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“Mi viaje al sur” de Hostos: 150 años después

"Mi viaje al sur" de Hostos: 150 años después

Marcos Reyes Dávila

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[historia-política-literatura]

La Patagonia es un amante difícil. Te embruja. ¡Es una hechicera! Te rodea con sus brazos y no te deja ir.

–B. Chatwin, "In Patagonia"

A despecho de algunas reservas relacionadas con el mareo y el frío intenso, nos embarcamos en una travesía en crucero de Buenos Aires a San Antonio, Chile, a través de la intrincada hermosura de los fiordos del “fin del mundo”, que me obligó a recordar insistentemente ese famoso “viaje al sur” de Eugenio María de Hostos que realizó a plazos gratos a principios de los años setenta –siglo XIX. Este trabajo evoca las peripecias de un viaje que, aunque Hostos lo emprendió movido por su compromiso imperativo con la lucha por la libertad de las Antillas, entonces en progreso en Cuba, no marginó aspecto alguno de esa personalidad suya absorbida por el incontenible afán de estudiar y comprenderlo todo, embuida también de una sensibilidad ética y estética que afloraba a cada paso ante el espectáculo de la belleza. En aquella época se viajaba en barcos de vapor. Hostos emprendió el suyo desde Nueva York desilusionado con el liderato cubanopuertorriqueño que disolvía sus energías en insolubles polémicas “revolucionarias” que giraban en torno al afán de buscar a la vez la independencia y la posterior anexión a los Estados Unidos. Así lo explica en el trabajo que introduce el volumen sexto (“Mi viaje al sur”) de sus Obras completas, titulado “En camino”.

La Patagonia es una amante difícil. Te embruja. ¡Es una hechicera! Te rodea con sus brazos y no te deja ir. B. Chatwin, “In Patagonia” Mientras se desarrollaba en Cuba la guerra por la independencia que inició Céspedes y morían cada día cubanos y otros antillanos, Hostos consideró que era más útil –y posible– promover la causa de libertad de las Antillas en los países de la América que llamaba colombiana, pues sobrevivían en ellos algunos de los protagonistas que generaron al mando de Bolívar, de San Martín y otras personalidades dignas de imperecedera gratitud, en posición política de primera línea, o gozando de un prestigio impune en sus países. Creyó que aun reinaba en sus corazones el ideario emancipador y el recuerdo imponderable de Simón Bolívar. En su trayecto pasó, fundamentalmente, por Colombia –y Panamá–, Perú, Chile y Argentina, con otras paradas de menor importancia para nuestra historia. Logró impactar con su prédica a muchos, incluso, a algún presidente. Intentó revivir el suelo bolivariano de una América unida a través de convocatorias del más alto nivel y proponiendo la creación de instrumentos mutuamente útiles entre los países que pudieran relacionarlos, acercarlos y hacerlos participar de proyectos colaborativos. Su viaje no cayó en el abismo oscuro del olvido y los empeños fracasados, si bien no obtuvo todo lo deseado. Tuvo impacto observable en muchos de esos países y aun en otros como la República Dominicana, Cuba, España y, seguramente, tanto en la ruta preconcebida del dominio norteamericano en Puerto Rico, como en la visión puertorriqueña de nuestra propia precariedad. El Hostos que emerge de esta travesía por el sur fue un Hostos transformado por ella, el que podríamos considerar definitivo, el paladín de una libertad concebida más allá de la independencia y el principal gestor de algunas de sus instrumentalidades. El viaje al sur maduró sin duda su personalidad y su figura, y en su calor germinó su idea de América y el destino insoslayable de las Antillas.

En la noche del 28 de abril de 1875, víspera de un viaje a Cuba destinado a tomar las armas por la independencia de Cuba y Puerto Rico, Hostos hace una lista de sus manuscritos inéditos en la que incluye sus “notas de viaje”. “Escritas en el mar, en París, en Colombia, en el Perú, en Chile. Están esparcidas en carteras de viaje”. (O. C., II: 208-209.)

En cuanto a Hostos, la alusión frecuente al “viaje al sur” alude de manera subyacente al tomo sexto de la edición de sus Obras completas publicadas a propósito del centenario de su natalicio. Uno de sus volúmenes se presenta ante los ojos del porvenir con ese título acertado –“Mi viaje al sur”– aunque no se trata de una obra concebida por Hostos en esos términos. En realidad el tomo es una recopilación de trabajos distintos redactados durante su travesía, o poco después, a propósito de diferentes motivos, sin embargo, convergentes. Hostos probablemente ordenó y reescribió sus notas de viaje después de su regreso a Nueva York en, o alrededor de 1875. Algunos de los trabajos incluidos en él caen como anillo al dedo a la concepción que los editorializó, pues su intención era, en efecto, la de observar, describir y estudiar desde la topografía y geología de los países que visita, hasta los paisajes que vislumbra y lo deslumbran, e incluso la antropología y sociología de comunidades y sociedades. Hostos realiza este trabajo, sin duda asociable también a su pertinaz dedicación a los diarios, y como un informe de tarea y de progreso ya fuera para sí mismo o para los correligionarios de la lucha por la independencia.

La curiosidad de Hostos era incansable, vasta, de mirada múltiple. También comprometida. De modo que el viaje de Hostos no se limitó a la propaganda, sino además, y en medida en ningún sentido secundaria, al estudio de los países que visitó. La ansiedad de porvenir y adelantar utopías que caracterizó a este Hostos maduro, se translucen en sus juicios históricos y en el análisis de las posibilidades que esas tierras podrían proveer para el futuro de los países de la América nuestra, y aun del porvenir del mundo entero. Tratándose de él, no podía ser de otra manera.

El citado volumen sexto de sus Obras completas –de 1939– estaba destinado a desaparecer en el plan maestro de las nuevas obras completas desarrolladas por el Instituto de Estudios Hostosianos creado en el 1989. Los trabajos contenidos en él irían a parar, segregados y en su mayor parte, al Volumen V –“América”– del proyecto, en tomos particulares dedicados a los trabajos sobre “Chile”, “Argentina y Brasil y otros países”.

A pesar de confesar la “terrible agonía que el navegar es para mi cuerpo”, varios de los textos de Hostos recogidos en “Mi viaje al sur” incluyen pinceladas de tal arrobamiento que cabe solo expresar en términos de franca belleza. Los editores dividieron el contenido como si constituyeran notas de un solo viaje lo que en realidad son memorias de una mente inquisitiva y arrobada: “En camino”; “Colombia”; “Panamá”; “Hacia el Sur”; “El Perú”; “Chile”; “Argentina”; y “Brasil”. Cada una de estas posadas o estaciones está compuesta a su vez, a partir de la del Perú, de trabajos varios. Los que de momento nos interesa destacar son los contenidos en la parte sobre “Chile”. Allí se concentran los del paso del Océano Pacífico al Atlántico por el Estrecho de Magallanes: lo que estamos considerando para efectos de este trabajo como paradigma de su viaje al sur.

El título del tomo patenta un tratamiento ajeno a Hostos. En él sería harto improbable esa forma posesiva del adjetivo “mi”. El tomo titulado “Madre patria” adolece de lo mismo aunque en este la expresión usada para nombrar a Puerto Rico la use en efecto Hostos. Aunque algunos lectores de Hostos resientan en él la manifestación de una grandiosidad que a juicio de ellos no tiene, lo cierto es que, con excepción de su “Diario”, los textos de Hostos son expresión de una abnegación repartida a manos llenas. Un olvido de sí, como no sea para resaltar la pureza de sus propósitos y defensas. Quizás los editores hayan querido significar, con ese modo del cariño que Hostos muestra,una identificación con la Patria Grande bolivariana de tal magnitud que transforma su propio ser, como hemos dicho. “Hablaros de las Antillas es hablaros de mí mismo”, ha dicho en otra ocasión. Otra vez, expresó su deseo de ser, por ejemplo, el más colombiano de los patriotas colombianos, y así, sucesivamente con las otras patrias hispanoamericanas. Del mismo modo se identificó con luchadores mártires de la independencia como Cuauhtémoc, Bayoán o Atahualpa. Hay, pues, en el título elegido por los editores una sugestiva manera de señalar que no es tanto el viaje por el sur, sino el viaje de Hostos. El viaje que cuaja al Hostos perenne.

Hostos recorrió a caballo y en tren, entre 1870 y 1874, muchas zonas del Perú –del Callao a Lima y hacia la sierra andina–, de Chile –hacia el sur araucano y la sierra–, de Argentina, hasta Mendoza, Córdoba, la Pampa y Rosario. En Perú observó y estudió los tipos humanos, las instituciones políticas, las socio-culturales y las políticoeconómicas. No le faltó desarrollar proyectos y promover iniciativas de alcance nacional, primero, luego continentales, es decir, universales. En Chile, como bien se sabe, desarrolló sus tesis sobre la educación de la mujer y, a través de la Exposición Nacional de logros económicos y sociales de Chile, analizó y valoró las instituciones, proyectos, ambiciones y logros del país. En Argentina propuso iniciativas culturales, económicas y sociológicas, incluido su famoso tren trasandino, la navegación de los ríos del centro-norte y la creación de una especie de Mercosur. No le faltó tampoco, como se ve, desarrollar proyectos y promover iniciativas de alcance continental. El presente trabajo se concentra en aquella parte del volumen que se refiere a su salida de Chile con destino a Montevideo, luego a Buenos Aires. En la lista de vislumbres y proyectos entonces utópicos que suelen señalarse están ausentes algunos temas de la mayor importancia que están presentes en esta parte del volumen.

El 10 de septiembre de 1873, Hostos parte de Valparaíso. El 27 del mismo mes, ya se encuentra en la embocadura del Plata. Había realizado en solo 17 días una travesía, en invierno, que, en sentido contrario, nosotros realizamos en 14, aunque añadiendo Las Malvinas. Desde el 11 al 27 de septiembre no hay entradas en el “Diario”. Las notas del viaje las sustituyen.

En “Mi viaje al sur” los editores dividen el apartado titulado “Chile” del siguiente modo: Chile; Adiós al Pacífico; Entrada a los canales; Isla Asilo; La Isla de las Inscripciones; El miedo a los patagones; Descripción geográfica; De Curicó a Llolli; y Quilapán. Dentro del volumen que comentamos, considerado como un todo, la parte de “Chile” se distingue de las otras por la fascinación que genera en él esa región remota del “fin del mundo”. Jean-Marie Lemugodeuc se refiere a ella en una publicación del 2009 (“Walter Roil: cronista de la Patagonia”. Buenos Aires: Lariviere), como tierra desértica y de un viento tenaz. En el 1520 un navío de la flota de Magallanes encalló en la costa de San Julián. No obstante, apunta Lemugodeuc, es “recién en el siglo XIX” que llegan los colonos a la “terra incógnita”. Encontraron civilizaciones frágiles de indígenas, los indios tehuelches, llamados también patagones, que no sobrevivirían a la colonización europea . “En el 1876, el gobierno lanza una campaña de pacificación”, nos dice. Solo dos años antes, Hostos había cruzado por las aguas de esas tierras. A mediados del siglo XX aún era legal cazar indios guaraníes.

El texto titulado “Chile” es una descripción y estudio geológico detallados del país entero, realizado con la ayuda de otros estudios publicados muy cerca a ese tiempo por Pedro José Amado Pissis y Diego Barros Arana. Hostos se desplaza a través de estos trabajos pormenorizando el proceso de formación geológica del país entero y la descripción de fiordos y canales que lo componen. Las ideas de Hostos van y vienen a lo largo de las latitudes 35 a la 55 admirando las bases donde nace “la portentosa cordillera”, de manera que convierte la geología y geografía en estética. La atención de Hostos se centra principalmente en las provincias al sur de Santiago, a partir, concretamente, de Bío-Bío, pero requedándose al sur de esta, en las regiones de la Araucaria, Chiloé y Los Lagos, hasta el Estrecho de Magallanes. No obstante, una idea fundamental que Hostos traza de paso es la de que la cordillera, descompuesta allí en una infinita variedad de islas que circulan aguas protegidas de las mareas y vientos borrascosos, ha dado abrigo a canales de comunicación entre los dos océanos que en su día, afirma, incrementarán notablemente el desarrollo del comercio internacional (194). Entonces, recuérdese, no existía el Canal de Panamá y el Tren Trasandino apenas comenzaba a germinar en su mente. Pero existía el Canal de Magallanes.

En “Adiós al Pacífico” Hostos se duele de abandonar el grande océano que va de Canadá a la Tierra del Fuego. Enumera todos los países, sin olvidar Bolivia. La idea que emerge en su mente entonces es, como tantas suyas, una utopía que la historia ha hecho realidad. Hostos vislumbra y expresa la certeza de que un día este Pacífico –del que ahora se despide y al que no sabe que volverá–, estará surcado de este a oeste y de norte a sur por infinidad de navíos; y será el instrumento que una las costas de América con las de Oceanía, llevando de aquí a allá hombres, productos, ciencia, arte, ideas, sentimientos, y la experiencia de cada parte, arrullando “la nueva humanidad” de una familia “descamisada” que, dejando de mirar el Oriente, mirará en cambio hacia Occidente donde hay otro mundo nuevo que crear (202).

En la “Entrada a los canales” Hostos describe el paso por el Messier como “sublime”, por su perspectiva “única”, y no como se llena con un “ripio” un “vacío del pensamiento”. La “Isla Asilo” se ciñe a su experiencia concreta con una cascada en medio del remanso de obstáculos enormes. Desemboca luego en el texto sobre la “Isla de las Inscripciones”.

Al comienzo de esta relación, Hostos ha observado que “nadie se encuentra en la soledad”. Acto seguido se detiene a reflexionar sobre el encuentro con una botella que contiene un papel y está colgada de un árbol. Se expresa con asombro de que alguien había pasado antes por el paraje remoto. En el contenido del papel solo consta que una corbeta chilena se había detenido en la isla y pernoctado. De ello deduce Hostos, y lo refrenda para sí mismo, “que no es acto tan vulgar que no merezca un recuerdo y una mención especial el decir: “Yo he estado en los Canales de la Patagonia” (213).

Los editores de Hostos colocaron en séptimo lugar la “Descripción geográfica”. En el sentido del orden cronológico, es una ruptura cronológica, pues regresa a la entrada a los canales por el Golfo Penas. Lo mismo ocurre con “De Curicó a Llolli”. En este fragmento Hostos describe un viaje a caballo hasta la cumbre de la sierra. Curicó era entonces un pequeño poblado agrícola. Como en la cordillera no había hoteles ni casas ni albergues, el viaje de varios días requería llevar lo necesario en mulas. Sale a la una: “La noche era tan clara como ella misma”, dice, “porque las cosas solo “se parecen a sí mismas”. Luego, “la luna de aquella noche –solo se parece– a la noche de aquella luna” (224).

Los editores colocaron el texto titulado “El miedo a los patagones” en sexto lugar, y “Quilapán” en el noveno. Hicieron mal porque hay una línea de continuidad entre ambos. El primero se refiere a que el barco fondeaba en algún punto del viaje para pasar la noche. En esta ocasión se hizo muy cerca de donde un buque inglés fue atacado por los patagones –tehuelches–, de modo que los pasajeros de su buque se sentían rodeados de un “peligro silencioso”. Esa experiencia le sirve a Hostos para condenar el proceder de la civilización contra la barbarie. En todas partes del planeta donde aquella se ha encontrado con el “hombre primitivo”, explica, la civilización ha desalojado a estos de su tierra , “de su puesto en el sol, de su derecho”, con un “reguero de sangre o un reguero de perfidias”. “Se defiende la primera vez –dice–, ataca luego”. Hostos ve en ello un “estado de guerra necesario”.

De la historia de los patagones el lector hubiera pasado sin dificultad a “Quilapán”, texto escrito ahora en defensa del araucano. “Los bárbaros de la civilización” han hecho una “guerra de exterminio” a “los bárbaros de la naturaleza” (232). El “hombre pequeño” es, a su juicio, aquel que trajo, al “templo natural”, “la esclavitud de cuanto es libre por esencia”. En una misma oración Hostos une su suerte a la del “yanacona borinqueño, y al cacique cubano y a las tribus guajiras y a los jíbaros y a los yucatecas y a los aztecas y a los incas” (233). Es entonces que, citando “La Araucana” de Alonso de Ercilla, da cuenta de que “es por primera y única vez en la historia de las letras, el canto de admiración con que el vencedor rinde homenaje a la grandeza virtuosa del vencido”. De allí pasó a expresar su pesar por la muerte de Quilapán, el más famoso de los araucanos de los tiempos independientes que acababa de morir.

“Yo he estado –también– en los Canales de la Patagonia”. Mantuvimos a lo largo de toda la travesía la memoria del puertorriqueño que desarrolló, sobre el terreno, las proyecciones más grandes para la eventual construcción de la idea de América. Pasamos de Montevideo a las Islas Malvinas azotadas por vientos helados. Vislumbramos la majestuosa entrada al estrecho de Magallanes. Disfrutamos como de la epopeya visual de parajes insólitos y de extrema belleza en los nevados fiordos chilenos y sus glaciales azules; sufrimos los mareos de la travesía por el Cabo de Hornos; conocimos Punta Arenas, Puerto Montt y Puerto Varas, y, además de Santiago de Chile, retornamos a la espléndida vista cromática de Valparaíso, donde Hostos localizó la tumba de Segundo Ruiz Belvis.

Comprobamos con insospechados asombros, no solo la mencionada belleza de sus paisajes, sino el riquísimo desarrollo de capitales vigorosas y modernas. En el departamento interior de San Luis, Argentina, próximo a Mendoza, observamos iniciativas de desarrollo urbano tan espléndidas que transforman –nos dicen– incluso el clima de la región. En las Malvinas, amén de un viento antártico que hiela hasta el hueso, contemplamos parajes desolados de piedra, sin arbustos siquiera, y pingüinos que no hayan qué hacer. Ushuaia, por otra parte, parece ahora un paraíso escondido en la zona habitada más al sur de planeta, ubicado a orillas del mar de los fiordos y elevada hacia una cordillera de cerros nevados que abrazan la cuidad. En ellos la eternidad luce su cabellera blanca.

Cerca de 150 años después de su visita –y salvando algunos nombres y distancias–, sobrevive en lo alto del cerro el eco de aquel Hostos que clamaba por la presencia del “amigo de mis ideas”. El eco que reclamaba luz para desvanecer el olvido. Ese olvido ataca también el recuerdo de Hostos. Y esa luz, que bien podría alumbrar el recuerdo de Hostos, de seguro podría alumbrar a su vez nuestros caminos de hoy.

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