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A tiempo de tango
A tiempo de tango: Radiografía de una tanda y El abrazo milonguero
Ada M. Vilar
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Radiografía de una tanda
Se escuchan los primeros acordes. Un contrabajo lejano eleva su lánguida voz con sonoridades sobrias y lamentos quejumbrosos, acompañado de un tímido violín que tararea una tonadilla rasposa. Con timbre decidido y aire de diva, una atrevida guitarra impone su canto triunfal. Pero el piano soberano no se deja intimidar: la desplaza de un plumazo, y asume el rol central de director de orquesta, marcando el ritmo y dando el compás. En eso, irrumpe el llanto adolorido del verdadero protagonista del conjunto, el melancólico bandoneón que se alarga y se encoge, y se vuelve a alargar… Una voz melodiosa e intensa le acompaña. “Sus ojos se cerraron… Y el mundo sigue andando…”.
Ya todo ha comenzado. Miradas se cruzan. Cabezas se inclinan. “La invitación al viaje”, como nos ha dicho Baudelaire. Cuerpos se acercan. Brazos se rozan y se funden en el consabido abrazo que se puede extender pero nunca romper. El dos se convierte en uno: un solo aliento, una sola respiración, un lenguaje común de sensaciones compartidas. El oído, a flor de piel, se abre a la melodía. 2 x 2, 2 x 4, 4 x 4. Mientras la voz evoca labios que ya no ríen y silencios crueles que laceran el corazón, el torso, cual capitán de buque, cierne una mirada directa hacia el horizonte y se lanza. Su intención es clara. Su movimiento es firme y decidido. Dirige, guía y circunnavega el globo de sus mares, en sentido contrario a las agujas del reloj, siempre atento al sentir de la embarcación. La marca se da y se recibe. Se entabla un diálogo sostenido, sin palabras. Ojos se cierran. Voluntades se acoplan. Piernas se enganchan, se estiran, se elevan, se cruzan, solo para volver a retomar su caminata cadenciosa. Por momentos, se dibuja una figura o se propone un adorno. Ganchos, boleos, barridas, sacadas, giros, cruces, ochos. ¡Alegría de las bailarinas! El movimiento llega a su momento de intensidad máxima: giros y más giros, pausas expresivas, caminatas alargadas, entendimiento total de los cuerpos. La voz del cantante anuncia el paso final. “Todo es mentira, mentira es el lamento. ¡Hoy está solo mi corazón!”.
Silencio. Pausa. Se escuchan nuevos acordes. El ritual se repite tres, cuatro veces. Arrabal Amargo, Silencio, Soledad… La tanda tiene nombre, y se llama Carlos Gardel.
Y así todo llega a su fin. Los minutos están contados. El cronómetro marca doce, catorce, o diez y seis. Cae el telón. Pausa. Silencio. La cortina se agita en compases de otros aires musicales. Por breves instantes, algunos cuerpos permanecen abrazados, suspendidos en el tiempo. Otros se separan de inmediato. Se dan y se reciben besos y abrazos. Algunas manos se entrelazan suavemente. Sonrisas se intercambian. La despedida es cálida pero firme. No hay marcha atrás. Se retoman los asientos. Aún los que permanecen de pie marcan un compás de espera.
Se escuchan los primeros acordes. Miradas se cruzan. Y todo vuelve a comenzar… Pero, esta vez, ¿a quién le toca? ¿Será Pugliese? ¿Será D’Arienzo? La respuesta no se hace esperar.
El abrazo milonguero
[En el estilo de los caracteres de Jean de La Bruyère, moralista francés del siglo XVII, maestro del retrato social de tipos y conductas en forma de aforismos y descripciones/ narraciones breves.]
Compás floreado de tango
que al apretarme en tus brazos,
me está encendiendo en los labios
una palabra de amor.
[…]
El tiempo pasa de largo
cuando te abrazo en un tango.
Y estoy muriendo de antojos
por besarte en esos ojos
que al mirar me están quemando.
[Amor y tango, 1945. Música: José Basso;
Letra: Carlos Bahr; Intérpretes: Anibal Troilo/Floreal Ruiz]
El abrazo milonguero se escenifica como expresión cifrada –en el tango, todo gesto, todo movimiento obedece a códigos establecidos– de una intimidad pública, como enlace ceremonial y ceremonioso de cuerpos, fruto de acuerdos tácitos regidos por roles protocolarios estrictos: el bailarín lleva y la bailarina se deja llevar. Lo que no está fijado de antemano es el grado de aceptación o de rechazo de los imperativos categóricos que la danza exige. En cada caso, la intensidad del diálogo, la distribución de fuerzas, los encuentros o desencuentros, las relaciones de poder están por verse: ¿dominio absoluto, narcisismo feroz, generosidad, delicadeza, entrega total, resistencia, rebeldía, provocación? Cada cual escoge y, al hacerlo, se revela…
Abrazo I: Federico o el abrazo del depredador
Federico se vanagloria de su amplio bigote recién acicalado y se pavonea ensimismado en su propia hombría y poderío. Su primera mirada es pura introspección narcisista. Ahora mira a la pareja como el depredador mira a una presa segura. “Mientras el brazo, como una serpiente, se enrosca en el talle que se va a quebrar” (Así Se Baila El Tango, de Adriana Varela), el bailarín se inclina sobre el cuerpo inerte, doblegado, sometido, de la mujer. La música marca el compás de un encuentro desigual. El baile se torna en duelo de vencedores y vencidos. La estampa del abrazo final fija el silencio de un diálogo quebrado, tronchado de raíz.
Abrazo II: Ángela o el abrazo de la hiedra trepadora
Ángela baila con un parejo porque no le queda más remedio, porque el baile lo requiere. En realidad, para ella el parejo es solo un sostén al que se arrima para desplegar su arte. Ángela se yergue de manera altiva y se enlaza al cuello de su parejo. Como la hiedra trepadora, la bailarina se arropa al parejo hasta casi hacerlo desaparecer. Su abrazo, posesivo y acaparador, se impone. Su cuerpo se funde con firmeza al torso del bailarín. En su fuero interno, Ángela tararea una canción: “Tú conoces el secreto de los tangos y es por eso que los bailas como nadie.” (Bailarina de tango, de Horacio Sanguinetti).
Abrazo III: Esteban o el abrazo de la complicidad plena
A Esteban le encanta el tango: la música, los pasos, las bailarinas, el ambiente… Lo comunica y lo comparte. Cuando baila, es claro que lo hace con su pareja. “Somos dos en abrazo profundo, armamos un nido, destino y sentido de nuestro vivir” (El abrazo, de Haidé Daiban). Su abrazo es cálido y respetuoso, firme y suave a la vez. La bailarina siente que Esteban está siempre atento a la comodidad, a los deseos, a los reclamos de su pareja. La lleva sin titubeos pero también está alerta a toda señal que ella pueda darle. Su abrazo crea un espacio compartido de complicidades juguetonas y reciprocidades sostenidas.