LA JUVENTUD TIENE EL SABOR DE LA INFANCIA MUERTA Pero mis brazos insisten en abrazar el mundo porque nadie les ha enseñado que ya es demasiado tarde. Alejandra Pizarnik
A Juventud sembrada de flores de cempasúchil, iluminada por lámparas amarillentas y alejados crepúsculos. Cuerpo de ciprés esbelto escarchado de rocío, ceñido por un viento sensual y rumoroso, pecho de melancólica paloma, garganta ronca vociferando campanadas grises. Juventud nimbada de cirios mortecinos y delgados espejos, adornada de hojas de palma, con la flor de los labios aún intacta, violenta en su rojez, hermosa en su aspereza. Ciervo sacrificado en el altar de los sueños: yo. B I No acierto a recordar de la infancia mas que mi mutismo apagado, una presencia sigilosa y hermética que era mi cuerpo, un miedo a pedir y a decir no, y aun más: a alzarme entre los otros que ya entonces me parecían como cadena de siluetas recortadas de un mismo cartón, dotadas de abyectos y torpes movimientos. Deambulaba de noche sin poder dormir por un patio interior. Me columpiaba en él bajo un cielo atravesado por desbandados murciélagos. Enclaustrado, me internaba en los pastos crecidos del jardín buscando un sapo, una canica azul. Y mis ansias se estrellaban contra una alta reja enmarañada, siempre deseando escapar, huir… Escondía mi desamparo bajo la sábana de una conciencia tremenda: la certeza del ambiente emponzoñado.
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