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Cuando la poesía que lees no es para infantes ni crédulos: La lógica de los ardides y otros poemas de Alberto Martínez Márquez
Cuando la poesía que lees no es para infantes ni crédulos: La lógica de los ardides y otros poemas de Alberto Martínez Márquez
Ángela M.Valentín Rodríguez
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[crítica-literatura-poesía]
"La lógica de los ardides y otros poemas" es la más reciente hechura de Alberto Martínez Márquez, publicada bajo el sello Arco de Plata Editores en el 2016. Desde la ilustración de la portada, hasta la última palabra con la que cierra el texto, nos encontramos con un proyecto poético sólido y muy bien pensado cuyos planteamientos primordiales son diversos cuestionamientos de carácter filosófico. La voz poética se construye a sí misma y nos explica cómo concibe, describe y define la realidad y la existencia. Esto lo hará a través de 125 poemas de diversa extensión, la mayoría breves, divididos en 6 secciones o libros. Cada poema está fechado, como para salvaguardar el momento de la poesis, el momento en el que las manos del poetacreador conjuran a las palabras desde el no-ser a las regiones del ser.
Las primeras 5 secciones están ordenadas de manera cronológica, por las fechas de producción, que se inician en 1999. Estas se titulan: "Sin rima" (1999-2000), "Para una cartografía del prójimo que soy" (2001), "En los suburbios del ser (2003-2006), Plenitud del vacío (2007-2009) y La lógica de los ardides" (2009-2011), que a su vez se subdivide en dos partes tituladas “Seis visitas a los clásicos españoles” y “La lógica de los ardi- des”. Luego, el libro cierra con una sección “Apodícticas”.
El poemario se convierte en una especie de mapa en el que una voz poética nos guía a través de un laberinto paradójico, oximorónico, que nos lleva a sopesar la conjunción del todo existente en el que se encierra la nada. Curiosamente, luego de finalizar la lectura, no podríamos decir que estamos frente a un poeta nihilista. Sin embargo, sí frente a uno convencido de la clara existencia del vacío y la disolución completa del ser. Muchos de los versos nos proponen ideas muy cercanas al concepto del dukka budista y a la idea de una especie de Nirvana en el que lo individual deja de ser. Ante un panorama vital como este, no es extraño que junto a poemas puramente existencialistas, solemnes, encontremos otros muy cargados de burla, de sorna, de ironía y de sarcasmo. Y, por obligación, tendría que ser así, ya que esa mofa se dirige a una construcción sociocultural muy específica y particular celebratoria del individualismo y todos los males que esto acarrea.
Luego del pavor inicial en el que entré, lo confieso, luego de ojearlo por primera vez y darme cuenta de que el poemario estaba compuesto por varios “librillos“, una primera lectura me hizo captar automáticamente por donde iban los tiros. La contraportada cita a Fernando Pessoa: "Sé plural como el universo". Y el universo es caótico y ordenado, es la muerte y la vida, es el origen y el fin, todo eso a la vez. De manera, que estos poemas plantean las contradicciones de las que estamos hechos, de las que está hecha la existencia. Giran en torno a conceptos como vacío, ser, no ser, muerte, nada, todo, laberinto, plenitud, palabras fuertemente cargadas de planteamientos filosóficos que funcionan como un mapa de ruta que se altera cosntántemete. En estos espacios poéticos, las certezas se acaban y solo la creación poética parece ser la constante.
De todo el poemario, del que la masacre de sus páginas atestigua la necesidad de una lectura intensa y detenida, me circunscribiré a detallar algunas ideas de la primera y última sección, las puertas de entrada y de salida de este laberinto, porque me parece que cargan estos conceptos fundamentales alrededor de los cuales gira el poemario en su totalidad. En la primera sección, “Sin rima”, ya los epígrafes de Paul Auster y J. V. Foix nos anticipan cómo estos versos servirán de brújula para mostrarnos estas concepciones sobre la realidad que nos propone el yo poético. A través de un apretado entramado de versos, la primera definición que este nos brinda es sobre la poesía misma. Así en “Poética 2000”, nos lanza un juego definitorio desde el no ser:“//poesía: definitivamente eso no eres tú//”. El sarcasmo del texto nos sacude y remite a una visión crítica del fenómeno poético: del proceso de escritura, de aquel que se hace llamar poeta y de aquello que inspira al poeta y produce el poema. No todo lo que se escribe es poesía, no todo el mundo es poeta. A diferencia de Gustavo Adolfo Bécquer, quien con fuerza responde a la pupila que clava su mirada en la suya cuestionándole qué es la poesía, nuestra voz poética responde con una fuerza similar lo que esta “definitivamente” no es. Este tipo de conversación intertextual presente en este primer poema será una de las características que primarán en muchos de los versos a lo largo del poemario. Ahora, es importante señalar que la voz poética se encarga de no contestarnos la pregunta que nos ha lanzado a quemarropa. No nos responde cuál es la poética que nos propone. No. Es el lector quien tendrá que adivinarla a lo largo de los versos. Por eso, luego, de este primer acto definitorio con el que se abre el libro, aparece una nueva definición plasmada en “Otra poética”: “//un ojo /de tinta / se pierde/ en el río/ intermitente/ de las palabras//”. Con una sencillez similar a la del haiku, se nos plantea que el poema es esa brecha, ese “ojo de tinta” por el que podemos palpar momentánemente ese “río“, ese cauce subterráneo de la Palabra, del Verbo, de ese Todo elusivo, intermitente, que a veces es Nada, es Vacío. Por tal razón, nos coloca como tercer poema, “Aleph”. Todos sabemos que Álef es la primera letra de los alfabetos hebreo, persa, arábigo. Es un signo simbólico de inicio, visto desde múltiples ángulos. Por un lado, el título nos recuerda a Georg Cantor, que en las matemáticas lo utiliza dentro de su teoría de los conjuntos para diferenciar lo que él llama los diferentes tamaños del infinito. Por otro lado, el título de este breve poema nos remite a la obra de Jorge Luis Borges, cuando nos describe al Aleph como una pequeña esfera luminosa que contenía en sí al universo entero: “donde todos los actos y todos los tiempos ocupan el mismo punto sin superposición y sin transparencia, o sea, el infinito y el universo”. Esta imposibilidad racional que nos propone Borges, también nos la propone la voz poética al plantear a la poesía como un “/vaso que comunica/ el eterno devenir/ tanto //del olvido// como de //la memoria//”. Todo ocurre en la /plenitud del extravío/ o sea, mientras vivimos. A lo largo del poemario, la experiencia vital estará descrita desde esta óptica del extravío, del laberinto, del espejo, del río, del ciclo, del corsi ricorsi. De modo que la poesía, desde el inicio del libro, aparece como una de las protagonistas y, también, como guía precaria para el poeta y el lector a través de un universo que es una casa a la vez conocida y desconocida.
En el poema “Ouroboros” nos lo confirma cuando dice: “// regreso a la casa/ de la que nunca/ he salido//”. Esta visión cíclica de la existencia nos recuerda la conocida frase: “polvo eres y al polvo volverás”. El Ouroboros es ese símbolo mítico, que como todos los mitos, guarda una verdad antigua, venerada por todas las culturas. Símbolo de la eternidad, la serpiente que se muerde la cola, el ciclo eterno de las cosas, que a la vez nos recuerda la futilidad de la existencia, la lucha y los esfuerzos inútiles, como el de Sísifo. La existencia es una casa de la que pensamos que salimos, para chocarnos de bruces con la realidad de que nunca lo hemos hecho; de que este mundo en el que nos movemos es solo una de las faces de una realidad en la que nada permanece, nada sino el cambio y la transformación continua. Por tal razón, la voz poética nos lleva del Ouroboros a “Un cuadro de Paul Klee”, poema que me sospecho alude a la pintura “Angelus Novus”. En muchos de los cuadros de Klee hay alusiones a la poesía y a la música. En este cuadro específico, aparece un ángel con las alas extendidas y mirada desorbitada o bizca (dependiendo del crítico de arte que la analiza). Es esa mirada, lo que nos brinda la clave para pensar que ha sido la inspiración para este poema que muy bien recrea el pavor o el terror que produce intuir la inutilidad que implica entender la existencia como un ciclo o un eterno retorno al inicio. Walter Benjamin también se inspiró en dicho cuadro y en el Talmud para plantear su teoría sobre “el ángel de la historia”. Según el Talmud, millares de ángeles son creados a cada instante solo para entonar su himno de alabanza a Dios y, luego de terminado, disolverse en la nada. Esta visión pesimista de la existencia, de las cosas, queda plasmada, según Benjamin, en los ojos desorbitados de la pintura de Klee. Esos ojos desorbitados observan el devenir histórico como un ciclo incesante de desesperación: “//adversa trepidación/ de acaeceres programados/ restaura el sueño del exterminio/ en las ruinas del deseo//”. La voz poética nos plantea la desilusión que implican los sueños rotos ante el choque con el deseo de ser de la humanidad y su imposibilidad. Una humanidad que ha llegado, como dice el próximo poema, a su “Punto de no retorno”: “//descubro/ una conflagración/ de signos revocados/ en la carne asesina/ del espejo//”. El poema nos remite a la violencia, a la guerra que nos plantea la dualidad posibilidadimposibilidad de la Palabra. Esta hasta cierto punto ha perdido su capacidad creadora, el “Hágase” primordial, y, por eso, los signos han sido revocados, o sea, dejados sin efecto por su mismo reflejo, o sea, lo accidental de las cosas tangibles. Todo nos remite al desesperado deseo de ser, a la perfección, sin embargo, la realidad tangible nos lleva a lo caduco, a lo que se destruye, y por consiguiente, a la angustia que implica existir. Por eso, el poema “Ciudad alucinante” plantea una parodia de la existencia, concretizada en la metáfora de “la ciudad que agoniza bajo las suelas de los zapatos”: “/llueve confeti/ y avioncitos de papel/ mientras la ciudad agoniza/ bajo las suelas de mis zapatos//”. El instante poético nos propone una contraposición hiriente: arriba, en el mundo de las ideas, como diría Platón, hay confeti y avioncitos de papel, es todo una fiesta ingenua, ilusoria, un juego de niños, que viene a estrellarse con violencia en la realidad, la ciudad que se muere, todo se muere con el paso del tiempo, o sea, a medida que camina el poeta. La ciudad es alucinante porque nos deslumbra por un lado, nos engaña con promesa falsas para dejarnos agonizantes, junto con ella. La dualidad propuesta por el poema nos recuerda algunos de los planteamientos fundamentales de Jean Paul Sartre, quien decía que ante la realidad el ser humano tiene dos opciones: la alienación (mauvaise foi) o la aceptación plena y estoica de la caducidad, la inutilidad y el absurdo de lo real (tomar en peso la realidad tal cual es).
El poema “Tres rosas” hace énfasis en esta visión existencialista de la realidad a través de una analogía elaborada con esta flor: “//la rosa del jardín/ florece/ se marchita/ muere/ y deja de ser/ para siempre/ la rosa//”. Al igual, los seres humanos que nacemos y luego de llegados al esplendor, que es efímero y pasajero, nos marchitamos para luego morir, dejar de ser, disolvernos. Sin embargo, aceptar plenamente que la vida implica la muerte y que no somos otra cosa que no sea ser seres-para-la-muerte, la hace más tolerable, o sea, aceptar la inutilidad de las cosas y el paso inmisericorde del tiempo; vivir de otra manera sería alienarse, enajenarse, auto engañarse: “/la verdadera rosa/ es aquella/ que nunca pretendió/ ser de veras/ la rosa//”. Es sumamente importante este último verso que apunta a la longeva controversia platónica de los llamados “ideales”. Este poema propone la incapacidad de entrar en dicho plano. Por eso, vivir en la verdad implicará tomar la realidad y su caducidad en peso y no pretender de ella nada más. De ahí que el poeta, ante su incapacidad de poseer a la rosa, se encargará de dibujar con furia, o sea, de escribirla, de cantarla, de poseerla aunque sea en el plano agónico de la poesía, de las palabras: “// atribulada rosa de mugre/ dibujada con furia sobre el muro/ qué ignominioso cántico inspiras/ al poeta maldito de la ciudad?//”. Ese ignominioso canto que inspira al poeta maldito es el canto de la futilidad de las cosas, es el mismo canto de la ciudad que agoniza en un eterno devenir cíclico: de la nada, a la vida, a la muerte, a la nada…
La voz poética confirma estas nociones tanto en su brevísimo poema “Scienzia Nuova“ como en “Ciudad alucinante II“. Con el primero, el poeta nos lanza un gancho intertextual con las ideas de Giambattista Vico y su concepto de corsi ricorsi. A diferencia de Vico, que nos plantea cómo la realidad aspira a la plenitud de la razón, el poeta nos muestra que el espiral ascendente de la historia no tiene otro fin que la confirmación de nuestra agónica situación: “//certera certidumbre/ en el mapa incierto/ de la agonía//”. En “Ciudad alucinante II”confirma la pesadumbre de los seres humanos ante su condición vital: “//humana lluvia/ de nostalgias/ borra el paisaje/ de la ciudad//”.
Descubrir la nada de la existencia es la raíz del vértigo de la que habla el poema “Patria“. Patria implica pertenencia, arraigo, identidad del ser. Sin embargo, la patria que nos describe la voz poética no es otra cosa que “la raíz del vértigo”. Esa patria alude al origen incierto del ser, pero también alude al espacio físico que en este poemario se acerca en varias ocasiones a la ciudad. Esa “//raíz del vértigo/es/ la eterna morada del ser// ” y allí, en medio del pavor, se produce la visión plena o sea, el conocimiento de la realidad, que termina, como ocurre con el personaje de Tiresias, cercenando, mutilando, acortando y reduciendo la mirada (poema “Apoteosis el ojo”). Este poema reafirma una visión paradójica de la existencia, que se repite en “Ciudad de la presencia”, y en el resto del poemario. En dicha ciudad, en ese espacio, habita una muchedumbre anónima que incorpora al poeta a dicho anonimato, a perder lo que le hace ser diferente, su otredad. Nadie se salva de dicha condición. Todas las apariencias se difuminan para revelar lo que plantea el poema “Vida”, que esta es la urdimbre por donde se cuela la nada; esta lo permea todo. De ahí que no haya felicidad (próximo poema) para los seres humanos, sino un horror al vacío (próximo poema “Horror Vacui”) que los enmudece (poema “Mutis”). Este silencio apesadumbrado es anticipo del silencio final, de la muerte que nos lo roba todo para siempre. Así lo propone el poema “Memento Mori” (Homenaje a Cesare Pavese) que nos recuerda el verso que le escribió este poeta a su amada Constance Dowling, “Death will come and she’ll have your eyes”: “//finalmente/ la noche llega/ terrible/ majestuosa/ y viene a robar/ para siempre/ tu mirada//”. Lo terrible de dicho robo es la incapacidad de ser reconocidos por otro, o sea, la disolución total de la identidad y la diferencia.
Por esa razón, el último poema de la sección inicial del libro se titula “Realidad es”. Ahí la voz poética reúne y afirma todos los conceptos que ha ido recopilando para construir y explicar su percepción laberíntica de la realidad. Esta es el reflejo del reflejo de lo real. O sea, lo real es el reflejo de la nada. En este último texto, se confirma el ludismo de esta voz que nos define sus concepciones del tiempo y el espacio en los que habita, como paradoja de lo real y lo aparente.
Lo interesante de esta primera sección del poemario es cómo cada poema está encadenado al siguiente, cómo la voz poética le explica al lector su concepción sobre la realidad, paso por paso. En la brevedad de los poemas hay un juego con el silencio y una conversación un tanto incómoda para el lector ya que le obliga subrepticiamente a plantearse preguntas fundamentales: qué es el universo, qué es lo que existe, qué significa existir, qué es ser y qué, por otro lado, es dejar de ser. Al enfrentarnos con dichos cuestionamientos, nos atrapa en un espacio un tanto pesimista y nos invita, como lo hace el existencialismo, a tomar la realidad en peso y aceptar que no la controlamos, que no sabemos de dónde venimos ni hacia dónde vamos.
Una vez definidos sus conceptos sobre el tiempo, el espacio y la realidad, en la segunda parte del poemario, en la sección “Para una cartografía del prójimo que soy”, poemas del 2001, la voz poética nos define quién es. Inicia esta sección con una nueva definición de la poesía en “Poética 2001”. Esta es el espacio de la revolución del sueño, espacio donde se alojan todas las paradojas. Desde allí vuelve a reafirmar el tedium vitae (poema “Ciudadano”) y cómo los seres humanos han entrado en la realidad del autómata que “padece” la angustia de la ciudad y la muerte.
En esta sección, así como lo harán las subsiguientes, la voz poética dialoga con varios personajes y artistas como Georg Trakl, Neruda, Mallarmé, Nietzsche, entre otros, personajes a los que admira y considera creadores que enfrentan la existencia burlona, cargada de muerte y vacío, una visión sobre la futilidad de la realidad mezclada con un humor irónico salpicado de ludismo: “/el orden de las cosas es un orden sin cosas/”. Hay otro poema de la sección “La lógica de los ardides” que nos lo plantea claramente, “Tao” (133). Así a lo largo de las distintas secciones del poemario, el poeta se encarga de plantearnos su poética o poéticas (“Poética 2003”), definir qué es ser poeta y de rendirle homenaje a aquellos a los que considera poetas y creadores, y a sus obras. Esto lo hará fundamentalmente en la sección “Plenitud del vacío” (2007-2009).
En la sección “La lógica de los ardides“, sección que le da nombre al poemario, encontramos espacios llenos de humor irreverente en los que se burla de ciertas obras del canon y del concepto de autoridad literaria (96). La desacralización de dichas obras responde a la necesidad de verlas desde una nueva óptica que permita su cuestionamiento y, por consiguiente, la inclusión a ese espacio privilegiado de otros acercamientos y visiones.
Por último, el poemario cierra con la sección titulada “Apodícticas”. Son 14 poemas en los que el yo poético reafirma las concepciones planteadas a lo largo del texto. Esta colección de “verdades” encierra ciertamente una gran paradoja: la verdad es evanescente, elusiva y confusa, contradictoria. La voz poética afirma la brevedad de la vida y cómo lo individual termina fundiéndose en el todo (143). Ese todo es un caos de realidades superpuestas a modo de espejismos y silencios epistemológicos. Las “apodícticas” 13 y 14 son fundamentales porque reafirman la futilidad del deseo que nos deja hambrientos de ser, de que haya un “sentido” que llene el vacío de las cosas (153).