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Eco...
Lo evidente, amable lector, no se puede negar, nunca se ha podido tapar al Sol con un dedo y jamás se podrá. El cambio climático es un hecho irrefutable, documentado por múltiples organizaciones confirmando lo que para todos es notorio, la temperatura cada año es más alta. Desde 1880, cuando inició la publicación de datos confiables, los 20 años de temperaturas más elevadas se han dado en este siglo, con 2020 y 2016 a la cabeza, los años más cálidos jamás registrados. El sector vinícola empezó a notar cambios hace décadas, porque con el aumento de las temperaturas la maduración de la vid se produce antes y, por lo tanto, se adelantan las vendimias.
Algunos apuntes respecto a esas variaciones pueden ser que en Burdeos, la catedral mundial del vino, durante los últimos 40 años la temperatura media se ha incrementado un grado. En el Valle del Ródano, reino de la Syrah al sureste de Francia, durante los años 50’s se vendimiaba siempre después del 25 de septiembre, en los 70’s nunca antes del 10 de septiembre, pero a partir del 2000 siempre antes del 10 de septiembre. En Alsacia, la norteña tierra de la Riesling, entre 1970 y 1999 solamente un año se cosechó en septiembre, mientras que desde el 2000 siempre se ha vendimiado en ese mes. En promedio, la vendimia francesa se ha adelantado 26 días en 50 años, mientras que en Austria son 30 días en 7 décadas. En contraparte, esta crisis ambiental podría brindar una oportunidad a territorios más altos y fríos, donde la uva nunca se ha dado, como en el Reino Unido, los países nórdicos, Canadá, el noroeste de los Estados Unidos o el sur de Argentina y Chile, por citar algunos, pues por cada 100 metros que se asciende, la temperatura desciende alrededor de 0.7 grados, lo cual puede representar un antídoto contra el calentamiento global.
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Tan innegable es la situación como también la tendencia actual hacia el consumo de productos cuya elaboración sea menos agresiva con el medio ambiente. Dentro del sector es un hecho, pues el consumo de vinos ecológicos se duplicará durante la última década, al pasar de 441 millones de botellas en 2013 a los proyectados 976 millones en 2023, un mercado al alza satisfecho en gran parte por los 3 Grandes, pues son los líderes del viñedo ecológico mundial, España a la cabeza con 160,000 has, por delante de las 115,000 francesas y las 96,000 italianas. Un viñedo ecológico no debe ser tratado con pesticidas, herbicidas o fertilizantes de origen químico, sino con residuos orgánicos o composta, el suelo debe protegerse con coberturas vegetales que lo aíslen y retengan la humedad, minimicen la erosión y faciliten la integración de materia orgánica, además de mantener un ciclo vegetativo libre de maquinaria agrícola, por lo cual es forzosa la vendimia manual, es decir, usar prácticas agrícolas sostenibles que permitan al ecosistema mantener su equilibrio natural, provocando suelos más vivos con gran capacidad de capturar CO2 atmosférico y, a la vez, causantes de que la uva tenga una mayor concentración de antioxidantes, muy beneficiosos para la salud.
En general, se estima que la huella de carbono generada durante el proceso de producción de una botella de vino “tradicional” es de 2.2 ± 1.3 kg CO2, aunque existe una gran variación de este valor debido a las diversas condiciones vitivinícolas, índice que disminuye hasta 75% en viñas ecológicas. Como resultado de ese cultivo “diferente”, el contenido de sulfitos en un vino eco es mucho menor, para tintos nunca más de 100 mg/lto contra los 150 de los convencionales, mientras que para los blancos es un máximo de 150 mg/lto en lugar de los 200 habituales. Recordemos que los sulfitos se generan por el anhídrido sulfuroso que contienen todos los vinos, compuesto químico formado por oxígeno y azufre que cumple tareas antioxidantes, antisépticas y desinfectantes, siendo el protector del vino por excelencia pero que puede causar reacciones alérgicas en algunas personas.
Aunque el 97% del vino elaborado en el mundo es “convencional”, la oferta ecológica ha crecido con rapidez, muestra de ello son las 6 etiquetas que he seleccionado. Por los tintos levanta la mano, en Navarra, Adriana Ochoa con sus Calendas, vinos jóvenes de gran estructura y amable sedosidad, ofrecidos en Tempranillo o en Garnacha. Al sur, en la Ribera del Duero, Jesús María Sastre enamora con su Viña Sastre Roble, un Tempranillo con paso por roble francés de 10 meses, lo cual le brinda gran elegancia y personalidad, además de PradoRey con el súper trendy Sr. Niño, otro Tempranillo pero éste de gran irreverencia, elaborado bajo maceración carbónica y madurado por 30 días en tinajas de barro, un lujo limitado a 7,211 botellas. Por los blancos, la tradición de Rueda llevada al extremo con Marqués de Riscal Verdejo, cuyo contenido de sulfitos no es ni la mitad de los niveles autorizados para vinos ecológicos, mientras que en Portugal luce Casa de Vila Verde con su Pluma Vinho Verde, espectacular mezcla de Arinto, Loureiro, Trajadura y Avesso, a partir de parcelas cuya densidad apenas alcanza las 3,000 cepas por hectárea, razón de su notable amplitud aromática.
Una cuestión recurrente es qué obtiene el paladar con un vino ecológico y tal vez no resulte sencillo, para un simple mortal como quien le escribe, distinguir las diferencias entre un vino ecológico y uno convencional. Sin embargo, con algo de esfuerzo se puede concluir que la distinción se encuentra en la profundidad de lo percibido, es decir, una marcada frutalidad y acentos minerales más definidos. Desde mi punto de vista, amable lector, disfrutar de un vino ecológico implica la satisfacción de haber contribuido con un grano de arena para apoyar la lucha contra el cambio climático, es otras palabras, ser Eco
Ha sido muy amable y yo muy agradecido. Hasta la próxima entrega.