DE UN ABUSO DOMÉSTICO Ella no fue contigo más que un harapo envilecido. Sus ojos decían hambre cada vez que veía un rostro incendiado de dicha, alguna mano posarse sobre la espalda de un extraño, el calor mínimo, la paz accidental y secundaria. Impiadosas aves de rapiña eran los gritos ahogados en la inmensidad de su impotencia. Su cara lucía los golpes de tantos años encadenados por el miedo. Sentía la garganta constreñida por tu mano todo el día y, por la noche, no podía evitar soñarse libre, mariposa planeando sobre una pradera infinita. ¿Vale la pena permanecer así, en el tren de un destino incierto, si puedes tomar el control de tus días, tus acciones, y conducirte a un lugar de luces verdaderas? Ella conoció la respuesta; y fue como la oveja desobediente que renuncia al pastoreo para correr emancipada en las campiñas. No pudiste con su ánimo y la decisión perfectamente tomada, el paso siniestro pero certero. Y ahora vienes aquí, confundido y terco, burlado e incrédulo, queriendo explicarte el íntimo secreto de tu fracaso con ella. Y, además, te niegas a dar fe de que el coraje exista hasta en los más violentados. —Pobre tonto: hay caminos que nunca se cierran.— Pues fue que ella caminó con los pasos de un vigía y soltó los lastres y la lápida que cargó tantos días. Caminó sorteando muebles, evitando la sorpresa, temerosa aún del castigo, pero orgullosa y sabiéndose bella, directo a su baño. Fue allí que encontró la seguridad que aguardaba en un frasco y hoy, que es mujer segura, ya no podrás hacerle más daño.
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