Hasta que se reconoce a sí misma, a su amor, y comienza a liberar sus miedos, sintiendo nuevamente la fuerza de amar, de la pasión.
III. Carnaval de voces y sueños: amores caníbales – esta sección son micros que entran en la metaliteratura, el acto de escribir, de las voces que nos hablan y nos obligan, sobre la creatividad, también es lírico, gótico, erótico, y hay divertimentos, algunos crueles también.
IV. Los placeres de la muerte: carnaval de sangre – esta parte regresa a la atmósfera de la primera con pinceladas también de las dos anteriores, trata el lado cruel del ser humano, mucho humor negro, que refleja nuestros dolores, que critica nuestro lado oscuro, a veces el más ridículo, hasta siempre en una cuerda floja entre la cordura y la locura. (Román Samot 2016).
Carnaval de sangre, contiene en total unos 58 relatos, que a decir de Ricardo Rodríguez Santos, “dialogan entre sí” (Rodríguez Santos 2016). La colección, publicada por la editorial de EDP University, es prologada por Emilio del Carril. Es Del Carril quien en su prólogo destaca el “marcado acento poético” que distancia los micro-relatos de Ana María.
“Gol” es el título del primer microcuento que contiene la colección. En este, Ana María nos relata la vida culminante de Juan Claudio Morales Villa. Es la historia triste y con final de un portero boricua apostado por su familia al fútbol, todo por una mejor calidad de vida. Es, a su vez, ese final predecible, pero que no por tal pueden ver los habitantes de la ciudad silente, aquella que no le puede ocultar a él el recuerdo continuo de “la cara de aquel niño y su gatito, a los que atropelló borracho con la motora de su vecino; a quien sentenciaron a tres años de cárcel, de la cual el pobre hombre acaba de salir”.
A la segunda parte de Carnaval de Sangre pertenece “Quererse en silencio”. Es la confesión de amor de Insomnio consigo mismo: “Se miró al espejo, yo soy mi amor”. Se trata de ese juego de la vida que no es otro que el que resulta del encuentro del ser humano con su placer al descubrir el deseo siempre soñado:
Insomnio se recostó, dos manos lo palpaban suavemente. Cuatro manos, seis, ocho, diez manos tocándolo rítmicamente. Le crecían los senos, se le endurecían los pezones, se le curveaban las caderas. Descubrió ese deseo: el siempre soñado. Fue sintiendo entre sus piernas un enorme laberinto en el que entraban todas las manos, también pasó sus dedos y descubrió la humedad de ser ella, de todos los dedos acariciando su vulva. Alcanzó el más gozoso orgasmo, y gritó tan fuerte que cayó de cantazo sobre la cama enredada a sus sábanas moradas, abrazada a su amado Insomnio. A fin de cuentas, todo fue consecuencia de aquella manía de quererse en silencio.
Ana María dedica uno de sus microrrelatos a la fenecida cantautora Ivania Zayas. Más que un microcuento es una microhistoria del tránsito a la inmortalidad de Ivania. Es también una denuncia al silencio cómplice: “Los silencios pintaron de muerte la medianoche”. Se titula: “Balada del silencio”. Fuster Lavín nos recuerda que Ivania no iba sola, pues estaba acompañada de la vida; a su decir: “También la vida sola cruzaba tomada de tu mano.” A su vez, Ana María nos recuerda que las canciones de Ivania “siguen lloviendo como pétalos en tiempo de balada a la eternidad, y él ya no existe”.
Si “Balada del silencio” es un microrrelato con perspectiva de género, “La viuda cuentista” es uno con perspectiva de clase y de género. Este último, pertenece a la cuarta parte de Carnaval de sangre. Es una mirada crítica a quienes escriben desde el privilegio, o a quienes describen el privilegio desde sí mismo. Su final, no deja de ser una alentadora lectura con perspectiva de género:
Llamó a su nuevo amor, mientras acariciaba el frasco de arsénico en la mano. Le preguntó qué pensaba sobre la literatura. El hombre le confesó que solo le gustaban las novelas pornográficas, lamentablemente él estaba demasiado cerca del balcón.
Finalmente, cabe señalar y resaltar que Carnaval de sangre contiene una serie de microrrelatos que conversan con otros paisanos o autores contemporáneos a Ana María. Me refiero a que los dedica a David Caleb Acevedo, María de Lourdes Javier, Pabsi Livmar, José Ovejero, Francisco Font-Acevedo, y a su propio prologuista, Emilio del Carril. Los microrrelatos de Fuster Lavín retan a reflexionar con y entre nosotros, e invitan a cuestionar, a romper el silencio y con el silencio, y a superar nuestras propias sombras, nuestros propios temores y secretos. Vale la pena aprender leyéndoles.
Bibliografía
Ricardo Rodríguez Santos, “Carnaval de sangre, de Ana María Fuster Lavín”, en Letralia, Tierra de Letras, Venezuela: 10 de junio de 2016 (https://letralia.com/ lecturas/2016/06/10/carnaval-de-sangrede-ana-maria-fuster-lavin/, accedido: 25 de febrero de 2018). ISSN: 1856-7983
Wilkins Román Samot, “Ana María Fuster Lavín: ‘Leer es mi vida, mi salvación’”, en Letralia, Tierra de Letras, Venezuela: 10 de junio de 2016 (https:// letralia.com/entrevistas/2016/08/07/ ana-maria-fuster-lavin-leer-es-mi-vidami-salvacion/, accedido: 25 de febrero de 2018). ISSN: 1856-7983