EL HUÉRFANO No importa lo mucho que escriba el novelista o divague el poeta. Nadie, sólo el huérfano sabe lo que pesa y dura hasta el último final la orfandad. El huérfano debe combatir solo y aparte contra el mundo, el dolor, la vida —esa pesadilla atestada de gentes y de ruidos, de befas e ironías de cuchillo—. Allí está, tan cerca del odio, del desprecio, del abuso. En sus ojos hay no sé cuánta muerte, cuánta soledad, cuánta pereza andada en desconfianza. Hay no sé cuánto. No sé cuánto… II —Respiro un solvente impregnado de sueños en el que se han vertido los juegos de color en movimiento que el desamparo, con la inocencia, me arrebató: esclavo de un de un de trapo roto. Y ese trapo roto soy yo. Entre ellos, una estopa es sólo eso. Para mí, media naranja es una máscara, pues en sus calles no quieren verme. Este hueco en el concreto es mi trinchera. Porque no tengo nada, porque para mí no hay mañana, hoy bajo el puente donde he vuelto a comer nada, el áspero vapor inhalo y me esfumo hasta no verme.
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