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Desgraciado viento norte
- “¿¡Y qué vas a hacer con él en Buenos Aires!?” -, no pudo evitar imprecarle
Doña Juana con mezcla de reprimenda, miedo, impotencia, bronca. – “¡Es muy chiquito!” … -
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Mery se marchó al rato con tajante recado de que ‘mañana a las siete’.
Con una tristeza de antaño, Doña Juana la observó irse con su firme y llamativo
andar de costumbres compradas y atuendos vistosos. Mucho más allá, más
arriba de la controvertida figura de Mery en dirección al Paraná, la octogenaria
buscó rezo y esperanza entre las escasas nubes del horizonte que rojizamente
se dejaba atardecer sobre el río. El mismísimo rezo que venía practicando desde
que la misma Mery anduvo regocijándole el regazo en los inviernos fríos, no más
de veinte años atrás.
Queco correteó toda la tardecita a su alrededor, mientras Doña Juana intentaba
acariciarle la cabeza y sonreírle más que de costumbre y Don Chico intentaba
no mirarla directamente a los ojos, revolviendo más que de costumbre el ‘borí borí’ de pollo, predilecto de todos los acogidos del corazón de esa casa...
Cuando su pancita quedó colmada y sus piernas abatidas, Queco por fin aceptó
el anhelante regazo de Mamá Juana que ya le iba quedando angosto.
Ella buscó en vano esa noche, sobre su blanca cabeza.
Entre las lustrosas hojas de paltas que sus lágrimas mecían allá arriba al ritmo
del sillón hamaca que la consolaba en el patio, no pudo hallar una luna
resplandeciente para su gurí.
DESGRACIADO VIENTO NORTE.
I
El hombre tuerto sintió el crujido del carro al golpear la rueda en la piedra, ni bien
subió la primera cuesta fangosa tras vadear el arroyo Liso…
Viláo había nacido en Profundidad, cerca de Candelaria, y había aprendido los
oficios camperos de su exigente y atolondrado tío portugués. Su ceguedad
izquierda al nacer ya había significado mal presagio entonces para la comadrona
Ladmila, que decía saber leer las cartas y desconfiar de maleficios y brujerías…
Cuando se aquerenció con Liboria en Fachinal, donde contrajo un reacio y
pasajero conchabo en la olería, creyó definitivamente que la comadrona había
exagerado.
Él no sospechaba que se irían pronto a Colonia Taranco, para no volver nunca
más a ese terruño…
II
El niño de seis años rebotó levemente en la banasta a pesar de los lienzos con
los que su padre la amarró cerca suyo junto al pescante y la caja de balaustres,
por seguridad. Aún no habían recorrido ni la mitad del camino… El arduo peregrinar desde Colonia Taranco bajo lluvias y vientos fuertes, que no aflojaban
desde hacía un mes, tenía exhausto a Viláo. Ya no pudo posponer la visita al
viejo galeno de Cerro Azul, ante la debilidad del pequeño cuyos vómitos y fiebre
no disminuían sobre la carreta.
Los bueyes ya no eran jóvenes y estaban habituados a la rutina de la pequeña
chacra, pero no a semejante esfuerzo en los trillos y caminos serranos que ahora
se habían vuelto extremadamente barrosos, lluviosos, ventosos…
El toldo azul que improvisó sobre cuatro montantes de hierro en los ángulos
estaba pretendidamente reforzado por unas bolsas plásticas para el mal tiempo,
con algunos jirones surgentes y viejas correas con hebillas que sujetaban el
conjunto.
El frágil cobertor quizás disimulaba la negrura en el cielo cubriendo a medias a
la criatura, cuyos párpados hinchados por la endemia de la vinchuca no tardarían
mucho en reemplazarlo…
III
En la casa húmeda de madera se quedó Liboria, en Taranco. Velando por los
otros tres. Dos con sarampión -la de nueve y el de siete y medio- y el de cuatro
años con síntomas no tan severos también del Mal de Chagas.
Su mujer venía maldiciendo hace muchos años por la mala suerte. Desde que el
árbol grande cayó sobre la casa y desde que le agarró influenza grave a Viláo,
todo al mismo tiempo, con una neumonía que casi lo hace sucumbir. Desde
entonces al pobre hombre lo tienen a mal traer sus frecuentes dolores en el oído
y su padecimiento renal.
Al tiempo ella contrajo la “chupadora” y transmitió el mal a su tercer hijo durante el embarazo.
Liboria y Viláo habían sido advertidos por sus compadres, al erigir su rancho con
muchas rendijas en la madera y los corrales muy cerca… Pero Viláo trasladó el gallinero y el chiquero a casi sesenta metros cuando comenzaron a llegar los
críos y ella mantenía ordenada la casa y sus alrededores. Fatigosamente,
ventilaba diariamente los catres y limpiaba detrás de los escasos muebles y
objetos. Y los cuatro perros dormían fuera de la casa, como les sugirieron, a
buen resguardo.
– “¡Hicimos de todo!” -, se lamentaba la mujer.
Ella continuaba aplicando lociones refrescantes caseras sobre el desagradable
sarpullido de los dos mayorcitos, mientras controlaba la fiebre y el apetito del
más pequeño.
Pero no dejaba de escuchar con recelo y temor el amenazante clima allá
afuera…
IV
Esa amanecida de miércoles Liboria escuchaba entrecortado su aparato de
radio, una antigua ‘Telefunken’ a válvulas con carcasa de madera que
funcionaba aún con dos teclas rotas sobre el viejo bargueño obsequiado por su
madre. Movía el dial nerviosamente y reacomodaba el voltímetro en busca de
una escucha nítida y de noticias alentadoras…
No podía saber, en medio de esa oscura mañana y del temporal que continuaba
afuera, si el tacuapí y la varilla mantenían aún erguida su altura de improvisada
antena contra la pared exterior de la cocina.
Los quejidos del menor en la esquina de la morada eran apenas oíbles tras la
voz de la emisora:
- “Un intenso viento Norte, con ráfagas de hasta sesenta kilómetros por hora, precederá mañana el arribo de un viento Pampero del sudoeste, con ráfagas … que pueden registrar sesenta y cinco a … kilómetros por hora en el Sur de la provincia” ... –
Fue en busca de unos mendrugos de pan y el pote de melaza para saciar los
cuatro hambres, atenta al transmisor…
- “El intenso vendaval será causado por una depresión en la alta atmósfera que
generará lluvias débiles el viernes, de cuatro a diez milímetros. …Por debajo, en capas medias de la atmósfera, ingresará un frente polar el sábado a la tarde,
impulsado por el Pampero a temperaturas muy bajas…” –
La nena de nueve despertó enseguida después del de siete años y medio, para
sumar su somnolencia a la frugal mesa donde humeaba una promisoria marmita
recién agregada del cotidiano cocido con leche.
- … “Ello provocará un violento descenso de temperaturas en superficie desde
los veinticuatro grados centígrados de la mañana del domingo a cuatro o cinco
grados en la tarde del mismo día… acompañando las lluvias a muy bajas temperaturas y con una bajísima sensación térmica”. –
Liboria atendió en el jergón al de cuatro años que parecía algo mejorado. Pero
solo pensaba en Viláo y el de seis, tan desmejorado, pasando en la intemperie
quien sabe qué severidades en esos días de porquería…
V
Al sentir el crujido, el hombre tuerto protegió a su hijo tanteando su ardiente
cabeza y saltó desde la parte anterior de la caja mientras los bueyes se
inquietaban demasiado ante los relámpagos crecientes. Aunque había
incorporado el freno de manivela, por las pendientes de la zona, no confiaba en
los desgastados frenos de disco y en la ballesta delantera izquierda del carro,
cuya gemela traía atada con alambre galvanizado. Su escasa anchura de eje no
aseguraba estabilidad en el cerro y el camino estaba socavado con la incesante
lluvia.
Revisó el soporte y el punto móvil remendado con alambre. Al meterse bajo el
eje para revisar los radios de la rueda varada alumbró una dañada parte de la
pina que no le pareció peligrosa… Si le pareció, al tomarse con una mano del tiro, para salir de abajo, que este se movía…
No tardó dos fucilazos más la yunta en desencadenar el desastre. Cuando quiso
correr y subir para aferrar las riendas, resbaló sus pies en el lodo cayendo una y
otra vez perdiendo la linterna y el aliento…
Vio con desesperación la silueta del carro volcándose hacia la derecha, en el
contraste del resplandor de las descargas eléctricas…
Corrió como pudo con las manos adormecidas por el barro y las caídas y al
lanzarse por el barranco rodó hasta amortiguarse en el toldo antes de golpear
las rodillas contra los soportes de madera y hierro. Su único ojo asustado
buscaba un niño y una canasta, frenéticamente…
Por milagro, los trapos mal atados yacieron al niño cerca del banasto y lejos del
avecinado precipicio, junto a dos o tres matojos débilmente inclinados.
Cuando Viláo terminó trabajosamente de trepar mientras los relámpagos cedían,
pero no la lluvia, aflojó recién el agarre para no lastimar el cuerpecito aterido… Deseó que el calor que sentía fuera el del pequeño afiebrado y no de sus
estresados músculos que casi lo desmayaban.
Avanzó sobre la noche y bajo cada vez menos lluvia, con aflicción y precipitación.
Mucho más que las que había sentido nunca en su adversa vida de chacarero
infortunado…
Caminó hasta que su entrecortada respiración entre secreciones nasales y los
dolores en todo el cuerpo le devolvieron el mal recuerdo de la influenza, que casi
lo mata pocos tiempos atrás.