NECROFILIA Ambulancias, patrullas, mujeres que lloran desconsoladas, un hombre gordo que toma un papel y escribe un dato que permanecerá archivado hasta que una secretaria lo envié a incinerar. Los estudiantes que llegan, observan, y esperan el silbatazo. Una vez en ese cuarto frío, ellos abren sus maletines y sus loncheras: en una mano el acero afilado, en la otra mano otras entrañas, no tan frescas. Después, uno de ellos, el que usa lentes, el que habla poco y tartamudea debe permanecer para cuidar; tal vez alguien, el hombre gordo, venga a mitad de la noche. Cuando los pasos lejanos se extinguen y las puertas han sido debidamente cerradas, él se quita los guantes y se desabrocha el pantalón, sonríe, toca los pies helados, la cara y todas las zonas que no fueron cortadas. Sabe que sólo hoy puede hacer esto. Él solo vive el momento consigo mismo, sin arrepentimientos. Las mujeres que ya han regresado a su casa, destrozadas, duermen y tienen pesadillas; pero aun así, para ellas despertar es tan duro.
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