AULA 7 NÚMERO 25 / DICIEMBRE 2012

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:: Buscando sentido en medio del dolor Roberto Bademas Sangüesa Licenciado en Filosofía y Letras (UV). Doctor en Teología Bíblica (Andrews University, Michigan, USA). Profesor de la Facultad Adventista de Teología (Sagunto, València), de la Andrews University (Michigan, USA) y otras. Autor de diversos libros y artículos.

Reflexiones sobre un texto de Viktor Frankl: El Hombre Doliente. Fundamentos antropológicos de la psicoterapia

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ontrariamente a lo que sostuvo Sigmund Freud, para Viktor Frankl, lo más profundo en el hombre no es el deseo de poder ni el deseo de placer, sino la voluntad de encontrar sentido a la existencia. Todos nos preguntamos: ¿Por qué sufrimos? ¿Por qué me pasa esto? Yo creo que esta necesidad de sentido es todavía más verdad para el cristiano. El sentido de la existencia lo encuentra en su integración personal en lo que hemos dado en llamar “el plan de la salvación”. Viktor Frankl entiende la neurosis como una forma obsesiva de buscar poder o placer, como si fueran fines en sí y no meros medios de acción de la voluntad de sentido. Para él la búsqueda del placer como motor de la vida psíquica, es una desviación patológica. Para el cristiano eso es lo propio del pecado: perseguir el placer o el poder dejando de lado el sentido. Una de las preocupaciones obsesivas del ser humano hoy es la realización personal, que se suele buscar a través del poder o del placer. Pero el ser humano solo se realiza al trascenderse a sí mismo y encontrar un sentido satisfactorio para su vida. Vivimos en una época en la que abunda la “frustración existencial”. Muchos jóvenes se sienten frustrados en su voluntad de sentido, sobre todo en tiempos de crisis, en los que abundan los ninis, es decir, jóvenes que, por las razones que sean, viven vidas vacías, ya que les falta lo que les daría sentido: el estudio, el trabajo o –desde una perspectiva cristiana– la fe, es decir, el integrar su vida en un gran proyecto transcendente. La sensación de “vacío existencial” no es más que la experiencia de la falta de contenido en sus vidas –causa de tantas neurosis–, fruto de una vida sin propósitos, sin dirección o pobre de metas. Por eso se sienten tan desgraciados. Porque «la puerta de la felicidad –nos dice Kierkegaard– se abre hacia fuera; quienes intentan empujarla hacia dentro, se la cierran más todavía». El materialismo reduccionista, resultado del evolucionismo –somos fruto del caos– está detrás de la pérdida de sentido de un gran número de personas que piensan que la ciencia tiene la última palabra sobre la existencia. Si «la vida no es más que un proceso de combustión», si «los valores no son más que mecanismos de defensa y formaciones reactivas», pocos estarán

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dispuestos a vivir solo por sus mecanismos de defensa ni a morir por sus formaciones reactivas. Pretender que «el hombre no es más que una computadora», pretender reducirlo a unos cuantos procesos bioquímicos, es como pretender que el Quijote de Cervantes es reductible a las letras del alfabeto que se usaron para imprimirlo. Esta forma de pensamiento unidimensional nos priva de la posibilidad de hallar un sentido a la existencia. Porque el sentido no es reductible a los elementos materiales (las letras del alfabeto empleadas para redactar un libro o los procesos de combustión que tienen lugar en la vida orgánica) sino que pertenece a una dimensión más elevada: la dimensión espiritual. El sentido de los acontecimientos no es algo que nosotros proyectamos en ellos, sino algo que está por encima de los acontecimientos, aunque solo lo entendamos como un enigma. El mundo esta inmerso en un misterio, cuyo sentido los creyentes intentamos detectar, descubrir y explicar. Una hormiga que se pasease sobre un cuadro de Velázquez no vería más que manchas y sombras sin sentido. Pero no porque el cuadro no lo tenga, sino porque a la hormiga le falta la perspectiva necesaria para ver su sentido. La razón de ser del cuadro no tiene que inventársela ella, porque ya está. Ella solo tendría que descubrirla. Los seres humanos no somos como la hormiga, porque con la debida perspectiva somos capaces de vislumbrar el sentido. Pero para ello necesitamos aceptar, tanto por fe como por lógica, que lo que nos parece caótico y absurdo tiene sentido.

La voluntad Los seres humanos, dotados de inteligencia por nuestro Creador, no somos como esas ratas que, al insertarles electrodos que estimulaban sus zonas de placer sexual y saciedad alimentaria, pueden dejar de comer y de buscar pareja. Podemos dejar de comer y de buscar pareja por voluntad propia, sin necesidad de electrodos. Porque estamos dotados de voluntad. Con la generalización de una cosmovisión materialista, tras la caída de las ideologías y el descrédito incluso de las religiones 6


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