Toda la misión de Jay fue desde el comienzo un motivo para la lucha entre partidos. Mientras se negociaba el tratado, los republicanos demócratas proclamaron ruidosamente que los federalistas probritánicos pretendían efectuar una traición. Una vez que se publicaron los términos del tratado, aullaron que era una traición. En Virginia, donde la deuda con Gran Bretaña era grande y parecía que el Estado tendría que hacer sacrificios para pagarla, la indignación alcanzó su punto culminante. Jay fue vilipendiado de un extremo al otro de la nación, y cuando Hamilton trató de hablar en público a favor del tratado, fue recibido con una lluvia de piedras. («Si usáis argumentos tan contundentes —dijo con sequedad— me retiraré»). Pero el Congreso era vigorosamente federalista. El Cuarto Congreso, elegido en 1794 en medio de un creciente disgusto de los americanos por los sucesos en Francia, vio aumentar la representación federalista en el Senado de 17 a 19, contra 13 de los republicanos demócratas. En cuanto a la Cámara de Diputados, que había tenido una mayoría demócrata republicana en el Tercer Congreso, fue reconquistada por los federalistas en el Cuarto, por 54 votos contra 52. Washington también usó su influencia en favor del tratado. Fue ratificado exactamente por la mayoría de los dos tercios que exigía la Constitución, y Washington lo firmó el 14 de agosto de 1795. Pero esto no fue todo. Se necesitaba dinero para hacer efectivas diversas partes del tratado. Era la Cámara de Representantes la que tenía el poder de emitir billetes de dinero y, si bien los republicanos demócratas habían perdido la mayoría en la Cámara, seguían siendo fuertes y parecían totalmente decididos a bloquear todas las asignaciones. Pero el 28 de abril de 1796 Fisher Ames de Massachusetts (nacido en Dedham el 9 de abril de 1758) se levantó en defensa de las asignaciones. Era un federalista que se había convertido al ultraconservadurismo después de la rebelión de Shays. Ahora, en un vigoroso discurso señaló que, sin el tratado, la guerra con Inglaterra y la destrucción de los Estados Unidos eran inevitables. Este discurso hizo ganar votos suficientes como para hacer aprobar las asignaciones.