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Cortejando a María
Por fortuna, su talón izquierdo chocó con la pelota rechazada, que con una
inusual trayectoria terminó hundiéndose en la red por encima del arquero que
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aún no había podido volver en sí después del pelotazo.
Más tarde, cuando Brunildo Cuzzani despertó, vio que la cara de Patrocla muy
cerca de la suya resplandecía desde los ojos hasta los dientes, que dibujaban
en su mujer una sonrisa espléndida que parecía rejuvenecerla más de treinta
años...
Brunildo supo después que la cabriola más afortunada de su vida había reparado
su orgullo y su felicidad para siempre. Aunque él sostenía ante cualquiera,
impostando una expresión de talento indiscutible, que la había hecho ‘de lujo’ intencionalmente.
Desde entonces, el ídolo de oropel pasa junto a la canchita de la gloria, sin poder
evitar preguntarse si resulta más arduo el fútbol o el matrimonio…
Él siempre sospecha que lo primero.
CORTEJANDO A MARÍA.
La idea se me ocurre ahora que movió su Dama negra a ‘g4’, rodeada por sus intimidantes peones en ‘g5’ y ‘f4’, típicos de un Gambito Rey…
La desprolija posición con mi monarca en ‘f1’ ya impedido de un acogedor enroque parece pintar mi propio presente. Ayer Romualda gastó sus últimos y
demasiado frecuentes raptos de paciencia y me echó de la vivienda. No la culpo.
No me llevé nada porque ya nada tengo, más que mis rutinas de autodespojo… Una parte del dinero del arriendo (solo en una ocasión logré darle el total de una
vez y en tiempo) la dilapidé el pasado lunes en la Cervecería Peña cuando María
del Rosario volvió a desairarme el domingo.
- “Te toca” …- me dijo Marcelo, con cara de guasón. Seguro de sí mismo y de su
posición con negras. Y de su historial conmigo, especialmente desde esa noche
en Lobería cuando le gané una única partida frente a unos amigos suyos y su
enojo se aferró a mí sin soltarme hasta ganarme decenas de partidas en el hall
del hotel esa madrugada.
No sé si lo quiero y admiro tanto o si lo detesto. ¡Hace todo bien! -incluso
absolverme siempre-, pero en este momento es un reflejo imposible para el
contraespejo de mi humanidad desahuciada…
Ganarle esta partida en Plaza Italia frente a tantos aficionados mirones sería
para mí alcanzar el cielo. No tanto como alcanzar por fin la aquiescencia de María
del Rosario. Acaso mi única esperanza de volver a ser.
Sacrifico mi Alfil en ‘f7’ sabiendo que no caerá en la trampa y -claro- mueve su
Rey negro a ‘d8’, dirigiéndome de nuevo su sonrisa y mirada punzantes.
Juego mi peón a ‘h3’, amenazando su Dama sólo porque la única casilla de escape que le queda es ‘g3’… Sin pensar demasiado y sin mucho convencimiento. Como quien invita un trago a alguien temiendo de antemano su
negativa (María del Rosario rechazó mi convite las dos últimas veces en Olivers
Club, advirtiendo mi obsesión).
Una señora gruesa con dos pequeños atraviesa apurada la Plaza cerca de la
mesa y observo unos segundos su expresión de ‘deberían estar trabajando a esta hora de la mañana’. El flaco Miguel Horacio y el circunspecto Miguel
Álvarez, absortos con una mano en sus mentones analizando la partida con más
placer que quienes la jugamos, me recuerdan que debo concentrarme de nuevo
en el flanco Rey.
- “¿Podré atrapar su Dama?” -, pienso. La adrenalina comienza a juguetear en
mi cuerpo…
- “Seguro que Marce tiene todo previsto, como siempre” …-, me contesto.
Mi única pieza que puede atacarla en ‘g3’ es mi Caballo de ‘b1’ en dos movimientos. Así que mecánicamente lo dirijo a ‘c3’.
Y de repente la cara de Marcelo es la misma que en Lobería.
Me parece tonto y obvio descubrir en este momento que leer la expresión de mi
rival (o saber disimular la mía) revela mucho más que nuestros nimios saberes y
desnudos sentires durante una partida.
O durante la terneza del amor… ¿Qué leerá María del Rosario en mi rostro? ¿O en mi talante, en mi manera?...
‘Ac5’ amenazándome Jaque Mate con su Dama en ‘f2’ me parece desesperada por parte de Marcelo. Pero no quiero subestimar su gran capacidad de calcular
jugadas, por las dudas.
Juego peón a ‘d4’ y de nuevo veo su cara. Él mira el tablero y mira el reloj de ajedrez nervioso, pero ya no me mira. Yo miro las caras de expectación en torno
a la mesa para consolarme y atesorar algo irrepetible, tan irrepetible como
encerrar la Dama al genio de Marce en un ‘Blitz’ al aire libre y con público. O como atinar las maniobras y los lances perfectos para reconquistar a María del
Rosario, si pudiera.
Un minuto después las caras sonrientes aplauden a Marcelo, como no podía ser
de otro modo. En un vertiginoso ‘ping pong’ me comió casi todas las piezas a pesar de que le capturé la Dama, haciendo honor a su imbatibilidad en partidas
rápidas.
Nos vamos dejando atrás un coro de petulantes analistas en la mesa. Marce
examinó mi semblante, sin duda, y apuró la despedida con los parroquianos,
pasando su brazo sobre mi hombro: - “Estoy mal” …-, le digo, quebrado,