DE UN BREVE NOVIAZGO Compartimos sólo una incómoda borrasca. Te vi morir por mí, en todo; y aún me asusto, como ante lo natural mismo. Recuerdo nuestras citas furtivas, las tardes en que nos cansábamos frente al incesante crepitar del sol; los concurridos cafés donde tú pedías mi interés y yo pedía un vaso de agua, para ahogarme; esa tensa cuerda rompiéndose en las entrañas; el plato de vidrios rotos que apurábamos con idéntica saliva amarga, en silencio, frente a frente, con un enjambre de preguntas gravitando a nuestro alrededor, que jamás fueron expresadas: el miedo extendiéndose como una mortaja. Y yo, como un payaso en medio del caos, permaneciendo por no saber huir. Cada utensilio de mesa nos hacía un guiño; las servilletas y el mantel se deslizaban queriendo escapar, para no ser salpicados en sangre. La multitud a nuestro entorno, esperando el fin de la escena, reía o aplaudía, como ante un espectáculo barato. ¿Qué se hace en un momento así? ¿Cuál es el siguiente acto del sainete? ¿Qué cubierto utilizo? Huiste porque yo veía siempre el vaso a medio llenar, porque para mí las flores eran más bellas en la otra mesa. Desertaste y fue más que un duro tajo tu afrenta. Porque yo era pesimista y te daba poco, decías…
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