TRAYECTO Ya no es hora de decir esperanza con los labios abiertos, con las mejillas sonrosadas de inocencia. No es hora de decir futuro mientras bebo leche tibia. (Los frascos están vaciados y ningún surtidor celestial habrá de rellenarlos.) No es hora de sentarse a esperar a que caigan los frutos en el huerto con la frente sudorosa de trabajos, de absorber con boca ávida la dulzura de un mango, de exprimir en mi frente el zumo de un amor. ¿Te das cuenta? Tengo veintiún años y me miro al espejo y no veo nada. II Otra vez la mañana mi almohada incendiando, el refugio donde me abandono a otro mundo mejor, la nube en que recuesto mi cabeza cansada, el montículo de nieve para calmar mi sed, la cueva para contraer mi cuerpo atrincherado. ¡Qué obligación la de salir a recorrer las calles y atreverme a fijarme un rumbo entre los hombres que me miran como se mira a un leproso! Para salir e internarme a jugar mi parte del juego en las entrañas de esta gran máquina viviente, sé que debo creer… ¿Pero… en qué? III Otra vez el estruendo de la enorme ciudad reventando en mi oreja. ¡Qué confusión de agresiones dispersas! Cada puerta que se cierra, cada escupitajo en el suelo, cada carraspeo de una garganta incómoda, encierran una inevitable carga de violencia. No se me escapa, no, que el humano es una bestia; 8