SÓLO UN ILUSO PUEDE DEDICAR SU JUVENTUD A LA LOCURA Y LAS LETRAS Hay un muchacho que crece solitario y cabizbajo en un cuarto cuyas paredes son espejos de deformación. Su frente está generalmente pegada a un turbio cristal a través del cual mira la tarde consumirse mas allá. Sus ojeras conocen la plenitud del insomnio, de la desdicha que se mide en quebrantos. Su trabajo es un sacrificio, una tarea terrible y pesada que lo marca como una cruz de madera la espalda de un títere. Su anhelo es un camino sufrido que todos rechazan. Habla de sí como de un astro distante, inexplorado, las pocas veces que rompe su perfil estatuario, de lobreguez congelada. Se comporta como un feto hundiéndose en una piscina de ácido, como sombra desvanecida escondiéndose bajo la cama. Hay un muchacho que construye un manicomio musical cuyos cimientos están siendo amenazados. Su nombre es un grito de auxilio en el tercer mundo. Y es él mismo su antagonista frente a un descomunal anfiteatro de miradas.
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