La Intrafiesta INMACULADA CORTÉS ALBERO
La intrafiesta nace cada año, en cada cuadrilla festera y en cada momento no relleno de actos oficiales. Es ahí donde la individualidad cede en favor del clan festero al que cada cual pertenece. Es ahí donde se respira una lealtad tácita entre el grupo, lealtad que se forja y consolida con cada pericia festera. Es ahí donde cada integrante adorna al grupo con su mejor yo, un yo que desprende ilusión de reencuentro. Y en ese comienzo de intrafiesta, cualquier señal de inicio es bien recibida: un rasgueo de guitarras, un leve entrechocar de cuerpos entonando canciones que se arrancan tras una afable tertulia, miradas alineadas y cómplices de la diversión, risas desternillantes que despegan con las notas musicales y un sinfín de signos emotivos que arropan la amistad y la protegen. Un tiempo y un espacio muy singular que cada escuadra, amigos de fiesta o como quiera que se designen, han ido construyendo a lo largo de los años para hacerlo suyo y para renovarlo y matizarlo con nuevas experiencias. En este tiempo y en este espacio tan diverso, tan nuestro, tan reservado y tan abierto a la vez, nos sentimos nosotros mismos disfrutando de una segunda fiesta, más intensa y más entrañable, con nuestras costumbres pro-
pias y nuestro horizonte siempre extenso donde planeamos nuevas hazañas festeras. Cada grupo maneja su estilo y con ese estilo va labrando un quehacer festero que renace en cada escenario cambiante que vamos habitando. Comenzamos, acodados en las mesas del maset, con las orejas rojas y las miradas perdidas, en ese punto soñado donde se pierde la gravidez del cuerpo y se siente uno flotar porque nos despojamos de la vida cotidiana y atendemos a las emociones que nos trasladan al más puro descaro juvenil. Es ahí donde arrastramos al olvido los amargos sinsabores que a veces nos atrapan y reforzamos los lazos que nos unen al grupo con ocurrencias divertidas y bromas jocosas que despiertan el alma. ¿Y luego? Nos lanzamos a rellenar otro instante, vacío de actos de fiesta, e iniciamos nuestros vagabundeos callejeros y, es en esos caminares descuidados donde, despojados de toda prudencia, espoleamos el espíritu festero y tejemos relaciones de afecto. Y seguimos, cultivando momentos únicos en los lugares que ya desde antaño nos brindaron su acogida y que, como buenos festeros, persistimos en la visita mientras no se antoje lo contrario. Y de vuelta a la calle hacemos del asfalto nuestro asiento y observamos el discurrir de las gentes, aunados en bloques férreos con su intrafiesta a hombros y, nos damos cuenta cuan distintos y cuan parecidos somos, todos con el cielo cual tejado que nos protege por igual y absorbe nuestros cantos y tarareos de fiesta, con las mantas o capas salvando la humedad y abrigando amistades de ahora y amistades de hace tiempo y todos, todos, todos sintiendo el tirón de la euforia festiva que engalana nuestro interior y sale a la luz en forma de agradables sonrisas que dedicamos por doquier. Y llega otro día y nuevos escenarios y nuevos rostros hermanos que nos hacen revivir el mismo día del año anterior. Todo es nuevo y viejo a la vez porque todo se repite, pero a la vez es único. Y así es como discurre la intrafiesta, haciendo coincidir grupos y escenarios cada nuevo abril y entrelazando personalidades diversas que maximizan la fiesta y nos impulsan a repetir, con la seguridad del éxito obtenido y a pesar de que todo lo vivido SOLO PERMANECE EN NUESTRO FRÁGIL RECUERDO. Un recuerdo que vamos estirando con cada nuevo acontecer festero y que golpea nuestra mente para recordarnos cuan valiosa es la INTRAFIESTA.
C O L· LABO R AC IO NS F ES T ERES
Miguel de Unamuno acuñó el término Intrahistoria para designar las historias de la gente que no permanecen en el recuerdo oficial de los pueblos. Estableciendo un paralelismo con nuestra fiesta, la intrafiesta definiría cada una de las vivencias que anidan en la memoria de cada grupo festero.
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