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Kamikazes: La plástica De Francisco Vílchez

Kamikazes: La plástica de Francisco Vílchez

María Ostolaza

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[crítica-artes plásticas-música]

Tránsito por carretera de furia habitada por un bioma. Un ecosistema hecho hombre. Me refiero al artista plástico Francisco Vilchez, nacido en Cajamarca, Perú.

Llegó a Puerto Rico en el 2006, mediante invitación de Don Ricardo Alegría, para exponer en el Museo de Las Américas, la muestra individual titulada “Ni chicha, ni limonada”. Título vigente, cual invitación de repensar nuestra actualidad económica, social, política y cultural.

Establecida esta verdad, existen otras realidades paralelas a nuestra evolución artística constante. Desde tiempos de las cavernas somos la suma y resta de nuestros intelectos y creatividad. Fluir de procesos cual extensión de ecosistemas. Nos retroalimentamos de nuestros fracasos y aciertos. Evolucionamos al ejecutar.

Matador

de Francisco Vílchez

De igual manera, las artes son ecosistemas cambiantes. La producción artística evidencia tangiblemente las luchas y relaciones afines con nuestro entorno y psique. Ciertamente una búsqueda de tesoros en imaginario contemporáneo de nuestra Hispanoamérica retroalimenta la creatividad.

La simbología colectiva e individual forma parte vital del inconsciente de los procesos creativos. Nos sobrevuela, reta nuestro imaginario.

André Breton escribió en su poema –El águila sexual exulta una vez más…– su ala ascendente agita imperceptiblemente los mangos de la menta picante.

Asimismo, las piezas surrealistas de Francisco Vilchez son ejemplo de una visión humanamente cosmopolita. Aniquila y amenaza cromáticamente al espectador. Su trazo permanece sobre lo efímero del vuelo visual decodificado.

En la obra Matador, se puede apreciar tal enfrentamiento con el espectador. La imagen del agila torrero se posesiona sobre la poesía de la memoria sensorial y cromática. Es intento de conquista visual en ausencia de lo efímero. Versa una Latinoamérica en ruedo político. Una América, sin vencedores cual capote de conquistadores. Establece otras coordenadas para el espectador. La presencia del águila torero es intimidación, rechazo u aceptación. Va sobre la presa sin mostrar armas.

De igual manera, podemos ser parte de la tripulación en la pieza El vuelo, aves sobrevolando en dirigible, cual isla flotante y bitácora de un Caribe verdecido. Nos recuerda nuestras similitudes con el reino animal e intentos reunificadores de recursos de una Latinoamérica vigilante de cualquier amenaza.

Todos estamos en el mismo barco

Somos una América cromáticamente articulada como versos pictóricos. Pájaros suicidas, cual pieza Kamikaze. En picada, igual a la película The Bird de Alfred Hitchcock, incita a reconstruir la caverna contemporánea del Caribe y experiencia latinoamericana en intento de conquista constante y evolución.

Kamikaze

de Francisco Vílchez

Mirar estas piezas es aventarse en fiesta sobre ruedas en la ruta del placer y amenazas ecológicas, económicas y políticas. Subimos y bajamos del auto de la furia mientras otros simplemente disfrutan del placer del viaje o golosinas. Somos semejante a la obra La cuidad de la furia, rugir acelerado y vigilante cual lechuza, ave nocturna y rapaz, de nuestra biodiversidad. Rodamos por carretera de luchas de inclusión y proteccionismos lúdicos. Bajamos y subimos del auto del análisis de la sexualidad humana, tecnología y psique. Buscamos la libertad de una carretera desierta bordeada por mar. Una alusión directa a la canción del grupo Soda Stereo:

Como ave de presa

me verás

caer sobre terrazas desiertas

te desnudaré

Así, cual díptico Condes de Urbino, reinterpretación de la obra Triunfo de castidad de Piero della Francesca, regresamos al oscurantismo renacentista para enfrentar la continuidad post mortem de la lógica del placer moderno. Ambas piezas encaran aparente inercia. Identidades silenciadas por el, también, aparente confrontamiento de géneros.

Es inevitable, al mirar la pieza Pachamanka Evolution, reinterpretación de La última cena de Miguel Ángel, cuestionar antropomórficamente la procedencia de carencias y debilidades humanas cual orígenes evolutivos. Invita a cuestionamientos. –Primero, ¿fue el huevo o la gallina? Estas imágenes nos trastocan. Un Jesús antropomórfico nos recuerdan somos con los otros, somos el alimento compartido y las implicaciones. Ego, poder y posibilidad en conjunción. Sentados en la misma mesa, criaturas ornitológicas en amenaza constante de tecnología y placer, comparten festín, cual empoderamiento visual y religioso. Evidenciando luchas internas y externas.

Según Santo Tomás, el hombre puede alcanzar la gracia divina mediante la revelación o por conjetura de signos dados ordinariamente para lograr el conocimiento de Dios.

Por definición, el estado de gracia es un don gratuito e inmerecido dado a los hombres con la finalidad de llamar las almas. Pero, ¿qué tienen en común las artes plásticas y la poesía con acercamientos evolutivos, políticos o eróticos como búsqueda del hombre por obtener la gracia divina? Poesía. La respuesta es: mucho.

El estado de gracia es turbulencia y montaña rusa. Ejecución y fuerza constante – maximizado con el despliegue critico de las imágenes cual versos o trazo –articulado. No es un azar. Redime al espectador al consolarle con intento esperanzador de entendimiento creativo. Evolutivo.

Wilfredo Lam compara la búsqueda artística como –correr detrás de algo por encontrar. De igual manera, una noche de galería, entrelazamos nuestros pasos. Literatura y pintura fuimos al asecho del placer, para permanecer en búsqueda continua de espacios convergentes a nuestra experiencia cultural y creativa –latinoamericana. Desde entonces, nos vamos estableciendo cual lenguaje secreto de pájaros al asecho del placer evolutivo de nuestro lenguaje artístico individual y sus técnicas. Cual Kamikazes habitados por biomas, transitamos versando imágenes en intento de conocer el lenguaje secreto de los pájaros... la poiesis.

La ciudad de la furia

de Francisco Vílchez

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