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Violencia de género en dos cuentos de René Marqués
Camille Cruz Martes
Violencia de género en dos cuentos de René Marqués
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El problema social de la violencia de género en el país hoy día es un mal que se ha vuelto tan recurrente que varios grupos de la sociedad civil, como el Colectivo Feminista en Construcción, han exigido al gobierno que se cree un estado de emergencia para poder combatir la agresión en contra de las mujeres. Lamentablemente, este no es un asunto que ha captado la atención de los ciudadanos, sino hasta en el presente. Encontramos en la literatura puertorriqueña un sinfín de ejemplos en los que se expone, de diferente modo, dicha problemática. Desde el conocidísimo y acertado escrito de Nemesio R. Canales “Nuestro machismo” hasta el conmovedor ensayo narrativo de Ana Lydia Vega “¿Dónde está Yesenia?”. Podríamos decir que son pocos los escritores del país que no han tocado este asunto de alguna manera u otra. René Marqués no está exento de indagar en este tema y, más aún, cuando no podemos obviar que sus personajes femeninos tienen una primacía estelar en la mayoría de sus textos.
En el siguiente trabajo analizaremos dos de sus cuentos donde la violencia contra la mujer es el eje central de la narración. Nos referimos a “En la popa hay un cuerpo reclinado” y “Dos vueltas de llave y un arcángel”. Pero más allá de sólo explicar cómo Marqués presenta el asunto en la trama, indagaremos en cómo la violencia es representada y cuáles son los discursos justificatorios que dan vigencia a la agresión en contra de la mujer.
Este acercamiento a la lectura de la violencia responde a que la escritura de ésta es un proceso bastante complicado, puesto que todo escrito que expone el tema tiene una dimensión ética-social. Este hecho se debe a que la representación de la violencia textual debe validarse o no, puesto que el uso de la agresión en la sociedad requiere que se tome una postura sobre el empleo de la misma. Representar la violencia en un escrito por el simple hecho de concebirla como un tema aislado de lo que pueda sentir el receptor por el empleo de ésta, sería a nuestro entender, una praxis insustancial. La violencia por el simple hecho de ser un acto donde se agrede el cuerpo y la psiquis de un sujeto exige que se aclaren los postulados sociales que hacen o no meritoria la agresión en cualquiera de sus manifestaciones. Para poder entender con más claridad este concepto es conveniente que discutamos algunas de las ideas que tenemos sobre la violencia.
Una de las concepciones que concebimos de la violencia es que ésta es irracional porque confunde los fines con los medios. Sin embargo, estudiar la violencia de este modo significa fijarse solamente en la superficie del problema y no en los procesos internos que nos revelarían su naturaleza. Aunque inicialmente se puede definir la violencia como un acto en el que un sujeto agrede a otro con el fin de ejercer algún tipo de dominio sobre éste, creemos que los dispositivos internos de la agresión son muy sutiles y, muchas veces, contradictorios, y que es posible acercarse a la situación por otros caminos. En su libro On Violence, Hannah Arendt expone que la violencia como un acto único y aislado no es irracional, ya que nadie diría que cuando se agrede a alguien en defensa propia se estaría comportando fuera del ámbito de lo lógico (61). Apunta que la agresión se convierte en irracional cuando se racionaliza (66), y describe como ilógicas aquellas prácticas que utilizan la violencia para alcanzar metas más allá de la finalidad primaria de lograr algo a corto plazo. Añade:
Violence, being instrumental by nature, is rational to the extent that it is effective in reaching the end that must justify it. And since when we act us never know with certainty the eventual consequences of what we are doing, violence can remain rational only if it pursues short-term goals. Violence does not promote causes, neither history nor revolution, neither progress nor reaction... (79).
Si percibimos la violencia desde este punto de vista descubrimos que son los poseedores del poder quienes crean una definición de ésta según sus intenciones. Cuando la violencia se hace discurso se invierte su verdadera lógica. La racionalidad restrictiva de la violencia cuando se concibe como un acto aislado, se pierde, al dar paso a la supuesta lógica de concebirla dentro de un programa histórico o social. De este modo, se comienza a creer erróneamente que la agresión es irracional si está fuera de un discurso justificatorio que la conecte a un programa con metas a largo plazo. Socialmente, lo que hace que la violencia se entienda como un acto ilógico y maligno es su no adaptación a las prácticas de control del estado, ya sea por medio de los discursos que se originan, por ejemplo, en la religión, en el sistema judicial, y para los fines de nuestro análisis, en el patriarcado. Expone Arendt que una vez que la violencia se torna una práctica del estado, ya sea por los sistemas discursivos antes mencionados, no es nada más que una manifestación indiscutible del poder (35). La agresión aparece cuando el control social está en peligro de desaparecer, y se utiliza para concentrar las fuerzas dispersas o en pugna en un sólo punto. Pero se debe tener mucho cuidado con el empleo de la misma, porque permitir que siga su propio curso hace que el poder se anule (56). Esto comprueba que la violencia es un instrumento y no una finalidad. Como todo medio necesita que la guíen y la justifiquen. Por su parte, el poder no requiere de justificación sino de legitimidad. Es decir que la violencia sirve como un medio para instaurar el poder, a la vez que éste utiliza otros vehículos para darle validez. En última instancia, la justificación de la violencia se efectúa en términos de la presentación de los sujetos según su propósito y de su participación en los procesos de la creación de las leyes escritas y no escritas que coartan la libertad de acción de los individuos en la sociedad.
En el cuento “Dos vueltas de llave y un arcángel” la presentación de la violencia hacia la víctima está expuesta desde una postura ética-social. La mujer que recibe la agresión por parte de varios hombres, representa cómo: la familia basada en el patriarcado y la carencia de estructuras gubernamentales y sociales que deberían protegerla, llevan a una joven a ser víctima de la trata de esclavas. La historia comienza en media res y, poco a poco, nos damos cuenta que a una mujer se le ha lacerado la espalda con una navaja y luego se le ha vertido yodo para que el dolor en las heridas sea más marcado y penetrante. Hasta este punto de la historia no sabemos quién es su agresor y porqué se ejerció este acto de violencia contra la víctima. Sólo nos percatamos del dolor intenso que experimenta la mujer en su espalda, lo único en que se puede concentrar en esos momentos.
Pero, luego gracias a que a través de toda la historia, existe un narrador omnisciente que va exponiendo algunos de los sucesos por medio del fluir de conciencia de la protagonista, en un ir y venir del pasado al presente, podemos reconstruir la historia en un orden lineal. Debemos mencionar que el mecanismo narrativo que selecciona Marqués es muy acertado, porque en la mayoría de las ocasiones es a través de los ojos de la víctima que percibimos la agresión y el dolor que ésta siente. De este modo, se crea la empatía necesaria que hará que el lector se ponga en el lugar de la joven. Al reconstruir la historia una vez terminada la lectura podemos entender el porqué del castigo ejemplar que ha recibido la víctima por parte de su agresor. Lo que lleva a que el hombre mutile a la joven es el hecho de que ella trata de escapar. Justo en el momento que la ella se disponía a tomar una guagua que la llevaría a su pueblo de origen, su proxeneta la intercepta y la lleva de vuelta a la habitación que se ha convertido en su presión perpetua en la que sufrirá todo tipo de explotación sexual. La historia contiene la lógica necesaria para que, en este caso particular, estemos en contra de la violencia hacia la mujer. Por tal razón, percibimos y analizamos los discursos justificatorios del patriarcado que la han llevado al lugar donde se encuentra, tanto física como mentalmente la víctima y cuáles son los mecanismos psicológicos que ésta internaliza para aceptar su realidad presente.
La trama trata de una joven pobre e inexperta del pueblo de Aibonito que sede a los avances de un hombre casado que le ha regalado un collar de perlas falsas. La joven se enamora de él y, por consiguiente, acepta sus caricias mientras ambos están recostados en el suelo. No obstante, el hombre aprovechando que está sobre ella y puede imponer su fuerza, la viola, arrebatándole su virginidad. Interesantemente el dolor en la espalda que siente la víctima al principio de la historia se convierte en una especie de leitmotive que también apunta al maltrato y la subyugación de la joven en la primera vez que es violada, De este modo, se conectan todos los acontecimientos violentos en contra de ella, exponiendo el incidente que catapulta la serie de eventos que la llevarán a la capital para que sea vendida como prostituta. El pasaje lee como sigue:
Estaba bien sobre la yerba húmeda, sofocándose de risa, cara a lo alto del ramaje; la tierra bajo la yerba poniendo un alivio al frescor en su espalda. Ay que me ahogo. De risa, claro, bajo el cuerpo pesado. Está bien ya, Y en su cara aquel raspar de la barba hirsuta, Corta como hoja de caña. Y en su espalda ahora, bajo la presión del peso adicional, los pinchazos de los cadillos, Ay, me pinchan. Los pelos de la barba y, los cadillos. Como un diablo que hinca, (…) No está bien. Eso no está bien. Nunca está bien el diablo aunque su mano ardiente haga estremecer de curiosidad, aunque su mano ascendente haga querer saber la verdad del misterio. Le aguantaré la mano antes que llegue. Yo tengo más fuerza. Pero la fuerza no aparecía y la mano del diablo no era ya la mano. Ay mamá mía. Esto es pecado (…) Y era dolor, dolor de verdad, aquí, aquí abajo hondo y desgarrante, lleno de lágrimas y de gritos que se aplastaban en sollozos porque había unos labios en su boca, y la voz estallaba dentro de su pecho sorda sin salida y el pecho, y el pecho hacia así, así como si fuera a reventar de gritos, hasta que estalló la sangre pero no en el pecho, y la tibieza empezó a manar provocando escozor, ardor, dolor también, pero no hondo, porque ahora todo el cuerpo era dolor: los músculos, las vísceras, los huesos, que se quedaban quietos (61).
De manera muy acertada, Marqués, no sólo enlaza los acontecimientos que comienzan con el cuento, sino que el narrador omnisciente va exponiendo gráficamente lo que la víctima va pensando y el dolor que ésta va sintiendo cuando un primer agresor en la historia la viola, hace que tomemos una postura en contra de la agresión. Es de suma importancia para que en este caso la violencia contra la mujer no sea justificada, que se escuche algo, aunque sea lo mínimo, de la voz de está. Uno de los problemas que se enfrenta cuando se escribe sobre la violencia es que la mayoría de las veces la voz que predomina es la del agresor, puesto que el dolor que experimenta la víctima es sofocado por el llanto y, por consiguiente, sólo se percibe la destrucción de la palabra. Apunta Elain Scarry en su libro The Body in Pain que:
Whatever pain achieves, it achieves in part through its unsherability, and it ensures this unsherability through its resistance to language... Physical pain does not simply resist language, but actively destroys it, bringing about an immediate reversion to a state anterior to language, to the sounds and cries a human being makes before language is learned (4).
Es así que podemos concluir que el dolor se proyecta en el llanto, porque el sufrimiento no tiene un referente claro y, por consiguiente, no se puede objetivar en el lenguaje. Para que el tormento corporal pueda ser comunicado tiene que crearse discursivamente el agente que inflige el daño. Entonces, describir la violencia se presenta como un proyecto político, porque el lenguaje agencial (exponer quién o qué causa el mal) es la unión del dolor con el poder (18). Quien agrede lo hace con un propósito y puede justificarlo por medio de la palabra. Manifestar el sufrimiento conlleva crear discursivamente el origen del dolor, lo que produce un entramado comunicativo que tiene como objeto salvar o destruir al sujeto dentro de las acciones políticas de un estado que se rige a partir de la desigualdad, como acontece en el sistema patriarcal. Pero exponer el agente que causa el mal no significa que se crea primordial escuchar las quejas de la víctima. Por el contrario, el lenguaje agencial, en la mayoría de los casos, oscurece más la naturaleza del dolor. El agresor puede narrar la violencia sobre su víctima de manera gráfica al describir los objetos que se usan para castigar al agredido, pero del mismo modo puede excluir la reacción de la víctima al conectar el origen del dolor a nociones basadas en la ley y la ética del momento.
Es interesante que después de la violación de la joven, ésta va perdiendo su voz y son los discursos justificatorios de la violencia que van acaparando lo que piensa la víctima de su situación. Una vez que es violada, la joven regresa a su casa. Su padre al verla sabe que ha sido deshonrada y, en vez de escucharla y socorrerla, la echa de la casa. Su madre sólo se limita a preguntarle: “¿Por qué no le rezaste a San Gabriel Arcángel?” (62). Es, entonces, que la joven víctima se refugia en el discurso religioso para poder sobre llevar su desventura. La joven vuelve a invocar al Arcángel San Gabriel cuando a los días de estar en la calle una mujer mayor la engaña para venderla a un chulo. Pero más importante aún, es que al saber que al hombre que es entregada en San Juan, se llama Miguel inmediatamente lo relaciona con San Miguel Arcángel. Por consiguiente, se enamora de él creyendo que es su protector y se entrega sexualmente sin poner ninguna objeción. Es evidente que la joven traumatizada utiliza el discurso religioso para justificar ella misma su condición. La víctima ama a su captor para poder crear una imagen propia que sea reivindicadora de ella misma; el amor lo salva todo y destruye todo mal que el victimario le ha causado. No obstante, tratar de dar validez a la violencia contra el otro a través del discurso religioso no será del todo estabilizador. A medida que su proxeneta le va trayendo hombres al cuarto donde la mantiene encerrada, la imagen del protector irá desapareciendo y, por tal razón, es que la joven decide escapar. Pero ante el castigo físico que recibe por querer definirse a través de otro medio, el coraje de encontrar su libertad, vuelve y cae en la misma encerrona que la justificación de la violencia la ha llevado, pero esta vez la locura se apodera de su mente y toda conciencia de sí misma se pierde. Una vez vuelve su captor al cuarto, luego que la ha castigado, la joven lo ve como un verdadero ángel que la protege con sus alas.
A pesar de que, en el cuento antes discutido, Marqués logra trabajar el entramado de la violencia a partir de señalar claramente al victimario, la víctima y los discursos que imperan para establecer esta relación, en el segundo cuento que vamos analizar, “En la popa hay un cuerpo reclinado”, este entramado discursivo es mucho más complicado y a nuestro entender no parece encontrar una salida airosa con respecto a si la mujer asesinada por parte de su esposo es merecedora de este fin o no. Nuevamente el escritor selecciona a un narrador omnisciente que entra en el fluir de conciencia del personaje principal, el hombre que ha cometido el homicidio. Pero esta vez, al sólo escuchar y ver las acciones del agresor, la justificación de la violencia en contra de la mujer está minada de una serie de microviolencias. Nos referimos a los discursos sociales tan imbuidos en la psiquis de los sujetos que pasan desapercibidos como justificaciones subliminales de la violencia hacia la mujer. En este caso particular, obviamente, se utilizan para validar el feminicidio.
De igual manera, el cuento comienza a media res y lo que captamos es la descripción de cómo un hombre va manejando un bote en alta mar, mientras describe el cuerpo semidesnudo de una mujer que está reclinada en la popa del barco. Una lectura superficial de la historia llevaría a pensar que el hombre disfruta de la belleza de los pechos expuestos de su esposa y que, de igual manera, ésta está complacida de enseñárselos. No obstante, a medida que avanza la narración nos damos cuenta que el hombre lleva el cuerpo sin vida de su compañera y su apreciación de la desnudez de ella es una vuelta a la violencia en contra de la misma, puesto que se expresa una rara necrofilia erótica a partir de los ojos del victimario.
No obstante, está no es la única violencia cometida contra la víctima una vez muerta. Los microdiscursos a favor de la justificación del feminicidio son más perturbadores que el hecho de que observar el cadáver de una mujer. A través de toda la narración, el cónyuge justifica la acción que ha cometido. Primero piensa en su madre y lo castrante que fue ésta al no permitirle casarse con una mujer negra y pobre y, más importante aún, por no apoyarlo en su deseo de convertirse en escritor. Es evidente la misoginia que expresa el protagonista y cómo este ideario se utiliza para culpar a la madre del comportamiento violento del hijo. Y si bien, podríamos decir que existe una masculinización de la madre, imponiendo al hijo un estilo de vida particular, puesto que en ningún momento se hace referencia a la figura paterna, es pertinente atribuir a la progenitora la violencia, porque ella es la que instaura y da vigencia al sistema patriarcal. No obstante, no debemos dejarnos engañar por este subterfugio, puesto que el patriarcado es establecido por los hombres y, si bien, muchas mujeres sucumben ante sus postulados, en esta historia la única voz que escuchamos es la del victimario que en un principio se camuflajea detrás de la figura de la madre, y luego justifica su delito por la actitud egoísta de su esposa.
Acusa a su compañera de ser una niña blanca y mimada de alta sociedad que le exige constantemente bienes materiales que él, como un “pobre” maestro no le pude ofrecer. Hasta llega a resaltar que el único hijo que tiene la pareja muere, puesto que su esposa no lo quiso cuidar y el padre, cansado de estar desvelado por cuidar del niño, al quedarse dormido deja que el retoño muera asfixiado. Es muy revelador que sea un hijo varón el que sea fruto de esta familia. Al morir el hombre que continuaría con la instauración del patriarcado, la esposa es la culpable de que no haya una nueva generación que mantenga el status quo. Es decir que toda la estabilidad social, en este caso, la instauración de la familia como la base de la sociedad, es minada por la actitud de las mujeres y no por la responsabilidad del hombre ante sus acciones. Y si bien las féminas en el cuento carecen de empatía hacia los deseos genuinos del hombre, no es razón para que se valide el feminicidio. Se cierra la narración cuando el hombre decide suicidarse castrándose ante el cuerpo desnudo de su esposa. Se describe la escena de esta manera: “(…) con la mano izquierda agarró el conjunto del tejido esponjoso y lo separó lo más que pudo de su cuerpo. Levantó el cuchillo al sol y de un tajo tremendo, de espanto, cortó a ras de los vellos negros. El alarido, junto al despojo sangrante, fue a estrellarse contra el cuerpo inmóvil que permanecía apoyado suave, casi graciosamente, sobre la popa del bote”. Más allá del morbo que expresa esta descripción final, notamos que hasta en la muerte misma el esposo, convertido en mártir, deshonra el cadáver a su cónyuge. Es como una especie de coito macabro, puesto que el hombre penetra nuevamente el cuerpo lacerado e inerte de la mujer con su pene sangriento. La simbología que representa este acto hace palpable la ideología que la mujer es la que castra al hombre y le priva de su vida, y, por lo tanto, de su verdadera identidad.
Si bien no podemos decir que René Marqués es un misógino por presentar el asesinato de una mujer de este modo y justificar el suicidio del hombre, puesto que lo que analizamos son los textos y no a sus creadores, no sería arriesgado decir que en este cuento, a diferencia del otro, al no existir la voz de la mujer se le da primacía al patriarcado y todo lo que significa, lo que identifica al hombre en una sociedad sumamente machista. Lo positivo que podríamos sacar del cuento es que ambos, el hombre y la mujer, son víctimas del sistema patriarcal, puesto que se les imponen unos comportamientos y actitudes a ambos sujetos que están muy lejanos de ser liberadores.
En conclusión, vemos cómo en los dos cuentos analizados se presentan las dos caras de la misma moneda. Por un lado, sentimos la empatía ante la violencia machista llevada a cabo contra la mujer, puesto que a ésta se le priva de su libertad y, por lo tanto, de su identidad y, por el otro, no sólo somos testigos de un feminicidio, sino que también percibimos las microviolencias que justifican la muerte de una mujer. Esta diferencia se basa al fin al cabo en la manera que se presenta la agresión y a quién se le da voz en el texto que busca representar la violencia machista. Por lo tanto, es nuestro deber como lectores internalizar los mecanismos sutiles de la violencia en una sociedad no igualitaria con respeto a los roles de género para dar voz a quien se le ha restringido el uso de la palabra, y, por lo tanto, de su existencia, para de este modo, asumir una postura ética-social en relación a las víctimas del patriarcado.
Bibliografía
Arendt, Hannah. On Violence. New York, Harcourt: Brave and World, 1970.
Marqués, René. “Dos vueltas de una llave y un arcángel”. vdocument.side/dosvueltas-arcangel-rene-marques.html _____. “En la popa hay un cuerpo reclinado”. Ciudadseva.com/texto/enpopa-hay-un-cuerpo-reclinado/
Scarry, Elain. The Body in Pain. New York, Oxford University Press, 1985.