EL CONCIERTO UNDERGROUND En los suburbios tiene lugar un magnifico evento, fascinante como los motines de reclusorios y los malformaciones genéticas: el concierto underground. Jóvenes con mechones en pico salen de cloacas vestidos en cuero y rota mezclilla, adornados con cadenas, tachuelas y estoperoles vistosos. A cual más radical, la originalidad es su marca en la metrópoli. Sucios, bebedores empedernidos, rudos, violentos a veces, reclaman la anarquía como bandera, vistiendo un tartán rebelde aunado a la tosquedad de militares prendas en parodia. Son punks: creativos, desertores, insumisos ante toda autoridad, los artistas de la basura. Las insignias suelen confundirse en ellos, múltiples, tremendamente visuales, incluso contradictorias. Aunque sediciosos hasta límites extremos, la organización vibra en sus planes de tribu urbana. De otros caminos, delgados cuerpos salen a la luz moribunda de las sombras de fabricas abandonadas, hermosos, con ropas que evocan lo antiguo, lo solemne. Son los portadores del poder del arte antiguo, llevan como antorcha oral la tradición del vampiro, herederos de la poesía maldita, conocedores de la arquitectura gótica, silenciosos, con alta conciencia de la muerte y la belleza. Goths son llamados. Visten aristocráticos holanes, medievales faldas, terciopelo, gargantillas, argollas. A cual más excéntrico, se maquillan, perforan sus rostros, combinan lo sacro de la cruz cristiana con lo erótico y moderno del látex o la elegancia de la gabardina romántica. Para sus glamorosas reuniones prefieren cafés, bares de quinta, el exterior de las catedrales altas. Ambos se mezclarán. Y abrazarán nuevos intereses, dando origen a nuevos grupos que proclamarán su autonomía ante otras quiméricas sociedades nuevas. Vienen de todas direcciones a la redonda, solitarios, motorizados, en grupo, directo de sus casas okupadas, de sus centros sociales y comunas, prestos a volar con el humo del hachís o con el vapor del pegamento industrial, 69