CONFESIÓN Muchas veces la angustia me invade como un océano al naufrago, se debate conmigo en tercas peleas, me extrae el oxígeno en los pulmones y termina vulnerándome a su antojo, a su autoridad natural. Muchas otras, hasta el centro de mi corazón marchito, la desesperanza arriba con un obstinado garfio, reconociendo palmo a palmo la extensión de sus secos dominios. Y otras más, entre la multitud de rostros borrados, un camino de luz resplandece antecediendo a una puerta abierta a un infinito de magia cuyo encanto festejo y que no he conocido nunca. Yo llamo a ese camino suicidio. Porque la vida es la mentira, confieso: yo he deseado andar ese camino, inmolarme en aras de una necesidad febril y verdadera.
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